sábado, diciembre 02, 2017

Glorias de Zafra (XVIII)


Pasan los años, me rozan otras circunstancias y vivo de manera distinta mi regreso a esta ciudad. Antes venía periódicamente, a fecha fija, para no salir más que a comprar pan y prensa, dedicado a la atención de una madre dependiente que se valió por sí misma durante más de ochenta años de su vida. Ayer, para ir de un lugar a otro no muy distante, elegí el camino más largo, el callejeo perpendicular por sitios de mi infancia y juventud: Cerrajeros —antes Cristóbal de Mesa—, Gobernador —en mis tiempos Cánovas del Castillo—, la Plaza del Corazón de María que para nosotros era la «Plaza del Parador» en la que jugábamos al fútbol sobre la tierra con una valla fija de hierro como portería y gritábamos para tapar el golpe del balón sobre los coches. Tantas horas seguidas en las calles de Zafra no me despojan de mi condición de visitante, de encontrarme con rostros lejanamente conocidos y cruzarme con otras muchas personas nunca vistas; pero hay un blasón que uno posee dignamente oculto por el que, cuando paseo por la ciudad, me siento investido de la autoridad del que nunca se fue de aquí.

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