sábado, octubre 28, 2017

Madrid en tiempos de Francisco Aguilar Piñal

Fue lamentable, la verdad. La fotografía que tomé en el acto de Madrid el pasado jueves 26 lo dice todo. Joaquín Álvarez Barrientos, presidente de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII, y Francisco Aguilar Piñal en la mesa, sin acompañamiento de ninguna autoridad del Ayuntamiento de Madrid, en la Casa de la Villa —en el Patio de Cristales de ese antiguo edificio coronado por los bustos de personajes como Lope de Vega o Calderón de la Barca —, en donde se convocó la presentación del monumental libro en cuatro volúmenes Madrid en tiempos del «mejor alcalde». Allí estábamos, una de sus hijas, su familia, su editor, buena parte de la junta directiva de la SEESXVIII y algunos amigos y compañeros, como Pilar Martínez Olmo, la directora de la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del Centro de Ciencias Humanas y Sociales, del CSIC en donde tantos años, en su sede de la calle Medinaceli —ahora en Albasanz—, cuando era Instituto «Miguel de Cervantes» y más, trabajó Aguilar Piñal en su impagable Bibliografía de Autores Españoles del Siglo XVIII (1981-2001). Después de la presentación de Álvarez Barrientos, en la que destacó la importancia de la obra de Aguilar Piñal, el homenajeado leyó un texto que había preparado para que lo escuchase la alcaldesa de Madrid —que había anunciado su asistencia—, en el que dio datos de la importancia de la capital en el siglo XVIII, y, sobre todo, en los años del reinado de Carlos III —1759-1788—, sobre el número de sus gentes, sobre su alimentación, su abastecimiento, su actividad teatral y de ocio —botillerías, mesones, prostíbulos—, y sobre cómo deberían corregir los folletos turísticos que muestran un «Madrid de los Austrias» que debería ser el «Madrid de los Borbones» si se quiere ser riguroso con los hechos, los monumentos y las fechas. Francisco Aguilar Piñal, «Paco», leyó su texto muy emocionado —su esposa Margarita falleció hace unas semanas— y nos encogió el corazón en varios momentos de su discurso —cuando aludió a Cataluña, a que este libro era el final de su trayectoria, y cuando se detuvo para decir que es duro hacerse viejo. Por eso fue tan desagradable que este investigador, este estudioso del Madrid dieciochesco al que le han publicado su libro en Sant Cugat (Editorial Arpegio), estuviese tan desasistido de apoyo institucional en la ciudad en la que vive y ha trabajado toda su vida. Fue lamentable, la verdad, y una satisfacción estar allí, acompañándole.

martes, octubre 24, 2017

Sintra


Hacía más de veinte años que no volvía por allí. Y sigue siendo un sitio bonito para ir. Para ir y para volver. O ir y volver desde una ciudad con más vida a partir de las siete de la tarde, cuando se queda casi vacía, las tiendas cierran y en los bares no hay casi nadie, y menos, tomando una cerveza. Ir y volver desde, por ejemplo, Lisboa. Y me he acordado del poema de Fernando Pessoa y de aquello de «Vou a passar a noite a Sintra por não poder passá-la em Lisboa / Mas, quando chegar a Sintra, terei pena de não ter ficado em Lisboa». También me acordé de esos versos de Álvaro de Campos conduciendo, claro, por la carretera de Sintra hacia Mafra en un viaje frustrado por un horario intransigente para ver la grandiosa biblioteca del Palacio Nacional. «Yo, el conductor del automóvil prestado, o el automóvil prestado que conduzco? / En la carretera de Sintra al luar, en la tristeza, ante los campos y la noche, / mientras conduzco desconsoladamente el Chevrolet prestado, / me pierdo en la carretera futura, me sumo en la distancia que alcanzo, / y con un deseo terrible, súbito, violento, inconcebible, / acelero... / Pero mi corazón quedó en el montón de piedras del que desvié al verlo sin verlo, / junto a la puerta de la casucha,/ mi corazón vacío, / mi corazón insatisfecho, / mi corazón más humano que yo, más exacto que la vida. / En la carretera de Sintra, al filo de la medianoche, al luar, al volante, / en la carretera de Sintra, qué cansancio de la propia imaginación, / en la carretera de Sintra, cada vez más cerca de Sintra, / en la carretera de Sintra, cada vez menos cerca de mí...» (Traducción de Ángel Campos Pámpano). El sábado, en los medios, un asunto principal: la mala gestión de los incendios del domingo 15 de octubre. El primer ministro António Costa y su discurso en la televisión por la noche. «Governo não mobilizou todos os meios no dia mais perigoso do ano», titulaba Expresso, que traía un informe sobre todo lo que falló en Pedrógão Grande (hasta treinta ítems). Tristeza. Y alegría también por volver a Portugal, a sentir la amabilidad y dulzura de su gente, por pasear por primera vez por un lugar que no era visitable cuando yo estuve en Sintra hace más de veinte años, la maravillosa Quinta da Regaleira que su rico propietario Augusto Carvalho Monteiro —también bibliófilo y filántropo— ideó con el arquitecto Luigi Manini a comienzos del siglo XX. Merece la pena acercarse —andando desde el centro de Sintra— a ese lugar imponente.

viernes, octubre 20, 2017

La salud de los literatos


Hace muchos años escuché decir a un poeta que presentaba a otro aquí en Cáceres que «El principal músculo del escritor, el que más se ejercita, es el pompis». Aparte eufemismo tan cursi, habría cabido añadir que es el que más se «ejercita» en actitud pasiva, sedente. Me he acordado de esto al leer la traducción que hizo un médico aragonés, Alejandro Ortiz y Márquez, condiscípulo de Goya en las Escuelas Pías de Zaragoza, y de quien tomé nota después de leer un libro que me enviaron para reseñar, de un tratadito del médico suizo Tissot, el que escribió la disertación L'Onanisme (1769), en la que decía que la masturbación, al incrementar la presión sanguínea en la cabeza, conducía a la locura, y, a veces, a la muerte. Samuel-Auguste Tissot, cuando tomó posesión de su cátedra de Medicina en Lausanne, pronunció en latín un discurso que tenía por objeto la conservación de los literatos. En la traducción de 1771 del médico aragonés leemos: «Dos son las principales fuentes de donde nacen las enfermedades de los literatos: el trabajo continuo del alma, y el perpetuo descanso del cuerpo» (pág. 1). Yo —literato en el sentido dieciochesco del término, de uno que escribe sobre lo que sea en su blog— me esfuerzo en fomentar —reconozco— lo primero y en mitigar lo segundo. Por eso, y aun así, en dicho orden, caigo enfermo. Pero tengo la firme voluntad de reponerme, como sería la de aquel Alejandro Ortiz y Márquez cuando llevó a la «Advertencia» de la última página de su libro lo siguiente: «Mr. Tissot acaba de honrarme con carta suya, su fecha de 3 de mayo, y en virtud de su contenido, he resuelto diferir la publicación de algunos obras del mismo autor que tengo traducidas, con el fin de presentarlas al público en otro grado de perfección» (pág. 160). Qué le diría. Lo que me diría un médico si fuese a su consulta. Mal, muy mal...

martes, octubre 17, 2017

Susana Szwarc en Cáceres


La escritora argentina Susana Szwarc (Quitilipi, Chaco, Argentina 1954) participará en Cáceres este viernes 20 (20:00 horas), en la librería Psicopompo, junto a Elena Román y a Carmen Hernández Zurbano, en un encuentro bajo el título de Los poetas no son gente de fiar, que es el de la revista microscópica de poesía editada por Ediciones Liliputienses, sello en el que las tres autoras han publicado sus textos. El jueves 19, a las 13:00 horas hará una lectura de sus poemas y microrrelatos en la Facultad de Filosofía y Letras —aula 32— y dará a conocer su obra entre los estudiantes universitarios.  Susana Szwarc es autora de numerosos libros de poesía y de narrativa. El artista del sueño y otros cuentos (Tres Tiempos, 1981); En lo separado, poesía (Último Reino, 1988): Trenzas, novela (Legasa, 1991); Bailen las estepas, poesía (De la Flor 1999), editado también en España por Ediciones Liliputienses; Bárbara dice, poesía (Alción, 2004); El azar cruje, cuentos (Catálogos, 2006); Una felicidad liviana, cuentos (Ediciones Ross, 2007); Aves de Paso (Ed. Cilc, 2009); La mesa roja (Desde la gente, Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 2012); El ojo de Celan, poesía (Alción, 2013), entre otros. Desde 1985 coordina seminarios y talleres de lectura y escritura en diversas instituciones públicas y privadas, entre ellos, los del Plan de Lectura de la Secretaría de Cultura de la Nación fundado por Hebe Clementi, de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, Escuela Normal Nº4 de la Ciudad de Buenos Aires, Museo Ricardo Rojas, UBA, Bibliotecas Populares de todo el país; en diversas instituciones de las provincias argentinas (Chaco; Catamarca; Tucumán; Santa Cruz, etc.); Casa de América en Madrid, España; entre otros. Ha recibido diversos premios entre los que se destacan el Primer Premio Nacional Iniciación de Poesía (1987), el Premio Unesco (Buenos Aires, 1984), Premio Antorchas a la Creación Artística (1990), Premio Regional de Novela correspondiente al NEA-Litoral otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación(1993), Primer Premio en el II Concurso Literario XICOATL en la Categoría Cuento, (Salzburgo, Austria, 1994); Tercer Premio en el Concurso Fundación Inca en la categoría Narrativa breve (1995); Premio Único de Poesía de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (1998), Mención en el Concurso Internacional de Cuentos Julio Cortázar (2003).

domingo, octubre 15, 2017

Retalillos


Tengo anotado que Meléndez Valdés escribió en octubre de 1815 que «el modo mejor de responder, así a los elogios como a las críticas, es el de esmerarse en los trabajos, fijos siempre los ojos en la posteridad, que nada disimula». Me gustaría escribir un texto contenido —que no sea demasiado sentimental— sobre el hueco que dejan las personas que se van definitivamente. Vamos, que se mueren. Vivimos con esos agujeros como si fuese una tarea que tenemos que llevar hasta el final de nuestros días. Es un legado obligado que se convierte finalmente en algo placentero, contradictoriamente; porque alguien nos ha confiado la preservación de su recuerdo. Y nos gusta recordar y revivir. También tengo anotada una palabra a la que le amputé una vocal intermedia para expresar ese vacío: «elgía». Algo así como un texto con el que expresar ese hueco que deja la persona que se va. Lo puse junto al apunte del enlace de una sentida necrología de Manuel Vicent sobre un amigo muerto joven. Más: mi compañero I vino a mi despacho un lunes, que es el día que yo escucho saludos alusivos a los resultados de la jornada de fútbol que comienza el sábado y concluye el domingo. Mi amigo no vino a verme para eso, y tampoco para hablar de los graves acontecimientos ocurridos en Cataluña el 1-O; ni de la porra de medir que determinadas fuerzas utilizaron por la mañana y no utilizaron por la tarde. Me disculpé con él por no dejar de teclear lo que estaba haciendo. «—Es algo mecánico, no te preocupes; te escucho», le dije cuando él iba a levantarse para no molestarme y volver en otro momento. Se quedó y me habló de lo que le gustó lo que había leído de Juan Goytisolo sobre La Celestina en un prólogo de una edición conmemorativa del V Centenario publicada por el Museo de la Puebla de Montalbán con ilustraciones de Teo Puebla que me dejó en fotocopias encima de la mesa y que he leído con el gusto de siempre. Así, sin comas. Y más: al bajar del paseo el otro día, ya de noche, vi a una chica que subía y sostenía su móvil sonriente antes de que al otro lado alguien atendiese. Ella, radiante, esperaba que le contestase la persona a la que llamaba. Lo que me llamó la atención fue su semblante. Más cerca ya, alguien tuvo que responder, y ella, más alegre aún, dijo: «—Que tengo trabajo». Se refería —fue suficiente el contexto— a que había conseguido el puesto que había solicitado. Me pareció guapa desde lejos. Al pasar a su lado y escuchar su satisfacción, ya era una belleza.

jueves, octubre 05, 2017

Javier Sánchez Menéndez en Cáceres


Creo que no es la primera vez que participo en la presentación de dos libros en el mismo acto. Hace ya bastantes años —la friolera de dieciocho—, en una galería de arte de aquí, de Cáceres, presenté el libro La voz en espiral (1998), de Ángel Campos Pámpano, y el libro de artista El cielo sobre Berlín (1999), de Luis Costillo, con textos del mismo Á. C. P. Y recuerdo que de manera inevitable, aunque los dos libros tenían motivaciones distintas, relacioné ambos y evité hablar de los dos títulos en su orden, como si se tratase de una presentación en dos partes. Algo parecido me gustaría hacer mañana en la Biblioteca Pública, en el Aula de la Palabra de la Asociación Cultural «Norbanova», una presentación o dos propuestas de lectura fundidas en una, pues no en vano estamos hablando de un mismo autor, de un mismo pensamiento literario, y de formas parecidas, bastante cercanas, de expresarlo: el aforismo y el poema, casi aforístico a veces. Tomo del blog de Norbanova esta sucinta nota del escritor: Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) es autor de los poemarios Motivos (1983), El violín mojado (1991 y 2013), Introducción y detalles (1991), Última cordura (1993), La muerte oculta (1996 y 2014), Una aproximación al desconcierto (2011) y El baile del diablo (2017). Como ensayista destaca su proyecto Fábula, un conjunto de diez libros sobre la vida en la poesía, de los que ya han sido publicados La vida alrededor (2010), Teoría de las inclinaciones (2012), Libre de la tormenta (2013), Mediodía en Kensington Park (2015) y Confuso laberinto (2016), además de El libro de los indolentes (2016)Es autor de dos libros de aforismos: Artilugios (2017) y La alegría de lo imperfecto (2017).

domingo, octubre 01, 2017

1-O

El 23-F es una fecha; pero el 1-O a mí me parece más el marcador de un ajustado resultado de un partido de fútbol. Tienen en común la trampa y la torpeza; y una forma presuntuosa y fanática de estar en el mundo, sin respetar lo que piensa la gente. Eso sí, la gente tiene una impresionante capacidad para dejarse llevar por una volubilidad que da la razón a los manipuladores, a los piratas. Y eso, qué razón tenía el almirante Ackbar cuando exclamaba lo del meme. Me meriendo la estupidez y la revuelvo con un poco de displicencia y la tranquilidad del que disuelve su galleta en el vaso de leche. Después de un día histórico, en el que he vuelto a constatar que las televisiones nacionales que pagamos todos son embusteras, he encontrado una isla —la verdad, de un instante solo— en un programa de televisión sobre unos tipos encerrados en un sitio independiente; tanto que se corrompen en su propia estupidez. Qué cosas. Ya nos ocuparemos todos poco a poco en poner orden a todo esto.