jueves, agosto 01, 2019

Agosto


He recibido agosto con una canción de Lila Downs, «Ser paloma», que canta con la también mexicana Carla Morrison en su disco Salón, lágrimas y deseo (2017), que me traje de un concierto de Lila que vimos en directo C. y yo en Madrid en noviembre de ese año, un disco dedicado: «Para la mujer, la que lucha por el día y por la noche, la que baila en la ciudad, la que se levanta aunque pese la oscuridad a su alrededor…». Y recibo agosto con estos versos de Ida Vitale, de un libro de 1953, Palabra dada. «Agosto, Santa Rosa», se titula, y dice así:

Una lluvia de un día puede no acabar nunca,
puede en gotas,
en hojas de amarilla tristeza
irnos cambiando el cielo todo, el aire,
en torva inundación la luz,
triste, en silencio y negra,
como un mirlo mojado.
Deshecha piel, deshecho cuerpo de agua
destrozándose en torre y pararrayos,
me sobreviene, se me viene sobre
mi altura tantas veces,
mojándome, mugiendo, compartiendo
mi ropa y mis zapatos,
también mi sola lágrima tan salida de madre.
Miro la tarde de hora en hora,
miro de buscarle la cara
con tierna proposición de acento,
miro de perderle pavor,
pero me da la espalda puesta ya a anochecer.
Miro todo tan malo, tan acérrimo y hosco.
¡Qué fácil desalmarse,
ser con muy buenos modos de piedra,
quedar sola, gritando como un árbol,
por cada rama temporal,
muriéndome de agosto!

Ida Vitale dice en otro momento de su obra poética que el sobresalto fuera y dentro del poema es como aire contenido, y se recrea en el mero acto de leer y releer una frase, una palabra, un rostro, dice, y hay un momento en el que yo entiendo que ella hace una recomendación: «Caminar despacio, a ver si, tentado el tiempo, hace lo mismo».

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