jueves, agosto 24, 2017

Un poema de Neruda


Hay un poema de Neruda por ahí que alguien debería corregir. No, no me refiero a que cuando Neruda escribe «en mí nada se apaga ni se olvida» tengamos que proponerle otra manera de decir; sino a que no puede darse con una disposición tan atroz de los versos como la que vemos en algunas páginas de difusión poética a las que aludí aquí no hace mucho tiempo. Yo que la Fundación Pablo Neruda no me preocuparía de avisar de que sus versos se publican con fines de difusión y estudio de la obra del Poeta y de que está prohibida su reproducción con fines comerciales o de uso público, ya que todos los derechos pertenecen a la Fundación, y, en cierto modo, amenazar con acciones legales. No. Yo intentaría evitar por todos los medios atrocidades como la que muestro en la imagen —dejo los últimos ocho versos para el final de abajo— y que suelen ser corrientes en la red. En ese poema, «Si tú me olvidas», el poeta viene a decirle a la amada, en primer lugar, que él quiere que ella sepa una cosa. «Tú sabes cómo es esto», le dice. Que la existencia toda, el otoño, la luna, la rama roja, la impalpable ceniza que toca junto al fuego, todo, todo, le lleva a ella; y que se imagina los aromas, la luz, los metales como pequeños barcos que navegan «hacia las islas tuyas que me aguardan». Luego, con lo que los técnicos llaman un «conector contraargumentativo», una locución que marca el discurso del poeta —«Ahora bien»—, continúa diciendo a la amada que si ella deja de quererle, él la dejará de querer poco a poco, y que si ella le olvida, él también la habrá olvidado. Finalmente, le advierte que si por un casual ella se decide a dejarle en la orilla «del corazón en que tengo raíces»; entonces él, desde ese mismo instante, se buscará a otra. Vamos, en fin, otra tierra en la que tener raíces. Pero, claro, y ya es el final del poema, si ella siente a toda hora que está destinada a él «con dulzura implacable» y le sube a los labios una flor para buscarlo como al amado, entonces, sí, entonces él repetirá todo ese fuego, y en él nada se apagará ni se olvidará, y, mientras viva, ese amor —le dice— «estará en tus brazos / sin salir de los míos», ya en los dos últimos versos. Todo esto lo hace un lector —ahora hablo de mí— precavido con los derechos que los herederos legítimos pueden hacer valer de aquellos textos de un libro de poemas como Los versos del capitán (1952), un libro de Neruda que se publicó anónimo y que mereció esta «Explicación» de su autor cuando volvió a editarse en 1963: «Mucho se discutió el anonimato de este libro. Lo que yo discutía en mi interior mientras tanto, era si debía o no sacarlo de su origen íntimo: revelar su progenitura era desnudar la intimidad de su nacimiento. Y no me parecía que tal acción fuera leal a los arrebatos de amor y furia, al clima desconsolado y ardiente del destierro que le dio nacimiento.| Por otra parte pienso que todos los libros debieran ser anónimos. Pero entre quitar a todos los míos mi nombre o entregarlo al más misterioso, cedí, por fin, aunque sin muchas ganas. | ¿Que por qué guardó su misterio por tanto tiempo? Por nada y por todo, por lo de aquí y lo de más allá, por alegrías impropias, por sufrimientos ajenos. Cuando Paolo Ricci, compañero luminoso, lo imprimió por primera vez en Nápoles en 1952 pensamos que aquellos escasos ejemplares que él cuidó y preparó con excelencia, desaparecerían sin dejar huellas en las arenas del sur. | No ha sido así. Y la vida que reclamó su estallido secreto hoy me lo impone como presencia del inconmovible amor. | Entrego, pues, este libro sin explicarlo más, como si fuera mío y no lo fuera: basta con que pudiera andar solo por el mundo y crecer por su cuenta. Ahora que lo reconozco espero que su sangre furiosa me reconocerá también».

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