El bebedor de aire. Sí, el personaje de La desheredada de Galdós. Me fascina esa manera del novelista de introducir su obra con ese primer capítulo, en una de cuyas secuencias aparece esta figura venerable del anciano Canencia, el bebedor de aire.
Pocas veces en clase tiene uno la oportunidad, después de haber leído y hablado sobre lo leído, de notar cierto asombro en las caras y de escuchar expresiones como “¡Qué bueno!”, expresiones compartidas entre ellos y ellas, como el que quiere contagiar al otro el entusiasmo.
Yo sabía que tenía que llamar la atención sobre la manera de Galdós cuando cuenta cómo la lastimosa Isidora Rufete va al manicomio de Leganés a ver a su padre, y habla con el director, y éste sale y la deja un rato en su despacho, sola con el anciano escribiente Canencia, el bebedor de aire, cuyas palabras infunden en la joven una tranquilidad de ánimo y resultan tan juiciosas y amables. Yo sabía esto y que tenía que llevarles hasta el punto inesperado.
Fue en una de esas mañanas tontas, cuando parecen estar pensando en todo menos en lo que uno está diciendo; cuando por momentos una falta de educación te hace dudar, si tu lugar es el que ocupas, o deberías marcharte por preservar tu dignidad sin resultar violento. Y entonces te salva esa forma de asombro tan cómplice, simplemente porque te han escuchado leer unas palabras ajenas, de tan bien escritas. Lo de siempre.
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