Parecía estar todo fuera de lugar: los libros, el cliente, yo mismo... En una papelería con libros, un cliente, con desenvoltura y autoridad, requería noticia de las existencias de títulos a la dependienta que, azorada ante el ordenador, buscaba sin éxito los nombres que salían de la boca de aquel individuo, extraños nombres, a juzgar por la necesaria repetición insistente y por el lento y a veces dubitativo deletrear de los mismos. C-A-R-S-O-N M-C-C-U-L-L-E-R-S, y recitaba una serie de títulos consciente de estar siendo escuchado por el resto de la clientela, con la cadencia de quien conoce las obras que nombra y con la displicencia del que va a llevarse cualquiera que tengan para un regalo quizá, una sabia recomendación: El corazón es un cazador solitario, Reflejos en un ojo dorado, La balada del café triste... Nada. Absolutamente nada de este autor.
—Autora— corrige el cliente.
Parecía imposible que no hubiese noticia de esta escritora editada en España por Seix Barral, que no es sello raro. Pero el cliente no se amilanó y tomó como normal el resultado negativo de la pesquisa, dados —quizá— los medios y el mes en el que estamos —digo yo.
—Inténtelo con La Marcha Radetzky.
Y por un instante pensé en que el cliente pedía a aquella mujer que tararease el clásico de Johann Strauss padre, final clásico y descocado del Concierto de Año Nuevo. Por darle un medio, decía yo. No; un nuevo gesto conocido me devolvió a la realidad de la escena: Roth, Joseph. Joseph Roth. R-O-T-H. Me acordé de Álvaro Valverde y la casualidad de que él había escrito en su blog un día antes un texto sobre el autor de, ahora sí, La marcha Radetzky, Crónicas berlinesas, El triunfo de la belleza, La leyenda del Santo Bebedor, que fueron los títulos que recitó el cliente con la misma actitud que había demostrado momentos antes con parte de la bibliografía de Carson McCullers.
Decepción. Eso tuvo que ser lo que sintió aquel cliente cuando escuchó el resultado de la búsqueda.
—¿Seguro que es Joseph?— preguntó el cliente.
Sabía que no, que habría tecleado R-O-T-H y que se había colado Philip, y no Joseph. Yo compré mis lápices y me fui, dejándolos a los dos dando vueltas a un expositor de Anagrama, con los “Compactos” de bolsillo, buscando a Roth. Y a McCullers, a John Banville, a David Lodge, a Daniel Pennac, qué se yo. Buscando a Godot en una papelería.
Querido Miguel Ángel, imagino que habrá sido un error en la vocalización del cliente del post... No es "El corazón de un cazador solitario", sino "El corazón es un cazador solitario".
ResponderEliminarPocas veces la excelencia de un libro hace honor a la excelencia de su propio título. Pero en este caso sí...
Gracias por tanta sorpresa, y cercanía a la vez, en tus historias.
Un saludo
Querido José Manuel:
ResponderEliminarDebería haberme fijado más y percatarme de que el cliente había tenido un lapsus al citar tanto título. Pero no, el lapsus es mío. Ya está corregido y gracias por la observación.
Además, el error hace notoria la excelencia del título verdadero.