domingo, agosto 24, 2014

Sant'Abbondio


© CMD 
El efecto benéfico del viaje —como el cambiar el enfermo de posición que decía Josep Pla— caduca pronto. Para algunos, en el momento de deshacer las maletas al regreso. Otros —no hay que exagerar— nos conformamos con volver a ver fotografías o releer anotaciones para recordar lo que fue un viaje que nos parece antiguo después de un mes. El más atractivo de los templos de Como —con permiso del Duomo dell'Assunta— está fuera del centro histórico más visitado. Hay que ir. Y merece la pena. Cuando lo visitamos, una de esas mañanas lluviosas en Como de este julio, una excursión de jubilados alemanes atendía a las explicaciones de una guía que quizá les estuviese hablando de las huellas de la arquitectura teutona en la basílica. Casi a oscuras. Nos pareció que a nadie se le había ocurrido echar una moneda de cincuenta céntimos de euro para disponer de unos cuantos minutos de iluminación del ábside. Entre todos los que eran el desembolso no habría sido gravoso. Mereció la pena cebar la hucha, pues se nos mostró, ya solos, aquel ábside en todo su color, con unos frescos que ofrecen imágenes de la vida de Cristo y que se alaban como testimonios de la vida cotidiana del siglo XIV del que datan. Sant'Abbondio fue el cuarto obispo de Como y sus reliquias reposan en una urna del altar; cuya representación yace allí, con sus zapatitos y todo. Me acordé del nombre del personaje de la novela que me llevé al viaje: Los novios. El primer ser humano que aparece en aquel entorno de monte y lago, de collados, vallecitos y lomas, de veredas, es el párroco don Abbondio, que acompaña al lector desde el principio al fin del relato. Me lo imaginé con su sombrero, su bastón y su breviario, en su tiempo, en una iglesia como esta. Reminiscencia de un viaje.


No hay comentarios:

Publicar un comentario