Estaba cansado de que el carpintero llegara siempre a horas tan intempestivas. Fuese lo que fuese, cobrar una factura, hacer un arreglo pendiente. Siempre en hora inoportuna. Resignado a la costumbre, se sobreponía y atendía al artesano y a quien con él viniera. Y casi siempre la pregunta:
—¿Y usted se ha leído todos estos libros?
Y siempre la misma respuesta:
—No, todos no.
Un día intempestivo en hora inoportuna llegó el carpintero para rematar una moldura y volvió a aludir a la lectura:
—¿Y dice que no se ha leído todo esto? ¿Entonces?
Y entonces el personaje del cuento que se corresponde con el dueño de la casa, de los libros y, por consiguiente, con el pagador de la factura del carpintero, le dijo:
—No, todos no. ¿Pero se imagina usted que quiere leer un libro o una página de un libro y que ese libro lo tiene usted aquí, tan a la mano? ¿No le parece ideal?
Entonces, el carpintero se le quedó mirando, y el otro personaje del cuento también. Se abrazaron, comenzaron a besarse y acabaron haciendo el amor salvajemente.
—¿Y por qué “salvajemente”?—, me preguntó el carpintero.
Entonces, el carpintero y su cliente siguieron besándose y haciendo el amor.