miércoles, diciembre 17, 2008

Un poema para Ángel

Me lo envió el viernes 28 del mes pasado José Antonio Zambrano. Lo había escrito para Ángel al poco tiempo de que celebrásemos su funeral aquel miércoles 26, frío, ventoso y claro, en San Vicente de Alcántara. José Antonio era muy amigo de Ángel; se estimaban mucho. Ángel siempre apostó por la poesía de José Antonio. Como éste solía enviarme también sus textos antes de publicarlos, Ángel siempre me preguntaba con verdadero interés sobre cómo eran. Su alegría era clara cuando yo le decía que eran espléndidos. José Antonio nos reunió a cuatro amigos en las dedicatorias de su libro Después de la noche (Madrid, Calambur, 2000): a Luciano Feria, a quien dedicó “Lentitud de la noche”; a Ángel Campos Pámpano, para el que fue “Lentamente en la niebla”; a Alonso Guerrero, con “Tercamente el desierto me fija”, y a mí, que me dedicó “Brindo por un solo sonido”, y sigue brindándome tiempo de amistad y de poesía.
Aquí está el


SONETO PARA ESCUCHAR LA MUERTE

A la memoria de Ángel Campos,
mi amigo.


Mecer las albas fuera nuestra vida,
comenzar a jugar más con la suerte
era como ausentarnos de la muerte
que el silencio sepulcra y nunca olvida.

Colmo fue el despertar la amanecida
condición de sabernos y saberte
frío en la cavidad desnuda y fuerte
de una sombra de luto presentida.

Entro en la noche y me disculpa el día
tu destino de nieve corrompido
sobre una lluvia seca de despojos.

Extraño doma el aire lo que lía,
lo que acampa en el humo desvivido
de esta desierta escucha de mis ojos.

José Antonio Zambrano,
noviembre de 2008

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