Catania. La ciudad en la que nació Vincenzo Bellini, el autor de Norma, y de La Sonámbula, su obra más lograda, dicen. Nos quedamos sin ver el Teatro Massimo, uno de los más bellos de Europa, dicen, dedicado al compositor, que también da nombre a los maravillosos jardines en el centro de la ciudad. Vigilada por el Etna, fue devastada en 1693 por un terremoto.
Al sol, en Piazza del Duomo, un mendigo arrodillado pedía limosna sujeto a un cartón en el que justificaba su gesto. Estuve sólo unos instantes junto a él, y al menos tres viandantes se detuvieron para echar alguna moneda en una sucia y pequeña caja sobre el suelo, en la que también había algunos cigarrillos. Incluso algún viandante, un joven con camisa blanca y aspecto amable, se detenía frente al indigente y, después de rascarse el bolsillo con una naturalidad propia del que está delante de una máquina de refrescos, arrojaba su óbolo. Me llamó la atención la hierática postura del mendigo, tan anciano como todos los mendigos sucios y de barba cana, y también la frecuencia de contribuyentes en tan poco espacio de tiempo. Pero sobre todo, las muestras de agradecimiento de aquel hombre cada vez que alguien dejaba su limosna. Un agradecimiento sentido, la expresión educada de una dignidad oculta por aquellas ropas percudidas, el gesto correspondiente de un profesional que sabe que no puede perder, a pesar de todo, la compostura por muy agradecido que esté a quien le ayuda, y que ha de seguir manteniéndose frágilmente de rodillas como un elemento más de una bellísima plaza. Pocos metros antes, en el parque que da entrada a la ciudad desde el puerto, bajo los ojos de un puente, los catanenses juegan a las cartas en mesas y sillas que parecen traídas de las propias casas. Otros, se arremolinan con billetes de euro en las manos apostando por los que lanzan unas monedas al suelo. Como las que recoge el mendigo del Duomo dando por finalizada su jornada laboral; como las que gastamos los turistas en esta bella ciudad de Catania. Quizá dentro de unos años las monedas, los mendigos y los turistas se multipliquen y la ciudad no sea tan llevadera. Ojalá, como todo, que sea sostenible.