Con motivo de la festividad de San Isidoro de Sevilla, patrón de mi Facultad, se celebra mañana viernes 27 de abril el Día de Letras en Cáceres. En el Instituto de Lenguas Modernas (Avda. de la Montaña, 14), por la mañana, desde las diez hasta la una, un grupo de profesores ofrecerán unas microconferencias de quince minutos cada una sobre asuntos de nuestro ámbito de estudio dirigidas a alumnos de los institutos de Enseñanza Secundaria de la región. Felipe Leco Berrocal («Geograficando tu piel»); Moisés Bazán de Huerta («Inspirarte»); Encarnación Pérez («False friends o los falsos ¿amigos?»); Pilar Galán («De Cicerón a la sordera de Beethoven. Razones de una pasión por la enseñanza»); Pedro E. López («Pasear la ciudad para aprehenderla: pasear por Cáceres»); Atilana Guerrero («Las Etimologías de San Isidoro de Sevilla»); Sigfrido Vázquez («¿Qué ha hecho América por nosotros?»); Carmen Galán («Del bisonte al whatsApp») e Isabelle Moreels («Amor en París: el señuelo del cine francés traducido al español»). Por la tarde, a las 20:30, y tras la entrega de reconocimientos a personas especialmente destacadas de la Facultad, el catedrático de Historia Contemporánea de la UEX Enrique Moradiellos dará una conferencia titulada «La sombra de Franco es alargada». Es la quinta edición, desde 2013, de este Día de Letras en Cáceres y doy fe de que en estos años ha resultado muy atractivo para los chavales de los institutos que se forman y divierten por la mañana con estas píldoras de formación muy digeribles, y para el público en general que a la caída de la tarde acude a este ejemplo de extensión universitaria en el centro de la ciudad. Se clausurará la jornada con una actuación musical de mi compañera del área de Lingüística General Maribel Rodríguez Ponce, del grupo vocal Son del Rosel. La entrada será libre, hasta completar el aforo del salón de actos del Instituto de Lenguas Modernas.
jueves, abril 26, 2018
miércoles, abril 25, 2018
Cáceres, moderna y cosmopolita
© Jorge Rey. Diario HOY
«La regla de la creencia del vulgo es la posesión. Sus ascendientes son sus oráculos; y mira como una especie de impiedad, no creer lo que creyeron aquellos. No cuida de examinar qué origen tiene la noticia: bástale saber, que es algo antigua para venerarla, a manera de los egipcios que adoraban el Nilo, ignorando dónde o cómo nacía, y sin otro conocimiento que el que venía de lejos. […] ¡Qué quimeras, qué extravagancias no se conservan en los pueblos a la sombra del vano pero ostentoso título de tradición! ¿No es cosa para perderse de risa el oír en este, en aquel, y en el otro país, no sólo a rústicos y niños; pero aun a venerados sacerdotes, que en tal o tal parte hay una mora encantada, la cual se ha aparecido diferentes veces? Así se lo oyeron a sus padres y abuelos, y no es menester más. Si los apuran, alegarán testigos vivos que la vieron; pues en ningún país faltan embusteros que se complacen en confirmar tales patrañas. […] Esto es lo que siempre sucedió; esto es lo que siempre sucederá; y esto es lo que eterniza las tradiciones más mal fundadas, por más que para algunos sabios sea su falsedad visible. Una especie de tiranía intolerable ejerce la turba ignorante sobre lo poco que hay de gente entendida, que es precisarla a aprobar aquellas vanas creencias que recibieron de sus mayores, especialmente si tocan en materia de religión. Es ídolo del vulgo el error hereditario. Cualquiera que pretende derribarle, incurre, sobre el odio público, la nota de sacrílego. En el que con razón disiente a mal tejidas fábulas, se llama impiedad la discreción; y en el que simplemente cree, obtiene nombre de religión la necedad. Dícese, que piadosamente se cree tal o tal cosa. Es menester para que se crea piadosamente, el que se crea prudentemente; porque es imposible verdadera piedad, así como otra cualquiera especie de virtud que no esté acompañada de prudencia». Discurso XVI del tomo V del Teatro crítico universal, de Benito Jerónimo Feijoo —«Tradiciones populares» lo tituló, en 1733, hace doscientos ochenta y cinco años. Ahí es nada. La foto de Jorge Rey que veo en la edición digital de su periódico, el HOY, es de esta tarde, en el momento, según dice el pie, de la entrega «del bastón de mando de la ciudad a la Patrona, a su llegada a Fuente Concejo». El bastón de mando, sí. Otra metáfora.
