Es una suerte ver a la Compañía Nacional de Teatro Clásico en estas fechas. Tan pronto, acostumbrados como estamos a disfrutar de sus montajes en el Festival de Cáceres al principio del verano. Es una suerte asistir a un montaje de un ‘moratín’, La comedia nueva, a los pocos días de su estreno en Cádiz, en el marco del Congreso Internacional “Teatro ilustrado y modernidad escénica” que han dirigido y bien los profesores Alberto Romero Ferrer (de la Universidad de Cádiz) y Jesús Rubio Jiménez (de la de Zaragoza), y al principio de una gira que lo llevará al Pavón de Madrid en la Navidad, y luego a Logroño, a Galicia, a Valencia en marzo...
Había muchos alumnos en el teatro, de Bachillerato y de Universidad. No en vano la estudian en clase, en panoramas de segundo y en cursos monográficos, y la lectura que ha hecho Ernesto Caballero les habrá motivado a preguntarse algunas cosas. Por ejemplo, Julia, que ha ido con algunos compañeros de 2º de Bachillerato, me ha preguntado sobre el final algo desconcertante. (La última escena de la segunda parte se convierte, con sutileza y moderación neoclásicas, en un plató televisivo con un actor principal —un principal sobresaliente como José Luis Esteban en el papel de Don Pedro— que adopta las maneras de un Jaime Cantizano o de una Patricia Gaztañaga cualquiera, que tanto da..., ¡puaj!) Un acierto, le he contestado, y lo he confirmado por su reacción y la de sus compañeros en el teatro. Un ejemplo de lectura moderna de un clásico. Un motivo de agradecimiento a los que siguen trabajando para que los jóvenes se suban a las ramas del árbol de la literatura conscientes de su tamaño. De sus años, quería decir.
—Pero lo que decía el actor estaba, básicamente, en el texto de 1792.
Le he dicho.
Y esto es lo principal, que el texto sigue funcionando con un par de pespuntes destacados. Un par, aunque hay alguno más. Al principio, la introducción muy oportuna de un ‘documental’, es decir, un trailer de La destrucción de Sagunto de Gaspar Zavala y Zamora, un dramón más infumable aquí; y, en el medio, uno de esos textos de la policía de los teatros de la época, otro acierto, pues, otro recurso fino.
He explicado en clase esta obra más de una vez, de punta a cabo, y ahora sólo me quedo con la proverbial sabiduría de los responsables de estas dos horas —casi— de buen teatro, desde el camarero Pipí —le restituyo la tilde que le han quitado en esta versión— hasta el sabio Ernesto Caballero.
Reparto: Vicente Colomar, David Lorente, Yara Capa, Natalia Hernández, José Luis Esteban, Carles Moreu, Iñaki Rikarte y Jorge Martín. La escenografía de José Luis Raymond. Vestuario de Javier Artiñano. Iluminación, Juan Gómez Cornejo. El asesor literario, Fernando Doménech. Y tantos otros.
Buenas tardes, y lo siento mucho.
ResponderEliminarSoy un ex-estudiante de Gonzalo Hidalgo Bayal y me gustaría ponerme en contacto con él de alguna manera, y como veo que entre sus blogs allegados se encuentra el suyo, aprovecho vilmente a mi pesar su columna, en un desesperado ntento de comunicación en esta era de descomunicación.
Si no puede ser, no puede ser, pero me gustaría qiue recibiese por lo menos este mensaje:
"Estimado Gonzalo,
exacerbada fue mi alegría al encontrarme entre las páginas de El País su humilde silueta cacereña, un arrebato de nostalgia y morriña (palabra gallega, pero de sentimiento universal) me tocó el alma, y en esos días de decepción y desencanto universitario su foto y su escueta entrevista me acompañaron los tediosos días siguientes, vigilante desde el corcho de mi pared. Espero que este mensaje te llegue. Desgraciadamente, por razones de privacidad espero, no permites los comentarios en tu blog, pero aquí tendrías a un lector fiel y posible comentarista si lo permitieras.
Un saludo.
Miguel Ángel, el que se sentaba ahí enfrente, con el pico cerrado.
PD: Le deseo toda la esdrújula suerte con El espíritu áspero. Yo lo quiero leer."
Hágame el favor señor Lama.