Calle de Gallegos. Cáceres. 9.15 horas. Salgo de casa y me encuentro con una vecina mayor. ¿Irá a votar? Compro la prensa en mi quiosco: una joven huérfana firme en su expresión y un ataúd. Bajo el brazo, dan un sentido especial a mi voto, cinco minutos después. Como si fuese un voto doble. Voto por mí y por Isaías. Voy detrás de mi vecina, que ha llegado antes, por mi demora y la prensa. Iba a votar, sí. El colegio es un palacio. El Palacio del Comendador, hoy Parador de Turismo de Cáceres. Contrasta la nobleza de estas piedras con la humildad de los votantes que veo a esta primera hora de la mañana. Mi vecina, y una pareja que busca con dificultad la entrada al sitio. Siento bien temprano el sentido del voto.
Hospital de Zafra. 11.15 horas. Desde el pasillo me llega la voz de alguien que habla de “las votaciones”. Horas después, en la cafetería, un hombre, que parece aliviarse con un tubo de cerveza después de alguna tarea, dice a otro, más ocioso:
—Es un derecho, qué cojones. Yo voy a ir luego.
¿Irá a votar? Seguro, sí.
Calle de Gallegos. Cáceres. 21.00 horas. Me alegro por los que más se alegran. Una alegría. Y el lamento de que casi el millón de votos de Izquierda Unida valga lo mismo que los doscientos mil del BNG.
No podía estar más de acuerdo en tu última reflexión. Así estamos. Aunque me alegre, como tú, por los que también se alegran.
ResponderEliminarNo se te olvide, Miguel Ángel, que la comparación no se debe hacer sólo con el BNG o Convergencia. Los más beneficiados de esta ley no democrática han sido siempre PSOE y PP, por eso, pudiendo hacerlo, no la van a cambiar. Así son de demócratas. No se te olvide, que lo que escribes puede parecer tendencioso.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con el anónimo. Con una salvedad: reivindico el derecho a ser tendencioso y parecerlo.
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