martes, abril 24, 2018
En el día siguiente del Día del Libro
El caso es como sigue. I, que viene todas las semanas a casa para salvarme de la plancha y de la limpieza menos rutinaria, me ha traído este libro para que yo lo devuelva a la Biblioteca de la Facultad de Derecho de Cáceres. Quien lo recibió en préstamo fue una estudiante mexicana que tenía que haberlo devuelto antes del 19 de enero de 2015. El marido de I acaba de traspasar el bar que tenía en La Madrila cacereña y el libro ha aparecido entre decenas de objetos al recoger la trastienda. No sé si es habitual dejar libros en los bares; pero me imagino que este ha estado unos años rodeado de llaveros con llaves, de fundas de gafas, de sudores sin fruto después de un baile, de la carcasa de un teléfono móvil, de bufandas y de guantes, o de los restos de un anhelo en la noche. El marido de X debe de saber de esto y ha contado que aquella chica encomendó la devolución del manual a un amigo que terminó muy borracho una noche de farra y olvidó el encargo. Allí estuvo hasta ahora, que está a buen recaudo para ser devuelto mañana a su estante. Debe de ser un libro útil, aunque no está bien escrito, por ese mal entendido lenguaje espeso de los textos legales, con gerundios inoperantes, puntuación incorrecta y redundancias. Escribe un lego —yo— en estas materias, que reconoce que este Manual sobre protección de consumidores y usuarios de Carlos Lasarte Álvarez, cuya cuarta edición revisada y actualizada es la de la imagen, la que se llevó la estudiante mexicana que igual algún día me lee, va ya por la novena edición según la página de su especializada editorial Dykinson. No he podido evitar reseñar el asunto, con permiso de I.
lunes, abril 23, 2018
En el Día del Libro
No sé si es el libro más gordo que tengo en casa. No lo traigo aquí por eso, aunque tiene dos mil páginas. Esta colosal edición ideada a comienzos de este siglo por Manuel Hermínio Monteiro (1952-2001) en su editorial lisboeta Assírio & Alvim me apetece que represente la celebración de un día como hoy. Rosa do mundo. 2001 poemas para o futuro es un gran monumento a la lectura y a la poesía, y «é uma obra colectiva feita por muitas dezenas de pessoas com sensibilidades diferentes, mas tendo em comum o grande amor pela poesia. Trata-se de uma obra ambiciosa, procurando abarcar a poesia conhecida ao longo da História, desde as civilizações mais remotas até aos autores nascidos en 1945», porque sus editores —yo creo que Hermínio— entendieron que ese límite temporal abarcaba la producción poética de su momento presente. Supongo que C. recuerda que me regaló este libro en la Librería Lello de Oporto —y aquí lo puse—, como yo recuerdo aquella tarde de principios de junio de 2001, en Lisboa, cuando lo de Hermínio, y cuando Ángel Campos Pámpano (1957-2008) me abrazó en aquella calle del Bairro Alto para darme noticia de su muerte y me dijo que había visto en la mesilla de su dormitorio, al lado de su cama, este tomo, Rosa do mundo. Qué mejor recuerdo de Hermínio que un libro editado por él. Encuentro en las páginas 997 y 998 el primer poema de Juan Meléndez Valdés que he leído en portugués: «Aos meus leitores» («Não co'esta amena lira / hão-de ser en ais tristes / chorados os azares / do reis pouco felizes […]». Aquí dejo este trozo. Por cierto, nunca he estado más solo que a la una, cuando pasaba hoy por el Gran Teatro de Cáceres tentado de entrar para leer, como otros años, algún fragmento de un libro en ese acto que hoy me ha parecido públicamente desamparado, casi desatendido por todos los que pasábamos por las aceras de San Antón. Yo llevaba uno en mis manos recién comprado. Ya hablaré de él, porque me está interesando, por lo que tiene de crónica íntima, de desgarro, de emoción —ay, las solapas—, o porque leí lo que sobre él escribió Juan José Millás, y sobre su autor, a quien deseó con buen ánimo «que Dios confunda por rompernos el alma». Yo, todavía, no me lo creo. Tengo que leerlo; que para eso estamos en el día del libro. Mustia esta fiesta local de mi casa con uno de los libros más gordos que tengo. Y hermoso.
