Ya hablé aquí de Gonzalo Barrientos. Hoy se celebra un merecido homenaje con motivo de su jubilación. Acudiremos varias decenas de amigos y compañeros a comer con él y con su familia. Sé de alguno, como Ángel Campos Pámpano, que lamentará no estar; y también sé que puedo disculpar su inasistencia en su nombre, como certificar su admiración hacia el homenajeado, aunque no venga de nadie que haya compartido con él los pasillos de una Facultad. Ángel debió de conocerle en alguno de esos espacios comunes —pongamos, por ejemplo, la Revista de Estudios Extremeños— que confirman el perfil humanista de este geógrafo, y siempre habló de la Geografía de Extremadura (Universitas Editorial, 1990) de Gonzalo como de un libro muy bien escrito.
Desde los inicios, Gonzalo Barrientos ha venido enseñando Geografía —y más— en nuestra Facultad de Filosofía y Letras. Ha sido un compañero mayor con el que he buscado siempre la conversación, como un sustituto amable de las clases que no me dio. En Cáceres o en Chiclana, en la calle o en su despacho. Últimamente, ahí, en un reducido espacio lleno de libros en estantes y en cajas, pues preparaba en esos días su donación a la Biblioteca Central de la Universidad en Cáceres. Ahí me regaló el otro día un tomito de las Poesías de Ventura Ruiz Aguilera, de aquella colección de los Mejores Autores, la de la Biblioteca Universal, de 1880. Sabe cómo valoro el regalo.
Hoy escenificamos su despedida, que no será tal. Vendrán otros ratos para conversar sobre lo que pasa en la calle y en la vida con alguien que ha sabido cartografiarlas con elegante ironía y escepticismo lúcido.
Mi buen amigo y decano Luis Merino, que ayer, en la ronda de intervenciones en el homenaje, tuvo palabras sabias y hermosas, me anota que Gonzalo Barrientos ha donado sus libros para que físicamente queden en la Sala de Lectura de nuestra Facultad de Filosofía y Letras, y no en la Biblioteca Central. Cierto. Y mejor, más cerca aún para disfrutarlos.
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