Para un texto largo que lleva por título Casa de los Ribera —y que igual quedará, como otros, inédito, o peor, inconcluso, en un cajón o en una carpeta virtual— he anotado en mi cuaderno un comentario sobre lo que publicaba el otro día El País en su última página, la conversación de Javier Rodríguez Marcos con los editores Beatriz de Moura (Tusquets) y Javier Santillán (Gadir). Dice ella que una posible solución al difícil problema de la distribución es el modelo alemán, con una distribución similar a la de los productos farmacéuticos. “Si éstos —dice— pueden llegar a una farmacia, de uno en uno y en 24 horas o menos, ¿por qué un libro no?”
¿Alemán? —pregunto. ¿Modelo alemán? —insisto. ¿Por qué no extremeño? —me digo. El modelo extremeño, sí. Reconozco que es de difícil aplicación para las distribuidoras potentes. Consiste en que uno está en una librería de Cáceres, digamos la Librería Boxoyo, pues fue el caso, y que llega un cliente preguntando por un libro publicado por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura. En ese momento, no hay ningún ejemplar de ese título en la librería; pero una llamada telefónica lo resuelve todo. El librero llama a su distribuidor principal, consanguíneo, que fue el caso, y éste, que tampoco tenía ejemplar del mencionado título, recoge del editor, el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, a doscientos metros, el libro solicitado por el cliente. Yo estaba allí, igual que el cliente; y yo vi cómo el cliente se llevó su libro en poco más de media hora de espera.
El modelo —extremeño, y como en farmacia— está bien; pero prefiero las librerías de fondo. Lo curioso es que yo estaba en una librería de fondo, tan de fondo como Boxoyo Libros, antiguos, viejos; pero valdría para otras de Cáceres, por poner el caso, desde El Buscón a Vicente. Calidad de vida.
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