sábado, agosto 03, 2019

Me gustan todas


Desde la primera, todas me han gustado. Mis allegados dicen que no tengo criterio; pero lo cierto es que a todas, incluso con sus defectos, encuentro algo bueno. Casi todas han pasado por mis manos, he tenido el gusto de sentirlas, como en mis brazos, llevándolas a la cama o sobre el escritorio. O en el sofá y en todos los lugares propicios, como dijo el poeta, desde la mesa de la cocina hasta un banco en el parque. En aviones, autobuses o en el asiento de un vagón de metro. A otras solo les he puesto los ojos encima, sin roce; y las he sentido como el que mira un objeto deseado en un escaparate. Pero esta diferencia de trato no ha influido nunca en lo que he sentido con ellas; y ha sido determinante la recomendación de otros. Me dejo llevar por lo que ellas me dicen, por los lugares en los que estamos juntos —por cualquier quicio— o a los que me llevan, por todo lo que me sugieren, lo que me enseñan, por todas las palabras con las que aprendo, a veces como si me las susurrasen al oído. Hay una complicidad que se sustancia casi siempre en el tiempo que pasamos a solas. Con música, incluso con el televisor encendido, que, llegado el momento, y es recomendable, hay que evitar que suene. Otras veces no estamos solos, compartimos con otros todo, como si necesitásemos las relaciones sociales como forma de vida fuera de esta intimidad de un hogar cómodo, una luz natural que entra por la ventana o ese inevitable foco artificial del que uno se sirve para seguir disfrutando de ellas cuando es de noche. Obras que leo. Lecturas que me ocupan el tiempo en esta cuenta atrás de una vida tan corta que no me va a permitir disfrutar de todas las que deseo conocer, y que meto en casa, sin consultar a nadie, sin pedir permiso. A otras las conozco en casa ajena, fuera, y tengo la suerte de que la biblioteca me permite traérmelas aquí y disfrutar con ellas. Me las prestan. Así dicho, parece como de trata, de demasiado mercadeo, y alguno creerá que las tengo como objetos. No. Ellas saben que no, que son la sal de la vida. Y el ingrediente principal de mi trabajo. Hay entre mis allegados quien me dice que no puedo acumular tantas, que no me caben ya en casa; y yo no hago mucho caso. Dos notas finales: espero que nadie se moleste por la foto y el juego con ella y el título y texto de esta entrada. No he podido dar la referencia de autoría de la instantánea, sacada de esta página, que lleva un texto de Guillermina Torresi. También quiero decir que la primera y única persona que escuchó este texto antes de publicarse fue Mabel Dordio, a quien quiero tanto.

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