martes, junio 02, 2020

Alcaíns fecit, 2019 (IV)

© Javier Alcaíns

Pero antes de hablar de la geografía del texto, pondré algún ejemplo más de esa manera que el escritor Alcaíns propone para trenzar su prosa. El «oro del bosque de los Sonámbulos», por ejemplo, dora una secuencia (págs. 23-27) en la que se va repitiendo la palabra y que termina en «De plata será siempre», frase que da el relevo a otro segmento que comienza con «De plata afantasmada será el lomo de un caballo…». Así, en párrafos consecutivos. Como en «Abre la ventana y deja que entren», y el párrafo siguiente: «Abre la ventana, que el viento meta en casa la lluvia» (pág. 39). Es como si —¿como si?— el final de un parágrafo le diese pie al siguiente para que continúe y que discurra, como los cangilones de una noria que reciben el agua y la concatenan y comparten hasta dar en otro nivel de agua, en otra altura, sin que pare la corriente. Esto, en términos musicales, podría ser lo que conocemos como ostinato o repetición. Aquí funcionan como motivos melódicos, que hacen avanzar el texto como si se deslizase, como si corriese. En pintura me imagino lo difícil que tiene que ser dar movimiento a una imagen o pintar el agua; pero es literatura y estamos ante un brillante ejemplo de esa capacidad que demuestra Javier Alcaíns para expresar esa sugestión. Los ejemplos se suceden, son constantes a lo largo de un texto tan breve como La adivinanza del agua. Así en la serie «Si un ángel…» «Si un demonio…» (pág. 12) «Si un mago…» (pág. 13). «En el capítulo» se repite en estas páginas (18, 21, 22), en la 18, por tres veces, y en la 22 por cinco, pues se trata de los doce meses del año. Lo enumerativo es fundamental en la morfología del texto; porque sugiere mejor la sensación de discurrir, de lo que fluye. «Como una escena […] Como una escena […] Como una escena […]» (págs. 45-46). Y también —ahora sí— está la geografía del texto. La adivinanza del agua está llena de lugares, y también en eso va avanzando. Es recorrido y corriente constante. Propongo dibujar un mapa —con la indicación numérica de las páginas— en las que los lugares aparecen: Jálama, Eljas, China (11), Arizona (15), Bangladesh (15 y 16), Odesa (16), México (16), Tananarive (16), Río de Janeiro (16), Nara (16), España (18), Rusia (18), África (24), Las Hurdes (24), Cipango (34), Sáhara (36), Plaza Roja (36), Montánchez (36), Oporto (46), Maguncia (46), Tánger (46), Milán (46 y 48). Es lógico, pues, en un texto que corre, que recorre, que haya una geografía, un espacio, un espacio que se nombra… En fin, Jálama, Eljas, China, Las Hurdes, Cipango, Plaza Roja, Montánchez… El mundo sutil y sublime al que nos traslada el autor. Nota bene: la ilustración de Javier Alcaíns que encabezaba la entrega de ayer aquí es una variante no publicada de la que finalmente se imprimió en la página 23 de La adivinanza del agua, en la que ese mismo sobrio paisaje de encinas está cubierto por las características líneas oblicuas del agua de lluvia del libro. 

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