viernes, diciembre 30, 2016

Colas


Creo que fue mi compadre M. quien me dijo que la proverbial exageración sevillana divulgaba que lo que realmente quedó pasada la Expo del 92 fue el hábito de hacer cola, y que se veía a la gente guardarla aunque fuese en el ancho mostrador de una farmacia o delante del kiosco para comprar el periódico. Los de provincias no hacemos cola, por ejemplo, para coger el autobús. Llegamos a la parada y aguardamos, sentados o en pie, hasta que llega el nuestro y nos juntamos en la puerta para ir entrando con cortesía. Reconozco que me siguen llamando la atención las largas filas, como no hace mucho en la Ciudad Universitaria de Madrid, frente a Ciencias de la Información. De allí, de la capital, aparte de un buen paseo, buenas exposiciones y un poco de teatro, nos trajimos hace ya semanas una noción de la cola que poco tiene que ver con las habituales esperas en fila, como la que había en la acera de los impares del Paseo de Recoletos para visitar Los fauves. La pasión por el color, la excelente exposición programada por la Fundación Mapfre hasta finales de enero de 2017. Pasamos, pasado el mediodía, y regresamos después de comer para entrar sin esperas y con muy pocas personas en las salas. Aquella misma tarde de un viernes volvimos a ver la previsible cola del Cristo de Medinaceli, que, a pesar de todo, me sigue sorprendiendo. Esas aceras grises saben mucho más de miserias que los confesonarios y están tan cerca de las Cámaras que parecen proclamar el fracaso de quienes deberían ser responsables de nuestro bienestar. Si ellos fallan, la superstición triunfa. O las Loterías y Apuestas del Estado, que tienen otra de las grandes colas de España, tan real que podría convertirse en un símbolo con nombre de señora venerada: Doña Manolita. Y no acaba ahí la cola, quiero decir, la cosa. Una noche de sábado, de vuelta al hotel, nos llamó la atención la larga fila de jóvenes que trazaba la esquina de la calle de Atocha con el Paseo del Prado. No era horario ni era público para exposiciones o para rezos. Varias preguntas de algunos chicos llegados por oleadas en trenes de cercanías a la capital —la Kapital, más bien— nos sacaron de dudas sobre lo que finalmente era una macrodiscoteca de moda. Al día siguiente, domingo, pude ver la programación de aquella atracción para las masas, y poco después, esa misma mañana otra confirmación de la quintaesencia de la cola en la que se forma para adorar al Santo Niño del Remedio —los días trece de cada mes—, esta vez cerca de la sede de la Comunidad de Madrid. Son solo unos ejemplos. P. s.: una búsqueda en la red de imágenes de «colas» depara decenas de tonificados culos femeninos. Lo que son las colas; perdón, las cosas.

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Es una manera que se me ocurre de ver cómo se aleja el año 2016. Puente de plata para él, que nos avisó —cabrón— en febrero con un estado pre-mortem de mi madre para darle la puntilla el último día de noviembre. Hay que tener mala idea. Ella, al menos, se repuso en esos diez meses y nos dio alegrías con apetito y sonrisas, sus mejores constantes vitales. Que uno de los más beneficiados por este año que se va sea Cristiano Ronaldo me exaspera, después de los atentados de Bruselas, de Ankara, de Niza, de Kabul, de Berlín..., de los muertos en Siria, del paro y de la pobreza, de la educación en España y de los terremotos. 2016 se ha llevado también a mi amiga de juventud Concha Merchán, a Alberto Gil Novales, a Víctor Infantes y esta misma mañana me he enterado de que un jovencísimo alumno de mi Facultad no ha aguantado más este mal año. Con razón decía mi padre lo de los bisiestos. Él murió en bisiesto hace veinticuatro y bisiesto fue aquel funesto 2008 con tanto golpe fatal —Ángel Campos, Manolo Peláez...—. Este 2016 no ha querido irse sin fastidiarnos las fiestas y desde el jueves 22 tengo un mensaje de C. que decía «Estoy en urgencias con mi madre», en un hospital del que saldrá mañana con el alta, una prótesis de cadera y sus noventa y cuatro años. Y ahora, por si fuera poco, este año, en sus estertores, manda punzaditas a mi conciencia ecológica para incomodarme con la luz de la cocina de mi vecino de enfrente, encendida día y noche desde el miércoles 28 hasta que vuelva su dueño el próximo año. Lo dicho, mala idea.

Hija por Matilde Muro


A principios de mes me encontré a Matilde Muro Castillo (MMC) al lado de casa, en el NH Palacio de Oquendo, en donde ella había organizado un colorido mercado solidario. Como siempre, entregada a causas de interés, sin perder el tiempo en bobadas como ver en la televisión el tiempo que ha hecho hoy. Ella no sabía que hace unos años cancelé mi apartado de correos y por eso se extrañaba de que sus felicitaciones navideñas le fuesen devueltas. Anotó mi dirección y, cuando nos despedimos, ya sabía yo que este año no iba a quedarme sin su original felicitación. Llegó el martes. Hija, se titula, de MMC. Es un homenaje también, por su presencia, a los añorados cuadernos de Baluerna, me dice en una nota. Sobre Nazeema, la hija de Matilde. Es un relato real. Un relato real en un sentido literario, a la manera de Javier Cercas, sobre hechos cosidos a la realidad, a una realidad luminosa e intensa. Pero también real —y fantástico— por la presencia que en él tiene el padre de la niña protagonista, Nazeema, el Rey Baltasar, uno de los Reyes Magos de Oriente, sí. El regalo de Matilde Muro este año ha sido un cuento precioso que trata sobre su hija. Un regalo real. P.S.: me alegraría mucho que ella reprodujese en cualquier medio con más difusión el contenido íntegro de su texto, para que muchos lectores compartan esta satisfacción.

domingo, diciembre 25, 2016

Un libro jubilar


No voy a necesitar el próximo cuatrimestre muchos argumentos para justificar en los primeros temas de mi asignatura sobre Textos españoles contemporáneos el subtítulo que tiene de «Tradición y modernidad». Para la vanguardia poética del siglo XX me bastará con mostrar y remitir a este volumen de más de quinientas páginas de Francisco Javier Díez de Revenga, Los poetas del 27: tradiciones y vanguardias (Murcia, Ediciones de la Universidad de Murcia, 2016). En él hay numerosos ejemplos de ecos medievales, renacentistas, barrocos o románticos en los poetas del 27; pero, al mismo tiempo, ensayos sobre las relaciones de los escritores de aquella generación, sobre las antologías y revistas, sobre el contexto de un libro como Amor en vilo, dedicado a la amada de Rafael Alberti, la catalana Beatriz Amposta, etc., etc.. Un libro «jubilar» llaman en el «Prólogo» sus compañeros y amigos Ana L. Baquero, Francisco Florit y Mariano de Paco a este homenaje que publica su Universidad de Murcia porque en los veinticuatro artículos que lo componen, Javier Díez de Revenga, en su jubilación «nos ofrece una muestra  selecta y preciosa de su quehacer investigador en uno de los campos que más ha transitado […] y que más prestigio y reconocimiento le han dado entre la comunidad científica nacional e internacional: el de los poetas del 27 y, especialmente, lo que podemos llamar la tradición áurea, es decir, en este caso concreto, la recepción de la literatura del Siglo de Oro por parte de los miembros del grupo poético del 27» (pág. 10). El libro es un reconocimiento merecido a quien ha dedicado gran parte de su vida profesional a la lectura y el estudio de los textos de otros, y, de manera muy reiterada, a los de esa segunda edad de oro de la literatura española que fue la vanguardia del primer tercio del siglo XX. Después de la presentación del volumen y homenaje al autor del Panorama crítico de la generación del 27 (Madrid, Editorial Castalia, 1987), se pudo leer en prensa esta declaración de Díez de Revenga: «Lo que más me ha enriquecido en la vida universitaria es la amistad». No hay que forzar mucho el significado de lo dicho para aplicarlo a todos los poetas de los que se habla en este libro y con los que, de un modo privativo e íntimo, se ha relacionado el estudioso; pero una demostración contundente y real de esa manifestación es que cada uno de los veinticuatro capítulos de Los poetas del 27: tradiciones y vanguardias va encabezado por una dedicatoria. A veinticuatro amigos: Jesús Montoya Martínez (las páginas de los poetas del 27 y la Edad Media), José Luis Bernal Salgado (Bécquer, Espronceda y los del 27), Julio Neira (Picasso y los poetas del 27), Jaime Siles (humorismo y vanguardia), Francisco Díaz de Castro (las revistas poéticas), Miguel Ángel Garrido Gallardo (antologías poéticas), Gregorio Torres Nebrera (el teatro de Pedro Salinas), Pilar Celma Valero (Salinas ensayista), Victorino Polo García (Rubén Darío y Salinas), Rogelio Reyes Cano (Jorge Guillén y su Cántico, entre Murcia y Sevilla), Francisca Moya del Baño (Guillén y la literatura clásica), Gabriele Morelli (cartas de Guillén a Valdivieso), Jacques Issorel (Gerardo Diego), Irma Emiliozzi (Alberti y Diego y el teatro del Siglo de Oro), Antonio A. Gómez Yebra (Gerardo Diego y Dámaso Alonso y la lírica del Siglo de Oro), José Paulino Ayuso (Diego, Aleixandre y Dámaso Alonso), Luciano García Lorenzo (los poemas de guerra de Aleixandre), Giancarlo Depetris (Aleixandre y Lope de Vega), Christian de Paepe (por un soneto de Federico García Lorca), Nigel Dennis (Yerma), Itziar López Guil (el poema Oda de Cernuda), José María Balcells Doménech (Luis Cernuda), Manuel J. Ramos Ortega (Versos sueltos de cada día, de Alberti) y Loretta Frattale (Alberti en Roma).

