jueves, diciembre 25, 2014
El punto K
Desde que uno entra en este libro a través de la puerta abierta en su prólogo por Daniel Casado hasta que sale acompañado por las palabras de Ben Clark en el epílogo, siente el aliento vivificante y la compañía amable de la poesía, su consuelo. La poesía de David Hernández Sevillano (Segovia, 1977), que cuenta ya con varios libros publicados y reconocidos con premios como el Hiperión (El peso que nos une, de 2010) y el Jaén de Poesía (Anonimario, de 2012), acompaña y consuela. El punto K, de David Hernández Sevillano (Ourense, Eurisaces Editora, 2014), es el libro. La edición es exquisita, de gente que ama el libro, lo amasa como el pan y cree en él (todavía). Unos versos de Joan Margarit explican el título como un punto topográfico que sitúa las borrascas en los mapas. La metáfora que sostiene el argumento poético está servida y las borrascas son de orden sentimental, emocional, vital... y, por ello, también de índole literaria; pues qué son, si no, las constantes diligencias con las palabras para encontrar una expresión apropiada, un poema, un conjunto de textos legible. En este libro, la borrasca no tiene carga tempestuosa y violenta; más bien, su fuerza es creativa y cambiante como la de una travesía que transcurre y supera tres perturbaciones —numeradas del 1 al 3— o estaciones: «Granizo y mermelada», «Previsiones de cambio» y «El paso de las nubes», que culminan con un epílogo —otro, distinto al de Ben Clark— muy elocuente que se titula: «Después de la tormenta». Aun así, a pesar del escenario metafórico, las llamadas «ruinas» después de la borrasca están más cerca de lo que ayuda a construirse que del estrago fatal. Y así, las tres estaciones, el recorrido por el que nos lleva el poeta por el amor, los hijos y el paso del tiempo, son las de una travesía apacible. Además, tiene la virtud esta poesía de Hernández Sevillano de decir lo que otros ya han escrito sin que suene a repetido. Bueno, sí suena; pero no como una repetición, sino como recreación y homenaje, como celebración de la poesía en los otros, en precedentes reconocibles —Gil de Biedma, Ángel González, Luis García Montero, el citado Margarit— a los que se suma este poeta con una pretensión honesta y escasa presunción por ese sabio uso de su tradición cercana. Los únicos poemas del libro que se dividen en breves secuencias y que cierran su parte central son los menos característicos del tono de esta obra de Hernández Sevillano; sin embargo, me parece que son los que contienen lo mejor de esta voz poética, un equilibrio entre la impresión sutil de un concepto y el gusto por la metáfora, la traslación irónica o el juego paronomástico. Una recomendable lectura.
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