Hace unos días discutí con ella, por algo que me importa nada apartar hasta lo más alejado de mis convicciones. No merece disgustos. No le di muchos de niño ni de adolescente. Quizá, más adulto, sí. El otro día, sin ir más lejos. Y parece, dirá ella, que a más edad, más preocupaciones por los hijos, más desvelos. —Y esto, con todos los hijos. Dirá ella. Ella merece lo mejor, como ella quiso darme. Ahora está aquí, velo por ella. Comencé a escribir estas líneas al filo de un día que celebró conmigo con la satisfacción de la que ha dado la vida que uno va cumpliendo. Fue el día de mi cumpleaños. Cuando salía Ursula Andress de las aguas del Agente 007 contra el Dr. No (1962), con su machete en la cadera, nací yo.
Mi comparación es amorosa, claro. La diferencia es notoria. Ya le gustaría a Ursula.
El machete de la Andress es como el bolso de mi madre, y las aguas de las que sale la actriz es la acera de la calle en la que nací, ancha, espaciosa para los juegos y los sueños de niños. Felicidades. No diré los que cumple para que no me diga —le enseño mi blog siempre que sale— lo que ella contestó a un individuo un día: —Los suficientes como para saber que ha sido usted un impertinente.
Felicidades.
Felicidades, pues, a los dos. Y la sonrisa que se me ha puesto en la cara cuando te he leído.
ResponderEliminarmuchas felicidades a tu madre por sus años y por tener un hijo que se ocupa de ella de esa manera,ahora que no se lleva.Gracias,
ResponderEliminarGracias en su nombre (y en el mío).
ResponderEliminarMe encanta esto que escribes de tu madre. Es un tópico: cuando pierdes a tu madre te das cuenta realmente de que has perdido algo extraordinaria, y la sensación de orfandad es terrible. Disfruta de tu relación con ella. Te envidio.
ResponderEliminar