Ojalá estuviese en casa. Pues no sé por qué el día que se celebra el segundo centenario de su nacimiento no encuentro un volumen —me levanté de aquí a buscarlo con un convencimiento que ahora me preocupa— que creía tener de las obras de Charles Baudelaire (1821-1867). La edición no era gran cosa; pero siempre es enojoso no encontrar un libro. Mitigo la celebración de su centenario con Las flores del mal, en la edición de Alianza (1982), la versión de Antonio Martínez Sarrión, con un ejemplar que tiene versos manuscritos en francés dedicados a una propietaria a la que debería devolver su libro después de treinta y ocho años. Por cierto, en la «Nota del traductor», Martínez Sarrión dijo que Baudelaire no fue un hombre de suerte y que su mala racha continuaba —por aquellos años setenta cuando él tradujo sus poemas— por lo mal que había sido traído al español, excepto por —decía Sarrión— el extremeño Díez-Canedo, que «en la benemérita y antañosa ‘Austral’, acertó con los Pequeños poemas en prosa». Evidente. A falta de más Baudelaire en casa, está un volumen pequeño de la colección «Laurel» de la Editorial Bruguera, de 1954, que contiene una selección de Sus mejores poesías adaptadas por José Mª Lladó con voluntad de rima. Debería actualizar mi biblioteca con las sugerencias que trae hoy El Cultural, con textos de F. J. Irazoki, de Aurora Luque y de Agustín Fernández Mallo, y notas sobre novedades en España, en Nórdica, en Ediciones del Subsuelo, en Luces de Gálibo o, próximamente, en Anagrama. No ha pasado, pues, el día sin leer algunos poemas del maldito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario