Hablaba hace unos días con Olvido García Valdés sobre Ángel Campos e intentaba expresarle cómo todo lo que pervive de Ángel me recuerda su ausencia. Esta mañana he estado ordenando papeles y han aparecido estas dos fotos. Habíamos viajado Ángel y yo a Gijón para participar en el I Ciclo de Poesía Hispano-Portuguesa que organizaron nuestros amigos de la revista Solaria —Jordi Doce, Jaime Priede, Fernando Menéndez... Fue en octubre de 2001. De camino, recogimos en León a Tomás Sánchez Santiago, y, a la vuelta, al dejarle, dimos un paseo, fuimos a la casa de Antonio Gamoneda y Angelines Lanza —que no estaban—, comimos juntos en León, y Ángel y yo seguimos la ruta. Él se quedó en Salamanca y yo continué hasta Cáceres. Fue un viaje rápido y cansado —conducía yo, como casi siempre con Ángel—; pero enormemente gozoso. Nos reímos mucho y fue un placer el reencuentro con Tomás, con quien estoy en esa foto hecha por Ángel, y que perpetró la otra en la que Ángel y yo posamos delante del pórtico de la catedral y que he arreglado un poco. Cuánta palabra desolada, sin embargo, hemos cruzado estos días pasados Tomás y yo por Ángel.
También esta mañana Ángel en la reseña que Luis García Jambrina ha escrito sobre La vida de otro modo (Poesía 1983-2008) y publicado en ABCD las artes y las letras. Me la anunció ayer, tan amable y tan amigo, Santiago Castelo.
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