domingo, julio 12, 2020

La cultura

Hace años compré este libro de Dietrich Schwanitz, La cultura. Todo lo que hay que saber (Madrid, Taurus, 2002), publicado en España —en traducción hecha por Vicente Gómez Ibáñez— a rebufo del éxito que tuvo en Alemania, en donde vendió más de medio millón de ejemplares en un año (1ª ed., 1999). Se lee con gusto este extenso relato de la historia cultural de Europa, como un repaso de esos conocimientos que están recogidos en las grandes obras y enciclopedias, con mucha información, pero sin rebaba erudita. Más bien al contrario. La única nota a pie de página que hay en un libro de más de quinientas cincuenta es precisamente la que aborda el sentido y la finalidad de la nota al pie como rasgo distintivo de las ciencias del texto. Pero no quiero hacer una reseña de un volumen que tiene ya dieciocho años. Me he acordado de él por la banda sonora original y doméstica de la tarde de este domingo caluroso de julio. Fui a buscar un disco recopilatorio de Billie Holiday, a quien esta tarde Videodrome (Radio 3) ha dedicado la segunda entrega sobre las memorias —tremendas— de la cantante. A lo mejor es que no me habían bastado «East of the Sun West on the Moon», «You’d Be Easy to Love», «These Foolish Things», «You Go to My Head», «Lover Come Back To me», entre otras canciones que han sonado en este extraordinario programa en el que Marta Iraeta le ha puesto voz al relato de la vida extrema de Lady Day. Fue al buscar el disco de la de Filadelfia cuando reencontré el compacto que venía en el libro de Schwanitz, con el título La cultura. Todo lo que hay que escuchar. La verdad es que el autor alemán es dado a las listas, pues cierra su obra con un capítulo de «Libros que han cambiado el mundo», que empieza por De Civitate Dei de San Agustín y acaba en Mi lucha de Hitler: «Ilegible mezcolanza de antisemitismo, racismo, militarismo, fanatismo nacionalista, teoría del espacio vital, interpretación histórica y programa político que, dada su estupidez, nadie tomó en serio. Mi lucha ha sido el único libro cuya repercusión se debió precisamente al hecho de haber pasado inadvertido» (pág. 520), dice el comentario del ítem. Bueno, a lo mío. Que todavía sigo escuchando continuadamente el disco que encontré esta tarde con diecisiete piezas «que hay que escuchar» que ocupan una hora y cuarto aproximadamente. Así, de hora y cuarto en hora y cuarto, he ido sobrellevando el trabajo del domingo: la Misa del Papa Marcelo, de Giovanni da Palestrina; el segundo acto del Orfeo de Monteverdi; el primer Concierto de Brandenburgo, de J.S. Bach; el Himno del Emperador, de Haydn, que es el himno de la Alemania de Dietrich Schwanitz; la parte «Lacrimosa» del Réquiem de Mozart; la sonata Claro de luna de Beethoven; el cuarteto de cuerda La muerte y la doncella de Schubert; el Réquiem alemán de Johannes Brahms; la Sinfonía fantástica de Berlioz; las Escenas de niños de Schumann; la Marcha nupcial de Mendelssohn; La mañana de E. Grieg; El Cascanueces de Tschaikowsky; El anillo de los Nibelungos de R. Wagner; La Mer de Claude Debussy; la primera de las Gymnopédies de Erik Satie; y la Rapsody in Blue de George Gershwin.

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