En una personalísima crónica publicada hoy en El País Semanal, Juan José Millás ha vuelto a escribir sobre Nevenka Fernández y aquel caso de acoso sexual —o violación, aunque los términos en materia legal sigan siendo distintos. «Esta es la historia de una mujer sensata que cuando se dio cuenta de que todo lo que le habían contado era mentira, fue al juzgado, denunció los hechos y lo puso todo patas arriba», dice Millás, que ya publicó en 2004 el libro Hay algo que no es como me dicen sobre la experiencia de la joven concejala de Hacienda y Comercio del Ayuntamiento de Ponferrada que, en marzo de 2001, denunció al alcalde del Partido Popular, Ismael Álvarez, por acoso sexual y laboral. Dicen los medios que el caso Nevenka es la historia de una mujer que estuvo en entredicho y la de un acosador que, a pesar de la condena, no perdió en ningún momento el apoyo de su partido —Ana Botella, la esposa del presidente Aznar, entre otras destacadas personas— y de una sociedad que sigue considerando a la mujer como un objeto al servicio del hombre. Yo he estado hoy con una mujer admirable, y al llegar a casa, cuando he leído la crónica de Millás, he vuelto a acordarme de mujeres que conozco y de otras muchas que no conozco. A pocos metros de donde vivo, con esa misma persona admirable tomé una cerveza hace ya bastantes semanas —pasa el tiempo—, cuando también aquí leí otra crónica de Álex Vicente sobre una conversación con el autor de Hombres justos, Ivan Jablonka (Anagrama/Libros del Zorzal, 2020), en la que se hablaba de la masculinidad descarriada, del patriarcalismo del que algunos hombres queremos estar al margen, y de cómo se puede refundar la virilidad para hacerla compatible con la igualdad de género. A aquel bar llegó un individuo con una mirada insultante. Era uno de esos tipejos feos y barrigones que llenan el lugar que invaden con su autoridad y displicencia, y su mirada obscena y guarra hacia una mujer atractiva, a la que no se atrevió a decir nada porque estaba conmigo. Fue el 5 de diciembre del año pasado, y hoy me he acordado al leer el texto de Juan José Millás, a quien también escucho las mañanas de mis domingos en A vivir que son dos días (Cadena SER). Qué cosas. Qué lamentable.
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