En las novelas de Galdós —en La desheredada hay un memorable sermón— se mueven con soltura unos personajes preciosos para configurar el universo de este autor mayúsculo. Los ‘peces’. Tengo delante a Manuel María José Pez, el de La de Bringas.
“Cuando hablaba, se le oía con gusto, y él gustaba también de oírse, porque recorría con las miradas el rostro de sus oyentes para sorprender el efecto que en ellos producía. Su lenguaje habíase adaptado al estilo político creado entre nosotros por la Prensa y la tribuna. Nutrido aquel ingenio en las propias fuentes de la amplificación, no acertaba a expresar ningún concepto en términos justos y precisos, sino que los daba siempre por triplicado.”
Lo escribió Galdós en 1884. A pesar de los años, tan familiar, tan común ahora, hoy, ayer, mañana, cuando en la radio hablan los munícipes —tengo uno muy cercano aquí en Cáceres—, los ministros —tenemos uno de los más nuevos y más sabios. Otra vez Manuel María José Pez, que habla:
“Al punto a que han llegado las cosas, amigo don Francisco, es imposible, es muy difícil, es arriesgadísimo aventurar juicio alguno. La revolución de que tantos nos hemos reído, de que tanto nos hemos burlado, de que tanto nos hemos mofado, va avanzando, va minando, va labrando su camino, y lo único que debemos desear, lo único que debemos pedir, es que no se declare verdadera incompatibilidad, verdadera lucha, verdadera guerra a muerte entre esa misma revolución y las instituciones, entre las nuevas ideas y el Trono, entre las reformas indispensables y la persona de Su Majestad.”
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