jueves, agosto 24, 2023

Getúlio Vargas

De no haber sido así de fortuito, no lo contaría. El caso es que esta mañana temprano, en el desayuno, seguí con Delirio americano, el libro de Carlos Granés del que voy espigando algunos datos de contexto para mis clases, y lo primero que leí fue lo siguiente: «El 24 de agosto de 1954, atribulado, Getúlio se encerró en su despacho. Tomó lápiz y papel y redactó una carta en la que saldaba cuentas con la historia» (pág. 184). Pura chiripa esto de leer la misma fecha de hoy, pero sesenta y nueve años atrás. Así se introduce en el libro el final del presidente de Brasil (1930-1945 y 1951-1954) Getúlio Vargas, que se pegó un tiro en el corazón días después de que el periodista crítico Carlos Lacerda sufriese un atentado en el que implicaron a algunos miembros de la guardia personal del mandatario, que no aguantó la presión y «no tuvo cabeza para pensar», como parece que dijo Perón. En la segunda parte del libro de Granés se tratan en un primer capítulo las nuevas revoluciones y la institucionalización de la vanguardia, y una de esas revoluciones es la de Getúlio Vargas, cuyo término se ilustra con un fragmento de la carta que dejó al morir: «He luchado mes a mes, día a día, hora a hora, resistiendo una presión constante, incesante, soportando totalmente en silencio, olvidándome de mí mismo, tratando de defender al pueblo que ha quedado desamparado. Nada más puedo darles salvo mi sangre. Si las aves de rapiña quieren la sangre de alguien, si quieren continuar chupándosela al pueblo brasileño, ofrezco mi vida en holocausto. Elijo este medio para estar para siempre con vosotros. Cuando los humillen, sentirán mi alma sufriendo a vuestro lado. Cuando el hambre golpee vuestra puerta sentiréis en vuestro pecho energía para la lucha por vosotros y vuestros hijos. Cuando os vilipendiaren sentiréis la fuerza de mi pensamiento para reaccionar. Mi sacrificio os mantendrá unidos y mi nombre será vuestra bandera de lucha. Cada gota de mi sangre será una llama inmortal en vuestra conciencia que mantendrá sagrada vibración para vuestra resistencia. Al odio respondo con el perdón. Y a los que piensan que me han derrotado les respondo con mi victoria. Era esclavo del pueblo y hoy me libero para la vida eterna. Pero ese pueblo del que fui esclavo ya no será más esclavo de nadie. Mi sacrificio permanecerá siempre en su alma y mi sangre será el precio de su rescate. Luché contra la expoliación del Brasil. Luché contra la expoliación del pueblo. He luchado a pecho descubierto. El odio, las infamias, la calumnia no abatieron mi ánimo. Les di mi vida. Ahora les ofrezco mi muerte. No recelo. Doy serenamente el primer paso hacia el camino de la eternidad y salgo de la vida para entrar en la historia». Un 24 de agosto.

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