No tengo delante más que un apunte tomado en un cuaderno de 1999. Leí un artículo de Carlos Ruiz Silva publicado en el primer número de la revista Castilla, de 1980, en el que daba un texto inédito de Gabriel Miró que era una autodefensa ante una mala opinión de Ortega sobre su novela El obispo leproso (1926). Miró escribió:
“Yo no amo mi oficio, que casi no ejerzo como oficio, yo amo mi arte, o mejor dicho, soy mi arte como soy mi carne y mi sangre; por eso mi máximo deseo de escritor sería no la gloria como consecuencia de un libro puro y bello, sino la gloria de escribirlo mientras lo escribo.”
Se habla de él en círculos académicos, principalmente, pero su huella no está incorporada como merece a la actualidad de los escritores que hoy son los que pueden ayudar a difundir nuestra tradición literaria, aquí, y en Europa, en Europa y en América, en el mundo entero.
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