viernes, abril 20, 2018
Conversaciones en Extremadura
Ahora no pongo en pie cuándo pude leer este libro que encontré hace unos meses en Badajoz, en la librería y churrería «aAaaa», la de la Plaza Alta, como su propio nombre indica. Conversaciones en Extremadura, de Marciano Rivero Breña (Badajoz, Universitas Editorial, 1981) formaba parte de una biblioteca familiar; quizá la de uno de mis hermanos, en la que, por un ejemplar como éste, leí las entrevistas que Rivero Breña hizo —entre junio y diciembre de 1980— a personajes extremeños significados en los tiempos de la transición y de la construcción de una Extremadura que fue y que quizá por ello es lo que es: Pablo Castellano, Ricardo Senabre, Adolfo Maíllo, Víctor Chamorro, Juan Barjola, José Antonio Gabriel y Galán, Enrique Sánchez de León, Jesús Vicente Chamorro, Juan Rovira Tarazona, Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona y Antonio Hernández Gil. No sé cómo diría hoy José Julián Barriga, autor del prólogo de aquel libro, la importancia que tuvieron todos los personajes con sus responsabilidades en aquellos tiempos; pero estoy seguro de que expresiones como «páramo cultural» o «pionero» hoy deberían tener otro significado. De aquella lectura, durante muchos años retuve y repetí como un testimonio de una época una frase de Ricardo Senabre en la que decía que la ubicación de la Universidad de Extremadura se la habían querido jugar a los chinos. Muchas veces he dudado sobre la exactitud de aquella declaración, de si era una deturpación mía; pero ahora puedo retomar las palabras del fundador del Colegio Universitario de Cáceres: «La Universidad de Extremadura tomó cuerpo en el año 1974, y en cuanto a su lugar de emplazamiento casi, casi, se la juegan a los chinos por indicación del que entonces era director general de Universidades, el catedrático de Historia, Luis Suárez Fernández, quien en presencia de las autoridades de Badajoz y Cáceres, reunidas con él en Mérida, propuso por tres veces consecutivas y con la más absoluta seriedad, o al menos así les pareció a todos los asistentes, el que se jugaran a los chinos la ubicación de esta Universidad» (pág. 60). Rivero Breña le interpeló como si no le creyese: «Pero así; jugársela a los chinos»; sobre lo que Senabre insistió: «Sí, sí. Como lo oye. En presencia de los presidentes de Diputación, gobernadores civiles y alcaldes de las dos capitales extremeñas. Hay por tanto seis testigos que podrían ratificar esta afirmación. Y no creo que nadie pueda dudar de seis testimonios unánimes, procedentes de personas adultas que tienen una responsabilidad política. La reacción de estas seis personas fue de absoluto estupor ante tamaño disparate» (págs. 60-61). Aquel disparate se evitó y la Universidad de Extremadura fue la primera en España que tuvo sus facultades distribuidas en más de una provincia. En muchas ocasiones, los libros nos traen recuerdos personales; pero no siempre, como es el caso, nos los aclaran y precisan.
