jueves, mayo 28, 2015

Librerías


© Romeu
Me acordé ayer, al escuchar la entrevista con Juancho Pons (Librería Pons, de Zaragoza), presidente de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL) en Esto me suena (RNE), de la fotocopia de este dibujo de Romeu que tenía prendida en la estantería de mi pasillo hasta no hace mucho. El otro ejemplar que conozco lo veía hacía tiempo en la Librería Marisol, de Cáceres, pegado muy cerca del mostrador. Y lo recuerdo coloreado, creo. Hay que reivindicar estos espacios que van desapareciendo. Si las grandes superficies son cada vez más grandes, imaginemos el barrio de siempre con su librería, su farmacia, su pescadería, la tienda de frutas, la ferretería y el bar con su terracita. Todo a la mano, y andando menos metros que en el menos ostentoso de los centros comerciales. Aquí, por el momento, uno puede sobrevivir. Como cliente, claro. No me atrevería a decir lo mismo si uno fuese pequeño empresario. El año pasado leí Librerías, de Jorge Carrión (Barcelona, Editorial Anagrama, 2013), que me pareció un atlas por los muchos mapas-librerías que contiene, o a los que alude. Una consecuencia de eso de que «Cada librería condensa el mundo», que es como arranca el capítulo 1 «Siempre el viaje». El libro de Carrión es un viaje que parte de Atenas y sigue en las librerías más antiguas del mundo, en las más fatalmente políticas, en las orientales, las americanas..., e incluso en las virtuales. Las librerías son lugares de encuentros; y esto no es de Jorge Carrión —me parece—, aunque realmente la lectura de su libro lo sugiere. Por ejemplo, cuando habla de las consecuencias de entrar en una de ellas para personas como James Joyce o Josep Pla, Julio Cortázar o Faulkner, Bolaño o Vila-Matas..., y para todos aquellos a quienes encontraron y todo aquello que encontraron. Librerías, lugares de encuentros.

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