A veces el azar toma la forma de un diccionario y te convoca con palabras insólitas como icor. Yo la había subrayado la semana pasada cuando leí Medea a la deriva, la obra de Fermín Solís (Reservoir Books, Penguin Libros, 2021); una palabra que suena al clásico de Eurípides; pero que está con naturalidad en esta novela gráfica moderna. El viernes pasado por la mañana escuché una conferencia de una lingüista de la Universidad Autónoma de Madrid, Rosario González Pérez, en la que habló de neologismos y, entre otros, de la palabra petricor, que es creación que designa el olor de la tierra mojada tras la lluvia a partir de términos griegos como petra (piedra) e icor (el fluido que fluye por las venas de los dioses, y que Fermín Solís pone en boca de su Medea dibujada). Me ha llamado mucho la atención encontrarme con una creación reciente del vocabulario científico a partir de términos antiguos en un hecho creativo tan dispar y coincidente. Porque el jueves 25 asistí en el Gran Teatro de Cáceres al estreno —«mundial», le respondí a mi desconocida vecina de butaca cuando me preguntó— de Medea a la deriva, un montaje dirigido por Isidro Timón y representado en la Muestra de Artes Escénicas en su edición de este año. Recibo con mucha alegría cada una de las creaciones que me llegan de la mano de Isidro Timón, alma, junto con Amelia David, de «Maltravieso Border Scene», que es uno de los proyectos culturales más sugerentes que han surgido en esta ciudad en los últimos años. Uno más, añadiría yo, de los que han salido del magín de este verato de Cáceres de toda la vida, que ha levantado una escuela de artes escénicas, un centro de producción teatral, una compañía y una sala de teatro alternativo en el centro de la ciudad —uno de los sueños de siempre de Isidro. La obra está basada en la novela gráfica citada de Fermín Solís Medea a la deriva y parece ser que nace del dibujante la idea de proponer su puesta en escena. No me extraña, porque la propia obra gráfica contiene la esencia teatral de un personaje clásico e inmortal como Medea, que alude a su condición de personaje y que tiene la alucinación de estar ante un patio de butacas lleno de un público mudo que la observa. Eso está en el cómic, así que la escena está servida como derivación natural de una historia en dibujos con texto. Por eso, y aunque ahora es frecuente en el teatro el apoyo de imágenes proyectadas en grandes pantallas que ocupan el foro, el telón o lo que se ponga, aquí su presencia es tan natural que el espectador las incorpora como un elemento más de la escenografía. También está en el cómic algo de la circunstancia del momento de su creación, pues la reclusión o confinamiento —en el inmenso mar— de Medea en un reducido y menguante islote de hielo a la deriva, y ese contar los pasos como constatación de un movimiento limitado, nos lleva a ese castigo de los dioses que sufrimos en forma de pandemia, urdidora del caos, como una Medea, que se revuelve contra esa condición de mujer fuente de males (sic). Todo esto está en el montaje dirigido por Isidro Timón y en donde casi todo lo llena Amelia David. Casi todo porque se ve muy bien el conjunto, la convergencia de cada uno de los elementos que se ponen en movimiento, desde la iluminación, o el espacio sonoro —como se llama ahora—, hasta la presencia inmensa de una actriz sobre la que se sustenta gran parte de lo que se ofrece al público. Magnífica Amelia David, que saludaba muy emocionada a los aplausos agradecidos de toda la sala. Merecidos. Qué bien.
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