sábado, diciembre 24, 2016

Navidad. Año nuevo. Lo que sea


Hay un cuento de Augusto Monterroso que se titula así, «Navidad. Año nuevo. Lo que sea» (de Movimiento perpetuo, 1969), cuyo significado, con el tiempo, ha ido ganando intensidad por mor de los avances de la tecnología en velocidad, multiplicidad o inmediatez en las comunicaciones, tan patentes en estas fechas. Pervive la costumbre de felicitar al prójimo; pero ahora se ha facilitado —y vulgarizado— tanto que cuando aparece tu nombre antes o después de una felicitación aprecias el gesto como si recibieses el mejor de los regalos. Como si realmente fuese igual que cuando te sentabas a escribir a mano varias decenas de christmas que enviabas a tus familiares y amigos. Está bien, en cualquier caso. Lo dicho. O lo que sea. Monterroso escribía, a propósito de algo parecido a esto, sobre «Las tarjetas y regalos que año tras año envías y recibes o enviamos y recibimos con ese sentido más o menos tonto que te o nos domina, pero que paulatinamente a base de una interrelación de recuerdos y olvidos vas o vamos dejando de enviar o recibir, como, comparando, esos trenes que se cruzan a lo largo de la vía sin esperanza de verse nunca más; o mejor, ahora autocriticando, pues la comparación con los trenes no resulta buena ni mucho menos, toda vez que se necesita ser un tren muy estúpido para no esperar volverse a ver con los que se encuentra; entonces más bien como esos automovilistas de clase media que, por el simple hecho de serlo, cuando se desplazan en su automóvil se sienten como liberados de algo que si uno les pregunta no saben qué cosa sea, y que una vez, una sola vez en la vida, coinciden contigo frente a un semáforo en rojo, y con los cuales durante un instante cambias tontas miradas de inteligencia al mismo tiempo que disimulada pero significativamente te arreglas el cabello, o te acomodas el nudo de la corbata, o revisas tus aretes, o te quitas o te pones los anteojos, según creas que te ves mejor, bajo la melancólica sospecha o la optimista certidumbre de que nunca más lo vas a volver a ver, pero no obstante viviendo ese brevísimo momento como si de él dependiera algo importante o no importante, o sea esos encuentros fortuitos, esas conjunciones, cómo calificarlas, en que nada sucede, en que nada requiere explicación ni se comprende o debe comprenderse, en que nada necesita ser aceptado o rechazado, ¡oh!» (Augusto Monterroso, Cuentos. Madrid, Alianza Editorial, 1986, págs. 131-132). Me he acordado de este cuento de los encuentros fortuitos que pueden tener la misma intensidad que las efusiones de ánimo de ahora. Así que mis mejores deseos para ti y para todos los tuyos en todos los días del año y en todos los años de vuestra vida. Feliz Navidad. 

viernes, diciembre 23, 2016

De libros recibidos

Me acordé este miércoles pasado de una entrada del blog de Álvaro Valverde titulada «¡Avalancha!», en la que exclamativamente agradecía los muchos envíos de libros que le llegaban —y siguen llegándole—, al mismo tiempo que confesaba no dar más de sí, no poder abarcar tal aluvión de páginas enviadas, en su mayoría —digo yo—, con la pretensión de que fuesen comentadas o mencionadas por él. Esto suele parecer lo más importante para algunos remitentes, y no que esas páginas se lean con la dedicación que merecen; porque, de ser así, de leer con el debido detenimiento, se perdería la actualidad, la oportunidad, dar el primero. El miércoles, el día de mi última clase de este tramo del curso, de mi última clase de este año, pensé en esto al abrir en mi despacho de la Facultad los tres sobres que había recogido minutos antes en conserjería. Contenían sendos libros: Confesiones del apócrifo Cervantes, de Jaime Covarsí (Cáceres, Tau Ediciones, 2016), una novela; Gremios, de Ramón Pérez Parejo (Madrid, Devenir, 2016), un libro de poemas que ha sido premio de poesía Blas de Otero; y Venceréis, pero no convenceréis. La última lección de Unamuno, de Pollux Hernúñez (Madrid, Oportet Editores, 2016), una recreación histórica —y al parecer bien fundamentada— de aquel acto celebrado en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936 que tanto marcó los últimos días del insigne don Miguel de Unamuno escrita por un latinista y traductor, salmantino de cuna y australiano de adopción. Espero tener salud y tiempo para hablar de ellos. Y de Nemo, de Gonzalo Hidalgo; de Trabajar cansa, de Javier Morales; de la edición de Guerra viva, de José Herrera Petere, que hizo Guillermo Ginés Ramiro; de los libros de ensayo y de investigación que ha publicado desde 2015 Fernando Durán López; de la antología de poesía española Re-generación de José Luis Morante; de las Todavía más virutas de taller de Miguel D'Ors; de los relatos de Nicanor Gil Te tendré que matar; del monumental libro de Gonzalo Pontón La lucha por la desigualdad. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII; de aquella lejana antología de la poesía de Jordi Doce Nada se pierde; de Demagogias, un estimulante libro de Carlos Reymán Güera; de la poesía de Juan Carlos Marset en Días que serán; de la traducción de la obra de Dominick LaCapra Historia, literatura, teoría crítica; de la mayoría de los libros de la fotografía de arriba... En fin, ni salud ni tiempo. Libre albedrío.

jueves, diciembre 22, 2016

Otra vez a menos

He encontrado esta nota entre los retales que tengo guardados como textos en fárfara para publicar algún día aquí. La nota debe de tener más de cinco años; pero conserva su vigencia, como se podrá apreciar. En mí no debe sonar a nuevo, que ya puse en este blog un «A menos» en 2009. Su primer título fue «Vamos a menos», que es como comienza: Vamos a menos, sin duda. Por mucho que quieran maquillar el progreso con los logros de la tecnología, el desarrollo industrial y los conceptos macroeconómicos en los que el beneficio a espuertas es la única unidad de medida. Vamos a menos. Lo más inquietante es que los que hemos ido siempre en el furgón de cola queramos salir de él intentando emular a los que están a la cabeza. Una sociedad en la que la educación sigue estando sometida a reformas, después de tanto tiempo, cuando continúan estando vigentes —y es duro decirlo— los planteamientos de quienes en el siglo XIX estaban convencidos de que el progreso de un país pasaba por el fomento de su sistema educativo, una sociedad así debe estar enferma.  No hay que ir a las aulas ni acudir a informes europeos sobre rendimientos académicos; basta con pasear por los parques, escuchar cómo habla la gente, leer las cifras de víctimas de violencia de hombres contra mujeres, o en los periódicos los logros del llamado pacto educativo, ver un partido de fútbol desde la grada o algunos programas televisivos desde el sofá. Y comparar el sueldo de un maestro con el del jefe de prensa de un club de fútbol de Primera División. Basta con eso para concluir que vamos a menos por una razón estricta de desinterés por el fomento de la educación como puntal básico de la sociedad.

José María Lama


© Fotografía de José Víctor Pavón
Hoy es su cumpleaños. Le he dedicado aquí más de una entrada, y en alguna he pedido una calle para él. El 18 de diciembre de 2015 durmió en casa y anoté en un cuaderno la intención de felicitarle con unas palabras aquí que salen ahora. Hace más de cuarenta años que no dormimos en la misma habitación. Cuando lo hacíamos, él me leía poemas de aquella antología que hizo Vicente Gaos y actualizó Carlos Sahagún en Cátedra de los poetas del 27. «(El alma vuelve al cuerpo, / Se dirige a los ojos / Y choca) —¡Luz! Me invade / Todo mi ser. ¡Asombro!». Y yo me dormía, protestando, con los versos de Guillén. Y así todas las noches de quien años después iba a dedicarse a la enseñanza de la literatura. Mi hermano Josemari es licenciado en Historia por la Universidad de Extremadura, en la que ahora realiza estudios de doctorado para leer su tesis con la misma ilusión que se tiene a los veintipocos años. Fue director de la Universidad Popular de Zafra (1983-1985), coordinador de formación de la Federación Española de Universidades Populares (1986-1987), coordinador técnico de la empresa Taller Zafra de Educación Popular (1988-1993), director de la Escuela Taller de Monesterio y de la Unidad de Desarrollo «Las Moreras» (1994-2004), gerente del Centro de Desarrollo Comarcal de Tentudía (1997-2003), director técnico de la empresa e-Cultura.net (2004-2012) y actualmente es socio y director técnico de la cooperativa de consultoría cultural y de contenidos +magín, en donde comparte trabajo e inquietudes con Manuel Romero y Francisco Javier M. Romagueras. En sus campos principales de investigación —el siglo XIX en Extremadura, la II República española y la Guerra Civil—, ha demostrado con creces su capacidad. Es autor de un libro sobre el último alcalde republicano de Zafra, Una biografía contra el olvido: José González Barrero, alcalde de Zafra en la II República (2000), y del excelente y valiente libro La amargura de la memoria. República y guerra civil en Zafra (1931-1936) (Badajoz, Diputación Provincial, 2004), por el que recibió el Premio de Investigación Histórica «Arturo Barea» de la Diputación de Badajoz. Ha coordinado los volúmenes Ayuntamientos y democracia en Extremadura (2007), Extremadura y la modernidad. La construcción de la España constitucional (1808-1833) (2009) y Los primeros liberales españoles. La aportación de Extremadura 1810-1854 (Biografías) (Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz, 2012). Ha escrito también algunos ensayos sobre temas educativos y es autor de un libro de poemas, Nido de antófora (1988). Es un «máquina», como le llama su amigo Luciano Feria en un impresionante texto inédito que estoy leyendo, en su aspecto durativo, porque tiene seiscientas páginas. Y es un tipo muy querido. Felicidades.

domingo, diciembre 18, 2016

Poesía y Naturaleza


El poeta y ensayista Alfonso Alegre Heitzmann, director de Ediciones de la Rosa Cúbica, impartirá este curso sobre «Poesía y naturaleza: la palabra del bosque», en la Universidad de Barcelona desde el 31 de enero hasta el 6 de abril. Más información aquí.

viernes, diciembre 16, 2016

Aguinaldo nº 20 (En el arca chica)


Supongo que los muchos amigos de Víctor Infantes que hayan recibido el aguinaldo de este año 2016 habrán sentido el mismo escalofrío que yo cuando recogí el pasado miércoles de mi buzón un sobre de 16 x 23 cm. con mi nombre y dirección puestos con su esmerada y característica caligrafía. Y un matasellos de carta ordinaria desde Hoyo de Manzanares de fecha 12 del presente mes, casi dos semanas después de la muerte del profesor y bibliógrafo, «príncipe de los bibliógrafos», como le llama Juan Carlos Conde en su necrología publicada este jueves en ABC. Dentro, el aguinaldo de este año, con una tira de papel que informa: «Víctor Infantes murió el día 1 de diciembre. Días antes había recogido de la imprenta el aguinaldo de las navidades 2016 y había empezado su ritual de escribir las direcciones, tarde a tarde. | Se cumplen 20 años de estas felicitaciones que para sus amigos marcaban las navidades y esperaban con curiosidad. Solo la generosidad lo movía y una vez más este año no ha faltado. Vale.» Supongo que detrás de este texto está José Manuel Martín, que ha venido acompañando a Víctor Infantes durante todos estos años en este gesto de amante de los libros y de la letra impresa en cualquier soporte. Bueno, en papel, principalmente. Y se diría que José Manuel Martín —con Víctor— responde a mi incertidumbre sobre el aguinaldo de este año. Toda una demostración de cómo era Víctor Infantes, infatigable, apasionado, enemigo del desaliento. Tan tremendo que, ausente, no ha defraudado. Y aquí está de nuevo con otra sutileza bibliográfica llena de enigmas, homenajes y denuncias. Con Ana Martínez Pereira —con quien firma el «Encuentro» y con quien ya hizo el Censo de ejemplares de la primera edición del Quijote del 15— nos regala «Enla arca chica». El ejemplar cervantino de la Segunda parte del ingenioso cavallero don Quijote de la Mancha (Madrid, Juan de la Cuesta, 1615), una reproducción de la portada de ese ejemplar que lleva la firma de Miguel de Cervantes y la indicación del lugar en el que debió de guardarlo: en el «arca chica» de su hogar madrileño de la calle del León. Se aprecia en esta nota de presentación la convicción apasionada de Víctor Infantes, su indignación por la falta de sensibilidad de un propietario ignorante y su retranca contra «las divagaciones de la crítica cervantina de sillón y mesa camilla, lejos de los archivos y las bibliotecas». Y concluye: «Sí, este ejemplar de la edición de 1615, aparecida en el otoño de ese año, sabemos ahora que lo tuvo entre las manos Miguel de Cervantes y que, quizá, por estar en los últimos momentos de su existencia, rubricó su posesión para la posteridad entre sus bienes más personales». Con parecida conciencia a la del mismísimo Víctor Infantes cuando escribió los nombres de sus amigos en los sobres destinados a su aguinaldo número 20, el de 2016, la fecha de su infausta muerte y la del cuarto centenario de la de Miguel de Cervantes.



lunes, diciembre 12, 2016

Cómo se hizo El Quijote del Siglo XXI


El Departamento de Filología Hispánica y Lingüística General y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura han programado para el miércoles 14 de diciembre —a las 10:00 horas en el Salón de Actos de la Facultad de Letras— todo un acontecimiento para finalizar este año cervantino 2016, en el que se ha conmemorado el cuarto aniversario de la muerte del insigne escritor: una charla-coloquio sobre cómo se hizo la ficción sonora de Radio Nacional de España El Quijote del siglo XXI: versión radiofónica. Una adaptación de la novela cervantina con la que Radio Nacional de España celebró en 2015 el cuarto centenario de la publicación de su segunda parte. La grabación contó con la colaboración de la Fundación BBVA y se llevó a cabo cincuenta años después de la que realizaron en los estudios de Radio Nacional en 1965 actores como Adolfo Marsillach, Fernando Rey, Francisco Rabal o Nati Mistral. En esta ocasión, participaron José Luis Gómez (narrador), José María Pou (Don Quijote), Javier Cámara (Sancho Panza), Michelle Jenner (Dorotea), Antonio de la Torre (Ventero) o Concha Velasco (Duquesa) entre otros. El proyecto estuvo coordinado por la dirección de Programas de RNE, con guion y adaptación a cargo del filólogo Francisco Rico. La versión fue dirigida y realizada por Benigno Moreno y la música la creó Luis Delgado, además de la participación del equipo de ficción sonora de RNE y la colaboración del experto cervantino Emilio Pascual. El primer capítulo de la serie se emitió el 23 de abril de 2015, Día del Libro, y el resto de episodios fue incluido como espacio de los viernes en el programa de RNE El ojo crítico. El Quijote del siglo XXI fue presentado en junio de este año en Cáceres, en el curso de verano Lecciones de Teatro Clásico, que se dedicó al teatro de Cervantes, por el periodista y escritor Ignacio Elguero, director de programas de RNE y primer promotor de la adaptación radiofónica, por Benigno Moreno, director de la obra, y por Emilio Pascual, asesor literario de la serie. Estos dos últimos vuelven a Cáceres para hablar de nuevo a los estudiantes universitarios y a todo el público interesado sobre esta singular creación colectiva, en un acto que servirá de colofón en Letras de la conmemoración del cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes.

jueves, diciembre 08, 2016

Esto no es la literatura (II)

Suele Óscar López, en su admirable programa Página 2, iniciar cada entrega con las primeras preguntas y respuestas de la entrevista con el escritor que protagoniza el capítulo. En el del pasado 21 de noviembre fue la narradora sevillana Lara Moreno, por su novela Piel de lobo (Lumen).  El presentador dice: —Un buen día, Sofía y Rita, dos hermanas treintañeras, van a la casa familiar que tienen en la playa, donde vivió el padre sus últimos días, antes de morir y tras divorciarse de la madre. Quieren vaciarla. Rita tiene la intención de venderla; Sofía no lo tiene muy claro. Y cuando regresan a sus respectivas casas... ¿qué pasa entonces? Y responde Lara Moreno: —Pues pasa que cuando Sofía regresa a su casa, pues a los pocos días su pareja la abandona; rompe la relación que, evidentemente, llevaba ya arrastrando una crisis bastante tiempo. Y entonces ella, en un movimiento desesperado, sin pensarlo mucho, coge a su hijo de cinco años y se refugia en esa casa de la playa donde habían pasado los veranos. Y ahí, al cabo de unos días, aparecerá Rita, en su ayuda, aparentemente, a ayudarla; aunque luego la cosa se complique un poco. Y Óscar López vuelve: —Es curioso; porque uno piensa: bueno, sí, se ha muerto el padre, es verdad; se separa Sofía; es verdad que se va a la casa de la playa con el hijo; que llegará Rita... Pero tienes la sensación como lector de que, en principio, hombre, no han pasado muchas cosas, y, sin embargo, cuando acabas de leerla, piensas todo lo contrario, que ha pasado de todo. Cuando escucho esto —o esas entrevistas a escritores tan gratas que hace Pepa Fernández en Radio Nacional algunos sábados y domingos— me pregunto dónde está la literatura. Hablan, como dice Eagleton en su libro Cómo leer literatura (Traducción de Albert Vitó i Godina. Barcelona, Ediciones Península, 2016) como si conversasen sobre asuntos y aspectos de la vida real. El profesor inglés pone como ejemplo un debate de estudiantes sobre la novela Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, en la que uno de ellos no entiende qué tiene de excepcional la relación entre Catherine y Heathcliff, y otro la define como una especie de unidad mística de dos egos. La opinión de un tercer estudiante es que Heathcliff no es un místico; es, más bien, un salvaje, un bestia...  «¿Qué está sucediendo durante esta discusión?» —se pregunta Eagleton— «El problema es que, si alguien que jamás hubiera oído hablar de Cumbres Borrascosas escuchara esta conversación, no encontraría ningún indicio de que se trata de una novela» (pág. 14). Como Óscar López cuando entrevista a sus invitados, que hablan de lo que dice la novela y no —casi nunca— de cómo lo dice (con lo formativo que eso sería). Me satisface haber leído algo así en el libro de Eagleton, porque repito a mis alumnos cuando acuden a las pruebas orales sobre las lecturas del programa que no tienen que hablarme de lo que dice el poema —un recuerdo de la infancia— y sí de cómo el poeta ha situado su cámara en ese lugar y por qué ha escrito las veces que ha escrito «Aquellos ojos míos» y «Allí mis pequeños ojos». En fin, esto da para libros.

lunes, diciembre 05, 2016

El cine y otros poemas


Esta reedición que acaba de salir —la primera exenta desde que se publicó en Badajoz por la Institución Pedro de Valencia en 1978— de El cine y otros poemas es un acto de justicia con uno de los libros más sugerentes de la poesía de autores extremeños del último tercio del siglo XX. Un homenaje a Manuel Pacheco (1920-1998) y al cine. La ha promovido la Fundación ReBross, que preside Paco Rebollo, tan sensible siempre a proyectos de carácter literario relacionados con el séptimo arte. Recuerdo la insistencia de Ángel Campos Pámpano hace muchos años en destacar la modernidad de aquel libro de Pacheco y la necesidad de una reedición que él tuvo en mente para su sello Del Oeste Ediciones. Me alegra ahora que haya sido posible, con la desazón de la ausencia del amigo. Es verdad que El cine y otros poemas fue moderno en su momento, que se puso a la hora de la más reciente poesía de aquel tiempo, cuando los novísimos (Martínez Sarrión, Vázquez Montalbán, Leopoldo María Panero) invocaban el cine de los sábados, a Yvonne de Carlo y a Marilyn Monroe. Lo significativo fue que el «joven» y «novísimo» Pacheco ya tenía más de cincuenta años. Aquellos textos fueron el resultado de una estricta y sentida relación entre la literatura y el cine, la expresión de cómo un poeta se propuso llevar la poesía a las salas de proyección. Literalmente; pues algunos de aquellos poemas fueron leídos después de las sesiones del Cine Club de Badajoz en los primeros años setenta. Pero también la obra de Manuel Pacheco mostró la necesidad de su autor de trasladar poéticamente lo que la imagen cinematográfica le trasmitía. Esta edición la publican la Fundación ReBross y Notorious Ediciones (Madrid) con la colaboración de la Asociación de Escritores Extremeños y la Escuela de Letras de Extremadura, ha sido diseñada por Javier Remedios (RemediosCreativos), ilustrada por Fermín Solís y prologada por Enrique García Fuentes, que contextualiza al poeta y al libro. Su novedad coincide con la conmemoración del nonagésimo sexto aniversario del nacimiento de Manuel Pacheco un 19 de diciembre en Olivenza (Badajoz). El próximo sábado 10 de diciembre será presentado en Badajoz, a las 13:00 horas, en el Salón de Actos de la Diputación Provincial de Badajoz, junto al número especial «23 aniversario» de la revista Versión Original, la más longeva de las publicaciones culturales de Extremadura, dedicado a «La solidaridad en el cine».

[Manuel Pacheco, El cine y otros poemas. Madrid, Notorious Ediciones y Fundación ReBross (Col. Versión Original, 21), 2016, 84 págs.]

sábado, diciembre 03, 2016

Víctor Infantes (y III)

Otra de las líneas principales de las investigaciones de Víctor Infantes es la que atiende a los aspectos materiales de la difusión cultural como la edición, la tipografía, la historia del libro o los modos de lectura desde el siglo XV hasta el siglo XVIII, que, en esto último, se han materializado en De las primeras letras. Cartillas y doctrinas para enseñar a leer de los siglos XV y XVI (1998), y que se materializarán en otros dos tomos, en colaboración con Ana Martínez Pereira, sobre los siglos XVII y XVIII. Uno de los empeños más destacables del mundo de la investigación histórico-literaria española en los últimos años es el proyecto codirigido por Víctor Infantes junto a François Lopez y Jean-François Botrel sobre la Historia de la edición y la lectura en España (siglos XVI-XIX), en prensa aún, pero en cuya órbita están algunas contribuciones publicadas (ver, por citar un solo ejemplo, Les Livres des Espagnols à l’Époque Moderne en un impagable tomo del Bulletin Hispanique de 1997). Víctor Infantes, además, ha rescatado en ediciones esmeradas piezas singulares de nuestra historia literaria, diálogos, narrativa popular, y ha fijado los caracteres de un género esencial en un libro completísimo como Las Danzas de la Muerte. Génesis y desarrollo de un género medieval (siglos XIII-XVII), editado en Salamanca en 1997. Su trayectoria, pues, es ejemplar por cantidad y calidad. Buena cuenta de ella dio la publicación de su Primera bibliografía (1977-1997), Madrid, Memoria Hispánica, 1998, en la que se refleja también su asombrosa labor como diseñador, tipógrafo y editor de libros. En los estudios bibliográficos y bibliofílicos, Víctor Infantes demuestra rigor al tiempo que una pasión amena y deleitosa, y es que mantengo que dedicación tan espesa para tantos no tiene otra forma de ser digerida que desde la vivencia del folio previa a la exégesis del mismo. Pero, siempre, con ese retrogusto del sensible que puede comprobarse en sus estudios sobre bibliotecas o sobre los libros ausentes de un inventario a la vez que uno repasa con delectación los comentarios a los preceptos citados de Klett y Da Cunha. Un placer para el que vive junto a los libros leer estas glosas a preceptos como no leer en la cama, no poner notas marginales a los libros, no doblar las puntas de las hojas, no cortar con negligencia los libros nuevos, no garabatear nuestro autógrafo en las páginas de título, no poner en un volumen de un peso una encuadernación de cien pesos, no mojar la punta de los dedos para pasar las páginas, no leer comiendo, no fiar los buenos libros a malos encuadernadores, no fumar leyendo para no dejar caer las cenizas del cigarro sobre el libro, no arrancar de los libros los grabados, no espatarrar el libro como para encularlo cuando es fácil poner una señal para seguir leyendo, no hacer secar hojas de plantas dentro de los libros, no estornudar sobre las páginas, no dejar los libros en cajones por la necesidad de aire de lo que necesita tanta vida, etc. Un placer. Un libro de cabecera. Y una inmejorable carta de presentación de un bibliógrafo, de un estudioso ejemplar, de un bibliófilo de amplio espectro que vuelve a esta su casa de la Unión de Bibliófilos Extremeños.

Publicado como «Primera parte de El Bibliófilo Víctor Infantes», en Gazetilla de la UBEx, número extraordinario, 2003, con motivo del Día del Bibliófilo. Homenaje a Víctor Infantes, Trujillo, 20 de marzo de 2003, págs. 2-3.

Víctor Infantes (II)

PRIMERA PARTE DE «EL BIBLIÓFILO VÍCTOR INFANTES»

Aquí se contiene la dulce y verísima relación parcial de la trayectoria de un bibliógrafo, bibliófilo, erudito y sabio hombre sensible con buenos fines y de lo que ha dado a conocer como hijo de sus obras. Impresa con licencia por la UBEx, que le recibe, en este año de dos mil y tres, en el mes de marzo, a los pocos días de la muerte de don José Manuel Blecua y en tiempos ya de guerra infame.
Son más las ocasiones —salvo que leamos poco y que sólo leamos a los amigos— en las que, con Cervantes, conocemos las obras, los libros, antes que a sus hijos, o sea, a sus autores. Según mi chato razonamiento y evocando aquello de que cada uno es hijo de sus obras, que dijo don Quijote ante el rico labrador Juan Haldudo, vecino del Quintanar, se trata de que el autor, creador y padre de siempre, no es más que criatura e hijo de lo que ha hecho. O sea, que cada uno es hijo de sus obras. Y nótese que la frase queda recogida en el Vocabulario de refranes y frases proverbiales del maestro Gonzalo Correas, extremeño de la Vera, editado modernamente (1992) por el maestro Víctor Infantes, hijo, así, de esta obra. Son, pues, más las veces que conocemos los libros antes que a sus autores. Y al maestro Víctor Infantes, que ahora llega aquí por librescos vericuetos y liberales vericuentos, conocí antes por sus obras, que son las que justifican esta verdadera relación. Corría mi tercero de carrera cuando cayó en mis manos su edición de Visor de la Dança de la muerte, y a partir de ese momento (1982), para ese estudiante de filología, el nombre de Víctor Infantes se formaliza. Luego, o sea, después, a algunos nos llega el momento de toparnos con la realidad visible del hijo de la obra, y a mí me llegó esa realidad en dosis siempre escuálidas comparadas con las que a lo largo de estos años me han ofrecido sus escritos. La contemplación admirada de la edición corregida y actualizada del Nuevo Diccionario Bibliográfico de Pliegos Sueltos Poéticos (siglo XVI) de Rodríguez-Moñino, publicada en 1997 por Castalia y la Editora Regional de Extremadura —¡qué importante esta presencia!—, que cuidaron y mimaron Víctor Infantes y Arthur Askins, al lado de mi encuentro con el primero en Badajoz en unas jornadas bibliográficas organizadas por la UBEx. La lectura de un texto sobre poesía visual y sobre un extremeño como Antonio Gómez al lado de un encuentro con Víctor Infantes en la Universidad Complutense en el Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas en el que se habló del Lazarillo de Barcarrota. La lectura, por fin, de una deliciosa glosa de la glosa, desde Harold Klett a Xavier da Cunha, en La Biblia de los Bibliófilos (2000), al tiempo de una honrosa colaboración con el sabio doctor Infantes en una sabia tarea relacionada con los libros y con su estudio, hace pocos días, con Julián Martín Abad, otro sabio.  La labor desarrollada en los últimos treinta años por Víctor Infantes, que da clases de literatura española en la Universidad Complutense, ha recorrido aspectos de nuestra historia cultural muy necesitados de atención y de revisión. Aun con predecesores tan colosales como Rodríguez-Moñino, Eugenio Asensio, José Manuel Blecua, Máxime Chevalier, G. Di Stefano, Mª Cruz García de Enterría, etc., algunos trabajos de Infantes se han convertido en obras inapelables por su rigor. Los varios centenares de ensayos publicados por este investigador se han centrado principalmente en la historia literaria de la Edad Media y de los Siglos de Oro (En el Siglo de Oro. Estudios y textos de literatura áurea, publicado en 1992, reúne artículos diversos desde 1980 a 1989), con aportaciones fundamentales en campos como el de la literatura popular y sus formas de difusión, con el estudio de los pliegos sueltos, por ejemplo, en repertorios y análisis de excelencia, como su edición y estudio, en colaboración con Pedro Cátedra, de Los pliegos sueltos de Thomas Croft (Siglo XVI), de 1983, o su balance bibliográfico sobre los pliegos sueltos poéticos del siglo XVI que publicara en el homenaje a D. José Simón Díaz en 1988, o esa reedición fundamental ya citada del diccionario de pliegos sueltos de Rodríguez-Moñino. (Sigue)

Víctor Infantes (I)


Otra mala noticia. Ayer, viernes 2, pasadas las nueve y media de la noche, en un correo electrónico mi compañero José Roso me comunicaba que acababa de saber que había muerto Víctor Infantes, catedrático de literatura española en la Universidad Complutense de Madrid, investigador de la Edad Media y del Siglo de Oro, experto bibliófilo. No podía creerlo. Nada sabía de una enfermedad grave, salvo sus achaques en una pierna por un percance de hace unos años. Hace menos de quince días atendió amablemente a una alumna mía de máster sobre una consulta sobre Bartolomé José Gallardo, y el día 24 de este mes pasado le escribí agradeciéndoselo. No he podido saber más que la confirmación de la noticia, por parte de algún colega; y nada de Nieves Baranda, su esposa, catedrática de literatura española en la UNED. Solo en Wikipedia encuentro la fecha de su muerte: 30 de noviembre de 2016 (*). El mismo día que ha muerto mi madre. No sé qué pasará este año con su puntual aguinaldo de todas las Navidades, en compañía de su inseparable, en materias tipográficas, José Manuel Martín, de Gráficas Almeida de Madrid. Ojalá perviva, en memoria de Víctor. A finales de marzo de 2003, la Unión de Bibliófilos Extremeños (UBEx) homenajeó a Víctor Infantes en el Día del Bibliófilo, cuando todavía se celebraba en Trujillo, y en la hoja volandera que siempre se edita, en la Gazetilla de la UBEx. Aldabada de la España profunda, publiqué un texto sobre él junto a una entrevista («Los libros: esos maestros de vida») que le hizo Paloma Morcillo Valle. En marzo de 2010, Víctor Infantes dictó su conferencia «Antonio Rodríguez-Moñino (1910-1970): la memoria impresa de una vida» en la Biblioteca Pública de Cáceres, como acto inaugural de la conmemoración del centenario del nacimiento del insigne bibliógrafo extremeño —al que pertenece la foto de arriba. Al concluir aquella conferencia, una señora se acercó a la mesa para felicitar a Víctor por su extraordinaria semblanza y le agradeció muchísimo haberle enseñado que Rodríguez-Moñino era algo más que el nombre de la calle en la que ella vivía. Luego participó como coordinador del simposio que celebramos en Cáceres («Antonio Rodríguez Moñino en la cultura española (1910-2010)») en noviembre de ese mismo año 2010. Recupero en las siguientes entradas el texto que escribí para aquel homenaje de los bibliófilos extremeños. Nótese, marzo de 2003.
(*) Pero 1 de diciembre de 2016.

Palabras para Justa


Va a ser difícil escribir sin verte. No puede ser igual componer algo sobre un insignificante personaje ilustre de la historia —como acostumbramos hacer varios de tus hijos— que recrearte con la imponente certeza de no estar dibujando al natural tu imagen. Al natural lo hice en varias ocasiones; seguro que te acuerdas. Por si acaso, te pongo este enlace a unas palabras con motivo de uno de tus aniversarios. Va a ser difícil escribir. Si tú no estás, me falta la gramática con todas sus partes; por mucho que me esfuerce a partir de ahora en reconstruir tu elegante morfología, tan bien llevada, con todos tus años, tus cariños sintácticos y tus quejas fonéticas cuando tocaba quejarse. Te confieso que la otra noche, cuando ya te habías ido, temía que sonase una llamada parecida a aquellas que nos ponían en alerta de que nos necesitabas. Estoy convencido —lo he estado las horas que he pasado contigo en los primeros instantes de tu muerte— de que has venido sintiendo cada una de las veces que hemos ido a ver cómo respirabas. Hasta que no lo hiciste. Ahora que lo dices, es verdad que lo realmente fácil va a ser verte si te escribo. (Mi madre, Justa Hernández Mejías —Zafra, 29 de agosto de 1923— falleció el miércoles 30 de noviembre de 2016, a las 17:20 horas, en la ciudad en la que nació).
[Cuadernos del Matemático, núm. 51-52, marzo 2014, págs. 49-50]