jueves, abril 19, 2018
Fraude
Cualquiera lo diría. Ayer, por una friolera, di en el diccionario con la palabra «fraude» y hoy parece que me he quedado a vivir en ella. Me la he encontrado en los tenebrosos rincones de mi cerebro, como escribió Bécquer, aunque suele ir por la calle relacionada con lo fiscal, lo dinerario. Parece, pues, que el fraude es un delito más sofisticado. Y «sofisticado» es un adjetivo que viene de un verbo transitivo de la primera conjugación mucho más contundente que el derivado: «Falsificar o corromper algo». No sé dónde leí esto de Luis Landero, con motivo de la publicación de La vida negociable: «Somos una tribu que no hay modo de cohesionar y llevamos cinco siglos intentándolo. Hay motivos para no amar a España, que ha sido gobernada por clérigos, militares y aristócratas, pero hay otros motivos para amarla profundamente: Cervantes, Jovellanos, Machado, Azaña... Para mí, a pesar de esa historia descarriada, a España siempre la llevo en el corazón». Yo también; pero sigo dando vueltas a lo del fraude. A lo que me atañe. Me importa. Mucho.
miércoles, abril 18, 2018
DLE
Acabo de saber que todas y cada una de las palabras de la definición de una entrada de la edición del Diccionario de la Lengua Española en la web de la RAE son vínculos que llevan a las definiciones de sí mismas. Que si yo busco «fraude» y me da como resultado «1. m. Acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete», y clico en «perjudica», llego a «1. tr. Ocasionar daño o menoscabo material o moral. U. t. c. prnl.». Es genial esto y yo soy un ignorante. Y más. Vamos, como en la edición en papel; pero con alguna diferencia.
martes, abril 17, 2018
Vicente Cervera en Letras
Ayer, al terminar una reunión, me despedí de unos colegas diciéndoles que iba a una conferencia a formarme. Era la de Vicente Cervera Salinas, catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Murcia. Fue en el aula 27, en la que mi compañero Ignacio Úzquiza da sus clases —de 13:00 a 15:00— de Fundamentos de la Literatura Hispanoamericana en el primer curso del grado de Filología Hispánica. Dije «formarme» y me formé. Vicente Cervera dio ayer una clase magistral sobre Jorge Luis Borges que vino a ser una de las más ilustrativas introducciones —e incitaciones a su lectura, en la medida correcta de quien se dirige a estudiantes que no saben, o no manifiestan saber, en qué siglo escribió ese escritor argentino— que yo he conocido sobre la trayectoria literaria del autor de El hacedor, libro al que Cervera aludió en varios momentos de su intervención. Faltaron los textos. Qué bien habría estado mostrar —y tenemos medios en el aula—, qué sé yo, el «Poema de los dones» —cuyos primeros versos Vicente Cervera recitó de memoria—: «Nadie rebaje a lágrima o reproche / Esta declaración de la maestría / De Dios, que con magnífica ironía / Me dio a la vez los libros y la noche.», o algunas de las pocas porciones de «El inmortal», de El Aleph. O la dedicatoria imposible de El hacedor a Leopoldo Lugones, que fue como un resumen de la charla de un Vicente Cervera que acabó leyendo, también de memoria, el soneto «Everness», de El otro, el mismo, para hablar de la memoria; y un poema propio, de un libro, El alma oblicua (Verbum, 2003). Le dije al final de su charla que mi primera conferencia como profesor, hace ya más de treinta años, fue sobre la poesía de Borges, a la que él dedicó su tesis, que defendió en 1989; que compré poco después de su publicación Los conjurados (1985), el último libro del maestro; y ahora le diría que en las primeras páginas de mi ejemplar de ese poemario acabo de encontrarme un recorte abarquillado —por el color— de El País, de 30 de abril del año de su muerte —1986— titulado «Del cielo y del infierno», a cuyo sentido Vicente Cervera aludió ayer en varios momentos de su clase. Una clase sencilla y magistral.
