Era una edición de la novela que publicó la editorial Mondadori en 1987 y que llevaba en la sobrecubierta la reproducción del autorretrato de Frida Kahlo «Árbol de la esperanza, mantente firme». Debió de ser en los primeros meses de 1990, cuando Ignacio y yo empezamos a organizar el simposio de «Lo real maravilloso en Iberoamérica» (19-22 de noviembre de 1990) y él propuso que fuese aquel cuadro el motivo principal del cartel. Recuerdo que escribimos a la editorial para pedir permiso por la reproducción y nunca recibimos respuesta. Aquella reunión en Cáceres propició mi conocimiento de escritores como Elena Poniatowska y Daniel Moyano, y de profesores como Julio Ortega y Juana Martínez, entre otros, y parece ahora que me predestinó para no despegarme de la literatura iberoamericana en todos estos años, hasta hacerme cargo de una parte de su docencia en mi departamento. Desde aquel entonces ha sido aquella novela, Las muertas (1977), de Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), uno de los títulos de referencia de mi biblioteca americana. Encontrarla ahora en el catálogo de la colección Letras Hispánicas me ha parecido una novedad estupenda: Jorge Ibargüengoitia, Las muertas. Edición de Antonio Sánchez Jiménez. Madrid, Ediciones Cátedra (Letras Hispánicas, 879), 2023. La presentación del autor, de sus intenciones, del mensaje estético de su novela y de su precedente real, entre otros aspectos, es razonable de extensión, muy clara y completa en la introducción de Sánchez Jiménez (págs. 11-87), que sorprende a muchos con esta edición, dado su brillante y conocido perfil de especialista en el Siglo de Oro español. Son muy útiles las páginas en las que analiza la estructura y el tono de la novela, y su mosaico temporal, para el que ofrece un esquema ilustrativo, el análisis de su humor; y, sobre todo, es muy interesante la lectura que hace de Las muertas como tragicomedia y cómo pone el énfasis en el uso que hace el autor de los símbolos patrios más representativos de México en su condición también de sátira. La edición de Sánchez Jiménez es ya una guía excelente para el profesor universitario que quiera tratar este texto en sus clases. En esto, siempre planteo el dilema metodológico de afrontar la lectura de un texto sin apoyo, o, por el contrario, leer antes la introducción crítica y otros materiales, como las notas y la bibliografía, que aportan estas ediciones. Hay opiniones dispares. Yo siempre invito a leer sin muletas la primera vez, y así se obligan a volver sobre el texto cuando ya tienen a su alcance una información selectiva y razonada sobre él. Hace muchos años escribí un texto («Estrategias») que tocaba esto y en el que mencionaba a una alumna que me pidió permiso para salir del aula antes de que yo comentase los últimos capítulos de La Regenta. Puede ocurrir con ciertos textos narrativos o dramáticos, cuyas tramas motivan más al lector para descubrir por sí mismo la sucesión de los acontecimientos. En estos casos, el comentarista, por lógica necesidad, tiene que destripar o anticipar —hacer spoiler— algún episodio o el desenlace de la obra. Antonio Sánchez Jiménez tiene que aludir en su estudio a ciertos sucesos; así que el lector que quiera conocerlos autónomamente debería ir directamente al texto de la novela. Pero ojo, aviso que también hay notas al texto, como la 142 y la 159, en las que se nos adelanta lo que va a ocurrir. Las muertas, calificada aquí como «obra maestra», es una novela singular y fascinante, otra de las cumbres de una literatura, la mexicana, vasta y riquísima en el inmenso e inabarcable campo que hemos dado en llamar literatura iberoamericana, latinoamericana o hispanoamericana. (Tal vez algún día escriba sobre mi recurrencia en clase en otros nombres como Octavio Paz, Elena Poniatowska, Juan Rulfo, Elena Garro, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco o Fernando del Paso). Diré por último que la tabla de variantes que incluye Sánchez Jiménez en sus apuntes de «Esta edición» es demasiado notoria (págs. 72-79) para resultar tan insustancial y superflua, pues la inmensa mayoría de las que relaciona son errores o descuidos evidentes, erratas o minucias que nada aportan a los modos de escritura del autor —que sí se ven en otros interesantes vestigios textuales— en esta novela, de la que hay un borrador mecanoscrito —al que se llama «manuscrito a máquina con correcciones a mano del propio Ibargüengoitia» (pág. 71)— que se conserva en la Universidad de Princeton, que aquí es cotejado con las dos primeras ediciones de la obra, la de 1977 y la de 1978. Más útil es, en mi opinión, avisar ahora a la editorial en previsión de nuevas impresiones sobre las erratas de las páginas 117, nota 58 («Acalpuco»), 134 («El cliente pude regresar»), 176 («cinto cincuenta»), 178 («para para conectar») o 243 («estaba llenado»).
