Solo por tener en Cáceres, en el Festival de Teatro Clásico, la obra que recibió el Premio Max de 2019 al mejor montaje, hay que felicitarse y felicitar a Silvia González Gordillo, la directora del Gran Teatro y de esta XXXI edición del Festival —la felicito más por lo del viernes —, que ha programado esta pieza que alude al Shakespeare cómico. Es un texto contemporáneo interesadamente clásico por su ambientación en el año de la Armada de Felipe II y por los reiterados guiños al dramaturgo inglés en los diálogos de sus personajes, que mencionan todas sus comedias: desde Mucho ruido y pocas nueces o Sueño de una noche de verano, hasta Como gustéis o La comedia de las equivocaciones. Y, sobre todo, una obra como La Tempestad, con la que quiere compartir casi la rotulación del título y, claro, el incidente de un naufragio y el espacio de una isla desierta. La Ternura es un inteligente texto de Alfredo Sanzol, que es también el que dirige a los actores y actrices (tres más tres), entre los que se encuentran Eva Trancón y Juan Antonio Lumbreras, que menciono por ser extremeños —de Jaraíz ella y de Cáceres él— y porque les he visto numerosas veces en escenarios de aquí y me parece admirable y siento satisfacción por comprobar cómo han crecido tan bien en sus carreras como intérpretes. (Espero que no suene paternalista, que no tengo tanta edad). Dice el director y autor del texto que esta obra se titula La Ternura «porque habla de la fuerza y de la valentía para expresar amor. La ternura es la manera en la que el amor se expresa. Sin ternura el amor no se ve. La ternura son las caricias, la escucha, los pequeños gestos, las sonrisas, los besos, la espera, el respeto, la delicadeza. Una sociedad sin ternura es una sociedad en guerra. Por eso si no eres tierno por mucho que le digas a alguien que le amas te arriesgas a que te diga: ¡Pues no se nota!». Está muy bien. Estos textos que antes uno leía en los programas de mano están muy bien, porque te traen un sentimiento muy verdadero de quien ha puesto todo su empeño en mostrarte una parte de su quehacer y de la pasión con la que lo vive. Pero me parece que, a menos que yo anoche estuviese desentendido y duro, poco de eso, de esa teoría de la ternura, salvo en el cierre y telón con la explicación del título, hay en esta divertida comedia. Y sí mucho de comicidad sobre tan socorrido asunto como la querella entre hombres y mujeres —ellas que quieren vivir sin ellos y ellos que gozan sin su presencia coinciden en la isla—, y con recursos muy bien llevados para provocar malentendidos, fingimientos y llevar todo hasta la revelación para el leñador Azulcielo de que las mujeres no son monstruos de un solo ojo y piel de sapo. Tan hilarante y compartido que si las autoridades sanitarias hubiesen irrumpido en la sala, habrían declarado la zona de alto riesgo de contagio por las risas y no por la ternura. Así todo, y más, y muy bien llevado, que es lo que provocó ayer que el público del Gran Teatro se lo pasase bien con mascarilla. Es alucinante. El público con máscara y los actores sin ella. Lo nunca visto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario