Este lunes, en la lista de siglo-xviii, supe por Pedro Álvarez de Miranda que el pasado jueves murió el gran historiador dieciochista Antonio Mestre Sanchis (Oliva, 1933). Compartía Pedro las palabras de la necrología escrita por uno de sus discípulos y amigos, Enrique Giménez, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Alicante: «Los grandes maestros en la Universidad han sido aquellos que han despertado vocaciones, los que a través de su actitud han logrado apasionar a sus alumnos, que detectan de inmediato la identificación que existe entre el profesor y la materia sobre la que trabaja. Ayer nos dejó uno de ellos: Antonio Mestre, catedrático de la Universidad de Valencia y Alicante, y desde 1979 el primer decano de la Facultad de Letras de la incipiente Universidad lucentina. […] Junto a la novedad que suponía situar los orígenes de la Ilustración a fines del XVII, al igual que sucedía en toda la Europa occidental, la influencia francesa se diluía en las investigaciones del Dr. Mestre, quien dedicó gran parte de su gigantesca labor historiográfica a sacar a la luz la extraordinaria importancia del ilustrado valenciano Gregorio Mayans en la cultura española del Setecientos. Antonio Mestre es el impulsor de una obra sin parangón en la historiografía española dedicada al siglo XVIII: la publicación de la ingente correspondencia mayansiana, de la que ya han aparecido 22 volúmenes, y ello gracias a la labor benemérita, que debe ser destacada, del Ayuntamiento de Oliva, la Diputación de Valencia y la Generalitat valenciana. […] Para quienes fuimos sus discípulos, parece que escribiera el poeta y premio Cervantes Francisco Brines, también nacido en Oliva y amigo íntimo de Antonio Mestre, un verso brillante, espléndido como todos los suyos, extraído de un poema que comienza «Delante estaba el monte», y que se titula «El barranco de los pájaros»: «Teníamos que subir todos juntos el más hermoso monte», y añade el poeta un consejo que invita a proseguir la senda abierta por el Maestro Mestre para recorrer las cordilleras y las barrancadas de nuestro siglo XVIII : «Hay que olvidar el sitio, ser más fuerte / que el destino ruin, y con la noche, / vergonzoso en la sombra, penetrar / en una vastedad desconocida». Se refería Enrique Giménez a una suite poética de siete textos del primer libro de Brines, Las brasas (Rialp, 1960), que fue premio Adonais; y la amistad entre el gran poeta y el gran historiador enardece mi recuerdo de ambos. Tuve ocasión de conocer personalmente a Mestre en Cádiz, en el Congreso de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII que se celebró en octubre de 2012 y en el que se le homenajeó como maestro del dieciochismo —su discurso de agradecimiento está publicado en el volumen coordinado por Fernando Durán Hacia 1812 desde el siglo ilustrado (SEESXVIII y Ediciones Trea, 2013) y ahora me satisface haber insistido el pasado verano para que publicase en Cuadernos dieciochistas una reseña, precisamente, del libro de Enrique Giménez Tempestad en el tiempo de las luces. La extinción de la Compañía de Jesús (Cátedra, 2022), que ha sido una de sus últimas publicaciones en vida. Un admirable maestro entre los estudiosos del siglo XVIII, y del que podemos decir que casi todo lo que algunos hemos sabido y tenemos de Gregorio Mayans es suyo.
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