sábado, junio 24, 2023
martes, junio 20, 2023
Glorias de Zafra (XXVII)
«Grandísimo historiador del que leo todo de lo que llega a mis manos. […] Escribe de tal manera que cuesta trabajo separar la vista del escrito e interrumpir la lectura. No he conocido un historiador más fluido en contar la historia, sobre todo la cargada de historiografía», me escribía esta semana un señor muy amable a propósito de mi hermano José María. Le respondí que no le faltaba razón, y ahora espero que llegue a su conocimiento este comentario sobre otra prueba de su opinión en uno de los más recientes trabajos de investigación y divulgación de mi querido hermano: la edición facsimilar de la Memoria del Instituto Libre de Zafra (1873-1874) leída el 1 de octubre de 1873 en la sesión de apertura. Es un folleto que se conserva en el legado de Rodríguez-Moñino de la Real Academia Española, que ha autorizado su reproducción. Se publicó en Zafra, en la Imprenta de J. Lima Olalla en 1873 y consta de diez páginas de texto del discurso (3-12) y un apéndice con cuadros de cifras de alumnos matriculados y examinados, y de asignaturas impartidas y profesores encargados. La memoria fue leída por el camerano Antonino García Izquierdo, director del primer centro público de segunda enseñanza de Zafra, tercero de este tipo en Extremadura, después de los de Don Benito y Jerez de los Caballeros, fundados poco antes. De todo esto se nos da información cabal en el estudio de José María que precede a la edición del texto y que da título al conjunto: El Instituto Libre de Zafra (1873-1874). I República y Educación Secundaria (págs. 3-41). La crónica de ese primer día de octubre de 1873, el contexto de los convulsos inicios de la Primera República en Zafra y su entorno, la experiencia y la política educativas republicanas y el perfil de García Izquierdo como fundador y del claustro de los primeros profesores del centro son algunos de los aspectos que se exponen y analizan en estas páginas, que abordan también la educación secundaria privada y que constituyen una parte fundamental de la historia sobre la educación secundaria en Zafra. Una historia que, con el manejo de importantes fuentes hemerográficas y de archivo, viene haciendo José María Lama desde hace años; labor de la que se da alguna referencia en la relación bibliográfica que cierra la introducción al texto. La publicación es iniciativa de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica «José González Barrero», y está patrocinada por el IES «Suárez de Figueroa», el IES «Cristo del Rosario» —herederos de aquel pilar de hace ciento cincuenta años— y la Secretaría General de Educación de la Consejería de Educación y Empleo de la Junta de Extremadura. A mi afectuoso corresponsal diré que yo también leo todo lo que llega a mis manos de este «grandísimo historiador»; incluso antes de que se publique. Y que cuando se publica, me gusta difundir esta manera admirable de contar la historia.
domingo, junio 18, 2023
Pablo Guerrero, Poesía Completa
Supe de la inminente publicación de la Poesía completa (1999-2022) de Pablo Guerrero (Madrid, Abada Editores, 2023) por un mensaje que me envió el mes pasado Carlos Medrano («Está al caer. 900 páginas. Muy bella la portada»). 919 páginas, para ser exactos, y sí, está muy bien la cubierta, con una fotografía de Bernardo Pérez, de El País. En ese periódico, en conversación con Fernando Neira en la que se constataba su despedida de los escenarios y de la música tras la salida de su último disco, Y volvimos a abrazarnos, dijo que tenía cinco libros de poemas inéditos y que esperaba publicarlos en un único tomo. Están aquí, sí; y a palo seco, en este libro de Abada, que publica en la cuarta de cubierta lo siguiente: «El presente volumen recoge toda la poesía de Pablo Guerrero, tanto la publicada a lo largo de más de veinte años como su obra hasta ahora inédita: cinco de los dieciocho libros que la componen. De estilo sobrio pero evocador, su poesía discurre por el filo armónico de una realidad que se antoja misteriosa pero gozosa, llena de sutileza y de tiempo. Pablo Guerrero es cantautor y poeta. Su extensa y reconocida carrera musical siempre ha ido acompañada de una constante labor poética». Nada más. A esas líneas se reduce toda la mano editorial puesta en esta Poesía completa. Es más que probable que por voluntad del autor, nada dado a alharacas, siempre austero; pero su gesto de reunir todos sus libros bien merece un comentario más detenido. No, por supuesto, una edición crítica, y sí, quizá, un preliminar —no han faltado quienes han escrito sobre el poeta, como Serafín Portillo, Santos Domínguez, o José Ignacio Eguizábal, que prologó un libro—; una nota interior orientativa, más explícita e informativa, una relación bibliográfica en orden cronológico de toda su producción poética y su primera publicación, que no llevaría tanto hacer; y subrayar cómo el autor ha dialogado con otras voces poéticas, con otras propuestas artísticas, con su propia producción para cantar, por donde comenzó todo. Estrictamente, su primer libro de versos fue Canciones y poemas, que publicó la Editora Regional de Extremadura en 1988. Aquí, en su tierra, aparecieron también, en Cicón Ediciones y de nuevo en la ERE, respectivamente, Los dioses hablan por boca de los vecinos (1999) y Tiempo que espera (2002), con fotos de Antonio Covarsí. Los rastros esparcidos (2003), se publicó en Ellago Ediciones y Escrito en una piedra (2008) en la colección Visor de poesía. Además, Maia Ediciones, cuya matriz es precisamente Abada, fue quien publicó varias entregas poéticas de Pablo Guerrero, como Los cielos tan solos (con la Diputación Provincial de Badajoz, 2010), ¿No son copos de nieve? (2012) o Variaciones sobre ritmos de barcas (2021). Son datos, sí. No pido más que al lector al que se le ofrece toda la producción de un autor tan destacado se le facilite un poco de información, la que aportó su hermana Mª Josefa Guerrero Cabanillas en Pablo Guerrero, un poeta que canta (Editorial Verbum, 2004); solo una tarjeta de presentación —nada de la tan denostada crítica académica— que sea más generosa que un texto de solapa, y que contextualice la escritura de tantos textos inéditos en un tiempo reducido y terrible en el que el poeta sufrió la pérdida de seres tan queridos como su madre, su hermana y su mujer o en el que tuvo que superar graves problemas de salud. No sé, los lugares de Extremadura y de otros sitios de Cualquier viento nos lleva, los poemas que se vuelven hacia el origen, o aquellos en los que «…dejo que se vaya el tiempo sin lamentarme por pérdidas» (pág. 858) pueden situarse en su marco. En fin, una notita de situación para toda una obra completa.
