Ha merecido la pena recorrer los noventa kilómetros que separan Cáceres de Badajoz (y la vuelta) para escuchar en el jardín de la Biblioteca de Extremadura a Juan Goytisolo y José María Ridao. Han participado en el I Encuentro Internacional de Cultura del Mediterráneo, que ha ideado y organizado Isabel Barceló con el apoyo de la Consejería de Cultura de la Junta extremeña.
Es el caso que conozco bien lo que han escrito los dos, y he tenido el placer de escucharlos en varias ocasiones; y lo de esta noche (ya ayer) no por previsible ha dejado de tener la frescura de lo que se descubre como dicho por primera vez.
Tengo un año menos que Ridao y, si se me permite, me identifico con él en el modo de lectura de Juan Goytisolo y en haber hallado en esa lectura las puertas que me han llevado a otros autores y otros mundos. Hoy José María Ridao ha rendido justo homenaje a Juan Goytisolo, y cada vez que mencionaba a Blanco White, a Fernando de Rojas, a Américo Castro o a Francisco Márquez Villanueva como sitios motivados por el autor de Don Julián, yo, desde la primera fila cabeceaba empujando el aire, como un infla, quiero decir, un hincha.
El público estaba feliz por estar allí. Un señor tomó el micrófono para decir que estaba feliz. Le contestó Ridao feliz y consciente de que el estado de las autonomías —desarrollo y sostenible, no desarrollo identitario— le permitiese ser feliz en Badajoz. Y Goytisolo me confesó su felicidad por "lo de Barcarrota", que no es ningún crimen, sino una "biblioteca", la hallada emparedada en una vivienda de esa localidad.