El tipo que tenía que venir a casa a repararme un desperfecto no se lo imaginaba. Era posible que en ese momento estuviese intuyendo mi enfado porque habían pasado dos horas desde las ocho y cuarto de la mañana, la hora fijada para su venida. Pero él no podía imaginar que durante la espera hubiese leído casi de cabo a rabo Los apuñaladores, de Leonardo Sciascia (Barcelona, Tusquets Editores, Col. Andanzas, 609, 2006. Traducción de Juan Manuel Salmerón). Quizá por eso no acababa de entender, cuando llegó, que no le recibiese con enojo. Más bien —podría haberle dicho—, gracias a él, durante la espera, pasé un rato muy agradable leyendo esta breve novela en este ejemplar que también tiene su historia cotidiana, unos días antes, naturalmente. Se lo voy a contar, mire usted —podría haberle dicho.
Mi hermano José María, con motivo de mi cumpleaños y en una visita relámpago a su casa en Zafra, me obligó a bajar a la calle, a una librería cercana, me hizo entrar y me conminó a elegir un libro. Fue su regalo. (—Es que, si no, se me pasa—, dijo con fraternal autoridad.) Elegí Los apuñaladores, que tiene poco más de cien páginas de texto en un cuerpo generoso, lo que llevó a mi hermano a decir, delante de la librera y en presencia de mi amigo Miguel Salazar, testigo siempre de tanto, que había sido muy moderado.
La entidad de este gran regalo de mi hermano no se mide, sin duda, por su número de páginas. Es un texto espléndido y me acordé al leerlo de Julián Rodríguez. Primero, porque pensé en que una obra así tiene ese aire que tan bien le va a su Editorial Periférica. O sea, que estoy seguro de que a Julián le encantaría ser el editor de este tipo de obras. Segundo, porque, primero, quizá, se me activó la memoria de algo leído en su blog sobre esta novela de Sciascia. También me acordé de Jesús García Calderón, por la trama procesal del relato.
Las circunstancias que rodean la investigación de trece apuñalamientos simultáneos en la ciudad de Palermo el 1 de octubre de 1862 constituye el centro del relato, que es crónica, ensayo y, al tiempo, alegoría sobre “la derrota de la ley, de la justicia, del sagrado dogma de la igualdad” (pág. 91). Una gozada.
Leer es la mejor forma no desesperar mientras se espera.
ResponderEliminarYo siempre leo cuando espero el tren y el metro. O cuando quedo con algún amigo impuntual. Me llevo un librito dentro del bolso y a leer...
A veces, hasta me da pena que, en contra de la costumbre, llegue pronto...