domingo, mayo 02, 2010

Miguel Hernández

Hace pocos días hablé a mis alumnos de Miguel Hernández (1910-1942) a propósito de una de sus imágenes más difundidas: el retrato que le hizo el dramaturgo Antonio Buero Vallejo (1916-2000) durante el encierro de ambos en la prisión de Conde de Toreno en Madrid, fechado en un día de enero que a mí me resulta especialmente cercano, claro y vivo, el 25; pero de un año oscuro, 1940. En realidad, hablábamos en clase de Buero y de El tragaluz; pero ellos saben que, aunque no suelo irme por las ramas, me gusta mucho hablar del gran árbol de la literatura. El caso es que ese mismo día fue a mi despacho una alumna mía que tenía que exponer un análisis de la poesía de Miguel Hernández en la clase de mi colega José Luis Bernal. Yo acababa de recibir un ejemplar de Un cósmico temblor de escalofríos. Estudios sobre Miguel Hernández. Edición de Francisco Javier Díez de Revenga y Mariano de Paco. Murcia, Fundación CajaMurcia, 2010 —secuela de aquellos Estudios sobre Miguel Hernández publicados por la Universidad de Murcia en 1992. El envío venía de sus dos editores, Mariano de Paco y Francisco Javier Díez de Revenga. Gracias. Ofrecí, pues, a mi alumna toda una novedad; pero ella tenía todo preparado para su trabajo.
De todos los poetas de los que trata José Luis Bernal en sus clases sobre poesía del siglo XX en quinto curso de Filología Hispánica, estoy seguro de que Miguel Hernández es el que menos trayectoria tiene; aunque es posible que nuestra alumna se haya dado cuenta de que es una de las más intensas. En ello se empeñan los autores de este volumen, que estudian la obra poética de Miguel Hernández (Carmen Alemany escribe sobre los ejercicios formales del oriolano; Antonio Díez Mediavilla propone una aplicación didáctica de las elegías hernandianas a Sijé y a Lorca, José Luis Bernal escribe sobre el Cancionero y romancero de ausencias, y Francisco Díaz de Castro muestra una clarividente caracterización de los modos poéticos del autor de Perito en lunas); las relaciones de Hernández con las artes plásticas (Juan Cano Ballesta, que habla de Cossío, con quien compartió tertulia en el Lión [sic], y de la Escuela de Vallecas, los pintores Benjamín Palencia y Maruja Mallo y el escultor Alberto, que no Roberto, Sánchez); con los poetas españoles de posguerra (Francisco Javier Díez de Revenga, que rescata otro Homenaje a Miguel Hernández, pero de 1975, publicado en Plaza & Janés, y que recuerda un buen número de nombres y de textos significativos). En fin, Neruda y Hernández (en el texto de Javier Herrero); Hernández y la elegía (Manuel Ramos Ortega); Hernández y la guerra (en lo escrito por Julio Neira); Miguel Hernández y los poetas malagueños (Antonio Gómez Yebra habla del malagueño nacido en Sevilla Vicente Aleixandre, de Altolaguirre, del malagueño nacido en un pueblo de Cádiz Pérez Clotet, del malagueño nacido en la cordobesa Montilla Bernabé Fernández-Canivell o de Carlos Rodríguez Spiteri, entre otros); Hernández y la tradición áurea, sobre todo, Garcilaso (Francisco Florit), Hernández e Hispanoamérica (en cuanto a la difusión de su obra en Cuba, en el trabajo de Manuel Cifo, en lo que se refiere al modernismo, con Darío, Nervo y Herrera y Reissig, en la aportación de José Mª Balcells, y también en el itinerario que propone José Carlos Rovira en su artículo).
Hay otros lados de la intensidad hernandiana en este volumen. Gabriele Morelli escribe sobre Josefina Manresa en un fragmento de lo que realmente es la memoria reciente de un hispanista, interesante; Mariano de Paco sobre Hernández como personaje dramático y Virtudes Serrano sobre Hernández y su lado dramático; o Javier Villán que lo hace sobre Miguel Hernández y los toros (Cossío, la poesía, El torero más valiente). Una de las más tempranas señales del centenario. Con fundamento.

3 comentarios:

  1. !Qué lujazo¡ ¿Y dices que tu alumna lo rechazó?

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  2. No exactamente, Fco.; fue que en ese momento ya no tenía tiempo de incorporar lo que me acababa de llegar. Me dijo que me lo pediría para leerlo. Sí.

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  3. ¡Qué buena pinta tiene!

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