Me pone de buen ánimo leer a Rafael Reig por casi todas sus novelas. Estoy con la reciente El río de cenizas (Tusquets Editores, 2022), y tengo anotado lo de «Cuánto consuelo, cuánta esperanza repentina encontramos siempre en el buen humor y en la benevolencia hacia los demás» (pág. 72). Ojalá se lo apliquen tantos de los agriados que andan por ahí con afán de hacer daño. Leía esta tarde la novela y me acordé de Antonio Sáenz de Miera, porque hasta hace poco Rafael Reig tuvo una librería en Cercedilla, en la localidad de la sierra en la que nació mi amigo importante, con el que hablé cuando el novelista abrió el local hace unos años. Me acordé de él. Y esta misma tarde anoté entre mis asuntos pendientes llamar o escribir a Antonio Sáenz de Miera (¿Estará bien? Cuánto tiempo), por ver qué me podía decir de Reig y de su novela, si la había leído. El río de cenizas de Rafael Reig. Me acordé de Antonio. Alcé la mirada del libro y afuera me encontré con la fecha de su muerte: 25 de julio de 2021. Me pone de buen ánimo leer a Rafael Reig; pero hoy tengo una tristeza insoportable por su culpa. Por su culpa he leído una necrología de Juan Cruz sobre mi amigo que se publicó en las páginas de Madrid de El País y de la que no tuve noticia —por eso, por Madrid— hace más de un año; y ya sé por varios medios que Antonio murió sin enterarme. Le he dedicado a lo largo de estos años muchas entradas aquí, que cualquiera con paciencia podría leer en su orden, desde 2008, hasta un «Panorama matritense» de 2018, cuando coincidimos por buscarnos en la capital de la que volví ayer. No podría añadir ahora mucha más expresión de afecto que la que he mostrado por él durante ese tiempo. Abatido por la noticia, me pregunto por qué nadie me ha dicho nada. Porque yo no he sido nadie, me respondo. Pero se me ha muerto una persona muy querida, la única —por consiguiente— que habría podido darme la noticia de su muerte. Por eso, desde que lo he sabido, me he sentido tan solo y tan idiota. Por haberme enterado hoy, y sin despedirme. El personaje de la novela de Rafael Reig escribe en su cuaderno que hay que vivir como si cada día fuera el último de la vida de todos los demás (pág. 83), y, por su culpa, estoy de acuerdo; porque yo tenía que haber pensado en Antonio Sáenz de Miera antes de ese día de julio del año pasado, el día de su muerte. No me lo creo. No lo asimilo aún; después del tiempo que para mí son horas de un día como hoy. Qué tristeza siento. Y qué poco es haberle dedicado una tarde de mi vida y estas escasas letras. Tan a destiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario