«Las entradas que he dedicado en este blog al primer día del año, unas con el título de una cifra y otras con el mismo título que esta, patentizan mi inclinación a subrayar de algún modo los estrenos de un ciclo», escribí el 1 de enero de 2017; y sigo teniendo esa consciencia al despertar, como el que toma posesión de algo y da una condición especial al sencillo gesto de abrir una ventana y recibir un día claro como el de hoy. Esa era mi intención, pues así repetía dos hábitos: dar un paseo temprano por la ciudad y escuchar el concierto de Año Nuevo, esta vez con Daniel Barenboim dirigiendo a la Orquesta Filarmónica de Viena desde la Sala Dorada del Musikverein. Una congestión nasal considerable y molestias en la garganta con dolor leve de cabeza me han retenido en casa, pendiente solo del hábito de la escucha musical, que sí pude hacer, con los comentarios de un siempre ameno y ocurrente Martín Llade, el crítico y locutor de Radio Clásica, que llamó esta mañana a este 2022 el año de los tres patitos y su estanque. Ni el emotivo saludo de Barenboim, ni el ritmo alegre de las polcas, ni las palmas de la Marcha Radezki me apartaron de un runrún sobre mis síntomas con la que está cayendo. Yo, en realidad, me había levantado con un reflejo condicionado: buscar y leer la anotación del martes 1 de enero de 2019 en el Diario de un editor con perro, de Julián Rodríguez (Mérida, Editora Regional de Extremadura. Col. La Gaveta, 2021). Un reflejo condicionado porque Raúl C. Maícas, el director de la revista Turia, me encargó hace unas semanas una reseña que tengo que enviar en febrero; y porque ayer mismo, en El País, apareció una columna de José Andrés Rojo («Un tiempo de otra época») muy evocadora de los valores del diario de Julián, alguien, como dice el periodista, que supo descubrir los otros mundos que están también en este, tan desquiciado. Y un reflejo condicionado porque ayer despedí el año con un paseo de mañana por la ciudad y sus parques en compañía de Javier, el hermano de Julián, a quien pregunté si el perro del Diario —que es perra— debe su nombre —Zama— a la novela del argentino Antonio Di Benedetto. Y me dijo que sí. Hoy he comprobado que en el muro de Facebook de Julián Rodríguez —de donde se nutre el Diario espléndidamente publicado por la Editora Regional—, en un comentario a un texto del 19 de junio de 2018, Elisa Rodríguez Court le preguntó eso y Julián respondió: «Claro, has acertado... Es una de las novelas en español que más me gusta». Dediqué gran parte de esta mañana a la relectura del Diario de un editor con perro, sobre el que he anotado y recopilado material suficiente para montar mi reseña futura. Todo con el fondo de los Strauss, como probablemente Julián aquel día primero de año: «Esta mañana, a las diez, daba el sol en el balconcillo. Y a pesar de ello, el termómetro marcaba dos grados en el exterior a esa hora. Menos dos anoche, poco antes del cambio de año, al salir (ni una nube en todo el día) para ver las estrellas. Al regresar a casa, con la linterna alumbrando el camino, se olía en el jardín el cordial humo de la chimenea y se oía tenuemente la música de Mahler que había dejado sonando. He ordenado la leñera, pues mañana traerán mil kilos de madera de encina. (Yo colocaba los leños y Zama jugaba con una piña seca que había rodado hasta el suelo). Se oían disparos a lo lejos, cazadores. También habría que colocar en las estanterías los libros que hay sobre el escritorio, material de trabajo, pero será otro día, pasado mañana tal vez. Hoy me apetecían churros para desayunar, pero olvidé comprar una churrera de plástico en ese mercadillo de los viernes, así que he tenido que fabricar una manga pastelera con una bolsa de congelación. Agua caliente, la misma cantidad de harina, una pizca de sal. Mezclar, luego amasar un poco. Mi madre me enseñó cuando yo era adolescente, ahora hace churros u hornea bizcochos para mis sobrinos y mi padre. De cuando en cuando, en Navidad casi siempre. Anoche, Mahler; esta mañana, Radio Clásica y un libro de viajes por el Mediterráneo de los años veinte. Periódicos atrasados, revistas ¿disparatadas? que regala la prensa regional. El reportaje central de una de ellas (Diez minutos) me hace reír durante un buen rato.» (págs. 117-118). Será un placer escribir sobre el mundo de Julián y Zama, que me han acompañado esta mañana de año nuevo, sobre los textos que fue escribiendo en los años 2018 y 2019, hasta un día antes de su muerte, y que debemos a una edición cuidada por Martín López-Vega. Como el runrún seguía, J. me trajo hasta la puerta de la calle un test de antígenos de autodiagnóstico que recogí con incertidumbre. Seguí con mucho cuidado todas las instrucciones y esperé el resultado: negativo. Voy a bajar a tirar la primera basura del año.
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