Si yo hubiese sido el editor de la novela de Gonzalo Hidalgo Bayal, PARADOJA DEL INTERVENTOR (Badajoz, Del Oeste Ediciones, 2004), no habría publicado el texto que va en la cubierta posterior en la cubierta posterior. Habría encargado un texto a un lector avezado, un texto incitativo a la lectura y dejado ése como nota del autor, firmado con sus iniciales, G.H.B., quizá al final de la novela, o al principio, o en una de las solapas.
El texto publicado, sin firma, dice:
“Si por paradoja se entiende, en efecto, según las voces del diccionario o la retórica, toda aserción absurda presentada con apariencia de razonable o toda coexistencia ilógica de cosas cuya incompatibilidad se resuelve por debajo del enunciado, Paradoja del interventor se aviene textualmente a las menudencias de la definición, no sólo porque el interventor del título no sea interventor o porque su única fortaleza sea la mansedumbre, sino también porque se mueve en el sinsentido de dos realidades incompatibles, una superficial y otra subterránea, como un habitante (sin mitologías) de la caverna, y porque, en definitiva, frente a la subordinación necesaria de episodios que exige la lógica narrativa, la desventura se disuelve en la yuxtaposición lineal y aleatoria, entre la inercia y la fatalidad, de una trama vacía.”