lunes, diciembre 28, 2015

La comida de los pobres


En el capítulo VIII de La de Bringas (1884) de Benito Pérez Galdós, el interesado e interesante narrador cuenta cómo una multitud de habitantes de Madrid acudió a coger puesto en Palacio para ver la comida de los pobres. Algo parecido hice yo el pasado sábado 26 al asomarme a las páginas del periódico —a la portada, ni más ni menos; que es como el Salón de Columnas en la novela de Galdós— para conocer que en la sede municipal de Madrid se organizó una cena de Nochebuena para más de doscientas «personas sin techo o en riesgo de pobreza o exclusión social». No pude evitar recordar las páginas de esa novela. «Curioso espectáculo», escribió Galdós. «¡Verse entre tanta pompa, servidas por la misma Reina, ellas que el día antes pedían un triste ochavo en la puerta de una iglesia!... No alzaban sus ojos de la mesa más que para mirar atónitas a las personas que les servían. Algunas derramaban lágrimas de azoramiento más que de gratitud, porque su situación entre los poderosos de la tierra y ante la caridad de etiqueta que las favorecía, más era para humillar que para engreír. Si todos los esfuerzos de la imaginación no bastarían a representarnos a Cristo de frac, tampoco hay razonamiento que nos pueda convencer de que esta comedia palaciega tiene nada que ver con el Evangelio.» Lo mejor de este breve episodio del relato de Pérez Galdós —octavo de cincuenta,  y sobre el que siempre he avisado a mis alumnos— es que Isabelita Bringas, la hija del matrimonio de la novela, «raquítica, débil, espiritada», que había acudido al «curioso espectáculo» en Palacio y  que siente de noche una indisposición de estómago insoportable y una obstrucción horrible, en angustiosas convulsiones, lo arroja todo fuera. Y luego viene el alivio y el «ya pasó, alma mía; eso no es nada» de su madre.

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