domingo, junio 13, 2021

Peribáñez

Exterior noche. Plaza de Las Veletas. Acababa de empezar la obra, en la escena primera, con Casilda y Peribáñez de novios, cuando comenzó a llover, encendieron las luces del público y se paró la representación. Silvia González Gordillo, la directora del Gran Teatro de Cáceres y del Festival de Teatro Clásico, anunció sobre tablas que íbamos a esperar unos minutos y que, si cesaba la lluvia, continuaría la función. Y así fue. La duda era si volverían al principio o retomarían por donde lo dejaron. Y fue esto último, con el acierto de Isabel Rodes (Casilda) de adaptarse a la métrica del momento con un «Como te iba diciendo»…, al que reaccionó con risas el público, y que enlazó, pongamos por caso con versos como «Pareces cirio pascual / y mazapán de bautismo / con capillo de cendal, / y paréceste a ti mismo, / porque no tienes igual», que ahora no recuerdo haberlos escuchado en la versión de Yolanda Pallín, que me ha parecido respetuosa con unos versos de Lope bien seleccionados para ajustarlos a una hora y media sin pausa. Una hora y media que se quedó en una hora hasta casi el final del segundo acto, antes de que todo lo importante de la intención que sostiene la obra se expresase: la firmeza de Casilda y la dignidad de Peribáñez. La dignidad de ambos. Y un llover a chuzos que vació las gradas sin protocolo, y que nos dejó en Cáceres sin saber cómo resuelve este montaje el desenlace, cómo Peribáñez defiende su honradez y su honra como villano y caballero ante el poderoso, o si aparecen los reyes al final para cerrar todo. Es fácil averiguarlo; pero esta crónica de teatro es de las que a mí me gustan, esas que hablan de lo que pasó por una vez única en muchas veces repetidas (o no). Paraguas abiertos y protestas de los de atrás que no veían nada, señora. Nos vamos a empapar, cariño; vámonos. Han dicho que si escampa siguen. Yo no he escuchado nada; podrían decirlo por megafonía. La crónica de lo extraño de que todos los aplausos de anoche fuesen extemporáneos, pero muy justificados. En el primer parón, el público aplaudió; cuando se reanudó la representación también; igual que cuando, finalmente, nos levantamos, frustrados y mojados, quisimos dejar ese reconocimiento al intento de los profesionales de terminar su trabajo. El imponderable de ayer no me impide seguir calificando que el ejercicio machista de la autoridad del Comendador es una violación —irrumpe en la casa de Casilda— como la de Tarquino sobre Lucrecia —también ve invadida su casa— en la tragedia de Nicolás Fernández de Moratín. La pieza de Lope termina bien —aunque ayer no—, y sirve para confirmar algo que Eduardo Vasco, el director de este Peribáñez, siempre ha defendido en unas propuestas sobre el teatro clásico que propician que el espectador se plantee asuntos de su presente mientras contempla una historia de su pasado. 

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