Tratado. Lejos está este libro de Tomás Pavón recién publicado por Letras Cascabeleras de pretender ser una exposición didáctica. Su vocación es más reflexiva, más íntima y personal (véase abajo Melancolía) que aquella que busca ganar prosélitos. Más cercano está al Colinas de los Tres tratados de armonía que a Wittgenstein —lógicamente—, pues tiene de ensayo lo que hay en toda tentativa modesta de comprenderse en el medio en que uno vive, de explicarse un poco el mundo. Léase un mundo que va «tan rápido como los nubarrones que cruzan el cielo otoñal presagiando tormenta» (pág. 19). Sin más pretensión que esa de explicarse y con voluntad de no demorar al lector, porque los asuntos que abordan sus cuarenta textos no ocupan más allá de las seis páginas y algunos se reducen a unas siete («Selfi») u ocho («Cronologías») líneas. La reflexión sobre un asunto se concentra en su esencialidad, de tal manera que se habla de lo sustantivo desde la periferia, desde el detalle, que se materializa en una escena o una imagen evocadora, llevadas en un estilo sobrio y atractivo, preciso y contenido, familiar para los lectores de Tomás Pavón, que ya evocó espacios, personajes y músicas en su Fin de milenio (Cáceres, Ediciones Alternativos de España, 1997) o su Cuaderno de Corto Maltés (Badajoz, Del Oeste Ediciones, 1999). Melancolía. Impone una tonalidad a la obra que, dada la variedad formal y genérica de sus partes, puede ser su más evidente rasgo común. Subrayada la melancolía en el título como objeto aparente, acompaña al lector en casi todos los textos de principio a fin, en sus variados matices de desolación, nostalgia o pesimismo, con pocos atisbos de regeneración. La escritura sirve de expresión de un estado de ánimo desde el que se analiza lo que pasa con una perspectiva que no esconde el abatimiento de «constatar que las cosas empeoran» (pág. 33), o, en «La estacada», de asumir «un infinito letargo» y que «el futuro es la nostalgia del ayer» (pág. 80). Posmoderna. Si el lector no quiere reconocer la dificultad conceptual del término, le bastará con sustituirlo por «actual», sin complicarse. Ayuda por acotación aclaratoria que los dos textos extremos sean dos hitos fechables que enmarcan todos los capítulos del libro: la crisis financiera de 2008 —el primer texto es «Lehman Brothers»— y la pandemia de 2020 —«Covid-19, el confinamiento» es el último. Así se elude uno de los problemas de una obra como esta, el de la pérdida de actualidad; pues el conjunto de los treinta y ocho capítulos restantes evita referencias a hechos noticiables de la magnitud de un terremoto como el de Haití, de las guerras en Siria, de los atentados en Francia, del triunfo del Brexit, de un Donald Trump presidente de los EE.UU., de la muerte de Fidel Castro o del referéndum y la declaración de independencia en Cataluña, entre 2010 y 2017, por ejemplo. Tomás Pavón se aleja de lo datable sin dejar de advertir lo candente —«Migrantes»— y confiesa su inclinación por latitudes distintas y añorantes —«Las noches del consulado», «La latitud de los caballos», «Mediterráneo»—, por lugares, ambientes, sonidos que a veces remiten a esa escenografía querida de «los luminosos de la autopista» (pág. 27) que casi se repiten en otros textos como «Queen of the Night» o se entrevén en los rascacielos imaginados de «La hora en que cierran los bares». Merece la pena dejarse llevar por este Tratado de melancolía posmoderna, que gana con la relectura y que he troceado con la intención de dar una medida de su entidad completa.
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