miércoles, abril 11, 2018
Javier Cercas con asterisco
Mañana será la última de las dos sesiones de dos horas que voy a dedicar este curso a Soldados de Salamina, de Javier Cercas, y la primera vez que lo haga a partir de una edición anotada, muy rigurosa, muy bien hecha, y muy reciente —hasta noviembre de 2017 no me llegó mi ejemplar— que ha publicado Ediciones Cátedra en su colección Letras Hispánicas: Javier Cercas, Soldados de Salamina. Edición de Domingo Ródenas de Moya. Madrid, Ediciones Cátedra (Col. «Letras Hispánicas», 790), 2017). No hace tanto que programé por primera vez esta excepcional novela —dice Domingo Ródenas que dijo «en 2010 el premio Nobel japonés Kenzaburo Oé que Soldados de Salamina le pareció "una obra maestra" y no seré yo quien le contradiga» (pág. 172)— en mis clases de cuarto de Filología Hispánica, y ha sido una satisfacción en estos años incorporar novedades editoriales sobre el texto que nos ocupa. En el curso pasado fue la «edición escolar» con prólogo de Ángel Esteban y material didáctico de Yannelys Aparicio y Ángel Esteban (Madrid, Debolsillo, 2016), y ahora este espléndido estudio que rodea a un texto que se convirtió en un fenómeno editorial. Una edición como la que ha elaborado Domingo Ródenas de Moya es más que un estudio. Lo es, pero quintaesenciado, reduplicado. La introducción tiene más de ciento cincuenta páginas, y pocas veces tiene tanta justificación tal prolijidad, que aborda la novela como fenómeno de sociología literaria; a su autor, antes y después de Soldados de Salamina; que analiza su concepto de novela —otra vez el punto ciego—; que recorre el texto y su ficción y su realidad; que se detiene en las articulaciones del discurso narrativo —el contrapunto cómico del personaje de Conchi, el relato real, la figura del padre...— y en el tema del heroísmo; que, en fin, interpreta con justeza la obra y responde a muchas de sus miopes e injustas lecturas. Tanto esta introducción como la bibliografía están actualizadas hasta —supongo— no mucho antes de la aparición de la edición, pues se tiene en cuenta la última novela de Cercas, El monarca de las sombras, que tuvo fecha de febrero de 2017. Soldados de Salamina se anota con más de cien notas al pie, muy esclarecedoras, y se culmina con la relación de variantes entre la primera edición y la versión que estableció Cercas en 2015, y con unos apéndices con el epílogo a esa edición, aquel artículo determinante de Vargas Llosa en septiembre de 2001 que aceleró el éxito, y unos textos de Eugenio Montes, Jorge Luis Borges y Thomas Hardy que vienen al pelo para leer a ese Cercas. Ese Cercas que parece un nombre en plural. Más bien dual, lo que justifica la tercera nota de la introducción de esta gran edición: «Como marca de discriminación entre el Javier Cercas real (el autor) y el Javier Cercas ficticio (el narrador), distinguiré a este segundo con un asterisco (*)». Eso sí, yo habría añadido a lo de narrador un matiz: «el personaje».
lunes, abril 02, 2018
La detonación
De mi blog de clases El trabajo gustoso.
