martes, noviembre 03, 2020

El último romántico

Cuando me dan para que lea el mecanoscrito de una obra, siempre pido al autor que, hechas las correcciones que tenga a bien hacer tras mi lectura, me devuelva el original. Es un tributo que creo que tengo derecho a cobrarme y que nunca nadie me niega. Por eso puedo decir que tengo una versión temprana de El último romántico (Cáceres, Asociación Cultural Letras Cascabeleras, 2020), de Tomás Pavón, desde el verano de 2016, y que han pasado cuatro años casi exactos desde que en octubre compartí mi primera lectura con el autor. En su biografía, la escritura, obviamente, ha tenido mucha presencia, desde que con diecinueve o veinte años ganara el Premio «Residencia» de Poesía, hasta su novela El novio de Betty Boop —que tanto me gustó y que, por cierto, se presentó en estos primeros días de noviembre de 2015—; pero el otro eje de su existir ha sido y es la música. Aunque en toda su obra cabe advertir un fondo sonoro, faltaba una que fuese enteramente musical. El último romántico lo es estrictamente; tanto que, por su factura, el libro pediría, si fuese posible, un original formato. Redondo, como un disco. «La vida da vueltas y vueltas sin cesar, igual que un disco de vinilo; y tiene una cara A y una cara B, igual que un disco de vinilo» (pág. 93). Así comienza la segunda parte de una novela que está dividida en dos «pases» o «caras», cada uno de los cuales tiene diez «cortes» o canciones —literalmente, Begin the beguine, No soy de aquí, Toda una vida, A veces llegan cartas… Adoro, Qué será, A partir de mañana—, que recortan el retrato de un cantante y de su mánager en una España reconocible también por lo que se escuchaba a través de la radio, de los primeros televisores o de las salas y locales en los que los músicos se buscaban la vida. Afortunadamente, Tomás Pavón cae en los «putos pormenores» (pág. 166) literarios y vuelve a ser cronista o una especie de narrador correligionario que ha participado en la mayoría de los hechos narrados; pero que quiere distanciarse como el que no quiere la cosa a pesar de haber vivido en primera línea un tiempo del que quiere dejar memoria escrita. Quiere y lo logra. No quiero repetirme al escribir sobre Tomás Pavón evocando a sus grandes autores, como ya he hecho alguna vez; pero qué remedio, si cuando leo en las últimas líneas conclusivas de la novela que «El viento golpea a rachas, formando cortinas de nieve que iluminan los faros insomnes de algún automóvil» (pág. 170), yo vuelvo a reproducir los efectos especiales con los que enmarcaba Juan Marsé a sus personajes, un Juan Marsé que nunca se había muerto cuando yo lo citaba para hablar de la escritura de Tomás Pavón. Ahora sí. Ha tenido que ser en este terrible 2020. Pues eso, que esta novela se presenta esta tarde de martes 3 de noviembre, a las siete, en la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán El Bueno, Palacio de los Golfines de Abajo de Cáceres.

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