martes, junio 13, 2023
La de San Antonio de 1823
Hoy, día de San Antonio, se cumplen doscientos años de aquel desastre que don Antonio Rodríguez-Moñino (Historia de una infamia bibliográfica. La de San Antonio de 1823. Realidad y leyenda de lo sucedido con los libros y papeles de don Bartolomé José Gallardo. Estudio bibliográfico. Editorial Castalia, 1965) llamó así. Absolutistas contra liberales en aquella segunda invasión francesa que aniquiló el Trienio y aquel saqueo terrible que el pueblo de Sevilla hizo de los enseres de la comitiva liberal, que los embarcaba en el Guadalquivir, y huía hacia Cádiz. Muchas víctimas respetables e ilustres; pero, sobre todas ellas, a una, el extremeño Bartolomé José Gallardo (1776-1852), le ocurrió un suceso que sigue clamando al cielo. Cinco serones, un cajón, una maleta negra con dos candados, una escribanía de palo rosa y un gran baúl patente inglés negro, con dos candados y una chapa de bronce con las iniciales B.J.G. Muchos de sus papeles manuscritos e impresos desaparecidos en las oscuras aguas del río. Una Historia crítica del ingenio español, un Romancero y un Cancionero, un Teatro antiguo español y su Historia crítica, una Filosofía de la Lengua Castellana, un Diccionario autorizado de la lengua castellana..., proyectos todos de Gallardo, junto a casi dos centenares de libros, se perdieron en «La de San Antonio de 1823», que es el título del artículo que hoy me publica el diario HOY como, también, anuncio del Curso de Verano de la Universidad de Extremadura que se celebrará entre el 12 y el 14 de julio de 2023 entre Cáceres y Campanario, la ciudad que vio nacer a tan insigne polígrafo.
domingo, junio 11, 2023
Alice Sebold
Ayer me llamó la atención el artículo de Antonio Muñoz Molina, «Una tercera sombra», en su serie sabatina «Las otras vidas» de El País, en el que se hacía eco de un reportaje de Rachel Aviv en The New Yorker, enaltecido por el español como «una muestra de esa forma suprema de literatura que puede ser el periodismo», en el que se narraba el tremendo caso de la escritora Alice Sebold (1963), violada a los dieciocho años por un hombre negro dos años mayor, Anthony Broadwater, que fue condenado a veinte años tras una identificación dudosa de la víctima y que, tras cumplir dieciséis de condena, hace dos logró que se reconociera su inocencia y que se anulara formalmente aquella resolución judicial. Es una historia terrible. Y cercana, por eso llamó mi atención encontrármela en ese artículo. Alice es una de las dos hijas del eminente profesor e hispanista Russell P. Sebold, del que, por mi estrecha relación, he hablado en varias ocasiones en este blog. Todo lo que supe de aquel episodio y de la publicación de Lucky (New York, Scribner, 2000), el libro en el que Alice relató la violación que sufrió en 1981 y que se convirtió en un éxito de ventas —en España se publicó en Mondadori en 2004 bajo el título de Afortunada (traducción de Aurora Echevarría Pérez), lo supe por su padre. Por eso conservo la reseña que publicó Germán Gullón en el ABC Cultural del 16 de septiembre de 2000 sobre la edición americana y los recuerdos de lo que Bud Sebold me contaba orgulloso sobre los progresos de su hija en el campo de la literatura, su fama allí y su presencia en traducciones en España —su primera novela, Desde mi cielo, apareció en Debolsillo en 2005; luego Casi la luna, en Mondadori, en 2008… Vagamente lo recuerda Muñoz Molina, que lo sitúa en Virginia —vivió en Malvern, Pensilvania— y lo retrata como «un hombre absorto y amable, con los ojos muy claros y las gafas caídas hacia el filo de la nariz», como un gran experto en la literatura española del siglo XVIII y en particular en la obra de Cadalso. Es curioso cómo un largo reportaje sobre unas circunstancias atroces y su eco en un periódico español me han concernido de este modo.
viernes, junio 09, 2023
Cirlot celeste
Celebro el cincuentenario de la muerte del poeta, crítico de arte y simbólogo Juan Eduardo Cirlot (1916-1973) con este espléndido regalo que me ha hecho mi querido Javier Alcaíns. La difusión de la plaquete publicada en Barcelona en 1943 Seis sonetos y un poema del amor celeste, que recogió los primeros versos del escritor, tuvo que ser ya en su momento muy restringida. Aquel mismo año vio publicado su libro La muerte de Gerión, también de tirada corta —trescientos ejemplares de los cuales diez, impresos en papel especial y firmados por el autor, se encuadernaron en piel. Datos de primera mano sobre estas raras ediciones de la escritura temprana de un autor tan singular como Cirlot tiene el escritor, bibliógrafo y bibliófilo José Manuel Fuentes, responsable de esta joya de esmerada reproducción moderna de un clásico contemporáneo. Ilustrada por Javier Alcaíns con dos dibujos acabados a mano en las tintas metálicas por él mismo, se terminó de imprimir en Cáceres, en casa del editor Javier Martín Santos, en septiembre de 2019. La tirada fue de diecinueve ejemplares, numerados y firmados por el ilustrador, y se reservó el ejemplar número 1 para las ilustraciones originales. Recoge la primera el motivo del soneto quinto («Sobre el bárbaro hervor del mar lejano») y su Doncella de barro sonrosado que «tiene un pájaro azul entre los senos». La segunda cierra el conjunto para iluminar el Poema del amor celeste como oración en un «huerto sin manzanas, con olivos / sarmentosos, sin luz, / sólo tormento / antiguo de la carne que creaste / para el llanto y los besos destruidos», y ofrece la imagen bajo un cielo estrellado del tronco retorcido del olivo escenario de la súplica: «¡Padre! ¿Por qué me has abandonado, / a este turbio dolor de barro y viento, / a esta atmósfera de pájaros perdidos / sobre el mar de su eterno errar incierto?», en los versos clasicistas del vanguardista Cirlot.
domingo, junio 04, 2023
Junio
¿A quién puede interesar saber la hora (11:36) a la que voté el pasado domingo? Sin embargo, «En el castillo de Luna / tenéis al anciano preso» es el principio del romance de Bernardo del Carpio que tengo asociado a la voz de Jaime Gil de Biedma en una grabación antigua, y que recordé hace días al pasar por Alburquerque, viniendo de San Vicente de Alcántara, y camino de Zafra. Pongo el mismo grado de interés en el quiebro adversativo que en la nota al sesgo de un viaje. Me acordé el martes con agrado, a más de quinientos kilómetros de casa, sin lograr escribir nada que mereciese en ese momento el plácet tan costoso cuando uno está inseguro, y duda si sabrá escribir sobre lo visto, si sabrá decir —más difícil— lo pensado. En trance así, la lectura abre los poros predispuestos de la sensibilidad y nos empuja a discurrir, a imaginar y a poner por escrito en forma de anotaciones, esparcidas entre citas literales de un hallazgo ajeno o entre un dato cualquiera, una certeza, un sentimiento, o aquello que ni siquiera todavía es confidencia. Siente uno el privilegio de convivir con las palabras ajenas, que motivan tantas veces las palabras propias en una torpe tentativa de una emulación que implica un esfuerzo mayúsculo. Escribo ahora como el que copia de un borrador mal escrito que mejora muy poco en el texto resultante. Aspira uno a tener la misma precaución y el mismo esmero en la conversación íntima entre dos, con un café de por medio y unos cuantos anhelos por delante. Pensaba en ello mientras recorría en el mapa de carreteras la Vía de la Plata hasta casi arriba del todo. La rapidez con la que va quedando atrás el paisaje, y por la que desaparece el asfalto por los bajos de un vehículo durante cinco horas, es una exacerbación de la vertiginosa rutina de los días. Parar en una zona de descanso durante unos minutos es una buena manera de contemplar desde fuera el arrebato de lo cotidiano que representa el agresivo paso de los coches y camiones por una autovía. Con todo, es un momento de serenidad y de sosiego, tan reconfortante como la lectura y la escritura, extrañas a cualquier clase de urgencia. Y al que añado siempre el raro privilegio de leer para trasmitirlo a otros, compartir el alimento. Renuncio a hacer más crónica que unos apuntes en el cuaderno de una excursión a un paisaje de mi juventud: la Albuera del Castellar —en la fotografía—, y me excuso por haber trasladado aquí tan torpemente una parte de lo anotado por mirar a mayo desde los primeros días de junio. Sin más.