Nunca había programado en clase esta obra de Buero Vallejo, que fue la primera que estrenó muerto el dictador y después de la restauración de unas elecciones libres en junio de 1977, desde las últimas, en febrero de 1936. La mayor parte de mis alumnas —y J.M y C.— la leerán por la edición recomendada, la de Virtudes Serrano (Antonio Buero Vallejo, La detonación. Edición de Virtudes Serrano. Madrid, Ediciones Cátedra, Col. Letras Hispánicas, 636, 2009), que concluye su introducción con palabras que haré mías el primer día que explique la obra en clase: «La detonación sigue siendo una obra imprescindible dentro del teatro español desde la segunda mitad del siglo XX. La doble lectura histórica que propone no ha perdido actualidad más de treinta años después de su estreno, sino que ha ampliado su significado por recuperar para el lector más joven la memoria de un pasado próximo, hoy para muchos ajeno» (pág. 64). Ojalá pueda confirmar esa vigencia de este «drama subjetivo» —como lo denominó Luis Iglesias Feijoo en su clarividente y documentado estudio sobre el teatro de Buero, La trayectoria dramática de Antonio Buero Vallejo (1982)—; porque para mí es eso, más un drama subjetivo que un drama histórico en el que el autor supo manejar muy bien la ambientación en una época y unos personajes tan significativos. Crea la atmósfera histórica para sugerir algo importante e idéntico a la teatralidad que interpela al público contemporáneo. Me he detenido esta tarde en el momento de la segunda parte de la obra en el que Buero hace que los personajes de Espronceda y Larra, muy críticos con la desamortización —«Una farsa indignante», dice Fígaro— visiten a Mendizábal para comunicarle sus reparos. El ministro dice que «La plebe es ignorante. Darle hoy el voto sería el caos. Y todos hemos visto lo que sucede entonces. Asesinatos, motines...». A lo que Larra devuelve: «El poder también asesina»; y poco después, el escritor Buero hace decir al escritor Larra, dirigiéndose a Mendizábal, que «Usted ha sido un político desterrado por servir a la libertad, pero no nos ha dado libertad. Usted ha defendido la causa popular en sus discursos, pero es usted un millonario opulento, y su desamortización es otra hábil jugada de bolsa a favor de los ricos, no de los braceros. En resumen: usted inaugura otra sustanciosa etapa de privilegios. Y nosotros, aunque nos multe o nos encarcele, lo diremos.» A lo que Espronceda, escribe Buero, añade: «Hago mías las palabras de Larra. Y agrego que acaso nadie haya querido ayudarle mejor que nosotros». En la obra también sale Calatrava, un paisano extremeño querido, que era Presidente del Consejo de Ministros cuando Larra se pegó el tiro. En fin, qué delicia preparar clases así. Y, por cierto, la imagen de arriba es como esas que leemos en la prensa diaria, cuando dicen que la infografía es de «elaboración propia». Sí, la mía también, a partir de las ilustraciones de una crítica de Carlos Seco Serrano, el gran especialista en el escritor romántico, publicada en ABC en diciembre de 1977, en la que se notó más al especialista en Larra que al espectador de teatro. Hace cuarenta años.
domingo, abril 01, 2018
Los libros de allí
Hay veces que, aquí, solo, sentado en mi escritorio, necesito salir a buscar un libro que está fuera de este cuarto, en la habitación de J., por ejemplo. Allí están, mayormente, los de poesía española contemporánea. Para llegar tengo que cruzar el salón y —es curioso— me quedo parado por si hay alguien y tengo que saludar, como si tuviese que dar las buenas noches a quien, sentado en el sofá, espera no sé qué cosa. Es verdad, siempre me pasa por las noches. La otra noche había alguien. Estoy convencido. No tuve que saludar a nadie en el salón; pero el libro apareció en mi mesa. Nota de filólogo: si lo de arriba fuese un texto importante, por ejemplo, el poema de un gran poeta, y hubiese sido escrito como yo lo he creado, finalmente, con esfuerzo; entonces, si yo, como así ha sido, no he guardado ninguna de las seis versiones de esas líneas que escribí antes de publicarlas, no habrá textos previos, no habrá ante-textos, o habrá poco de algo. Me da igual el soporte, aunque yo esté aún acostumbrado a trabajar con papel; pero lo que digo, la historia textual de lo escrito cabría perfectamente en los nuevos formatos. Siempre que el escritor guardase las diferentes versiones de su texto. Difícil en los tiempos que corren. Yo, que quiero dedicarme a esto, pido a los que escriben que guarden las versiones previas a aquello que puede ser importante. Nota de usuario: llevo meses intentando recuperar centenares de páginas que escribí, en varias versiones, y no hay manera de que sistema alguno lea el formato en el que las escribí en su día. Vértigo.