Hoy he tomado café a primera hora de la mañana con un compañero de Historia Moderna, que es lo mismo que decir un damnificado por la lamentable situación que está generando en la Facultad la gestión de la reforma de los planes de estudios. Había poca gente en la cafetería, e incluso el personal que la atiende andaba algo perdido. Con razón. Ayer murió uno de ellos, Paco Merino, a los 56 años. A Manolo, un compañero suyo, que se marchaba al funeral, le hemos transmitido nuestra condolencia y nuestra excusa por tener clases.
Merino nos ha servido, a lo largo de estos años, muchos cafés, muchos menús, más de una cerveza, y también ha compartido con algunos, entre los que me cuento, mesa y mantel en cenas navideñas.
La situación de esta mañana era, sin duda, extraña. Cuando uno sólo conoce al finado ha de recurrir a los más accesibles entre los cercanos a él —en ese momento, un compañero de trabajo— para expresar su pésame. Más especial aún fue lo que viví ayer mismo a las siete y cuarto de la mañana en la acera de una calle de Cáceres, San Francisco. Al pasar por el portal —¿el número 2?— de un edificio, vi a una mujer vestida de oscuro que salía acompañada de otras dos, y a la derecha, sobre la batería de coches aparcados, una furgoneta de servicios funerarios dispuesta a arrancar. Ya en la Facultad, anduve en mis cosas, di una clase y recibí la noticia de que Merino había fallecido de madrugada. Vivía en la calle San Francisco de Cáceres; creo que en el número 2. Era él a quien vi tan temprano. En cierto modo, sin saberlo, me despedí de él. A la misma hora en que conocí, sin saberlo, a sus dolientes. Descanse en paz.
Lo siento mucho. !Como es la vida, a veces, o la muerte o ambas!
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