sábado, febrero 05, 2011
El discurso del rey
Ayer fuimos a ver El discurso del rey, la película de Tom Hooper, que está nominada a una docena de óscares. Está bien. Es un notable ejemplo de cómo hay que manejar los recursos del lenguaje cinematográfico para generar placer y emoción. Por la interpretación, por los diálogos, por la excelente selección musical puestos al servicio de una escuálida línea argumental con fondo histórico, que siempre viste mucho. En las primeras butacas de la fila de atrás, el pesado —no mi colega Antonio, más centrado— que preguntaba cada dos por tres "¿Qué ha dicho?" y que completaba las frases de los actores; y el ruidoso que escarbaba en el cartón de palomitas y terminaba, inmiserisorbe, el refresco. Por cierto, he refrescado la crítica que publicó Javier Ocaña en El País el día de Nochebuena en la que llevaba al título de la misma su gran pega a la película de Hooper: la abusiva utilización del gran angular fotográfico. Y es que es intolerable, vamos, lo del gran angular. Ayer a la salida lo del público fue un clamor: "¿A quién se le ocurre?", decían unos. "¡Qué abuso del gran angular!", decían otros. "Lástima. Con lo bien que iba...". "Anda que lo del gran angular...". Ay.
Pues a Aracia, Murania, Ochavia, Labriegos, Pedregal o... Plasencia, no llega ni a tiros. Esperemos. Y que el gran angular nos sea leve.
ResponderEliminarUn abrazo, Á.
Lo de la interpretación... Vamos a ponerle "la mitad de la interpretación": a mí cada vez me cuesta más ir al cine. Entre el público maleducado y el doblaje... No sé qué me molesta más.
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