lunes, abril 10, 2017

Trabajar cansa


Repite Javier Morales Ortiz (Plasencia, 1968) editorial (Ediciones de Baile del Sol) y colección (Sitio de Fuego) para mostrar, después de sus Ocho cuentos y medio, su nueva obra: Trabajar cansa (2016). Parece otro libro de relatos, de doce relatos enmarcados entre un prólogo y un epílogo; pero no, es un novela breve en la que el «Prólogo» es el primer capítulo, muy breve, de la historia, y el «Epílogo» el último, y, en mi opinión, uno de los mejores de un conjunto que se completa con seis capítulos en medio que se titulan «Amar y trabajar» y otros seis titulados «El expediente»; los doce alternos, como los días. Un buen autor de mediometrajes sacaría buen partido a esta narración. La verdad, no lo sé; yo no entiendo mucho de esto, pero a medida que iba leyendo me imaginaba la historia trasladada a imágenes. Porque la narración está montada sobre cuadros o piezas que van luego encajando —o encajándose, o rozándose—; y porque el narrador sabe administrar lo que cuenta, sabe escamotear datos y dosificar las alusiones a los «déspotas categóricos» del tiempo y del espacio de los que habló Unamuno —Amor y pedagogía. El narrador de Trabajar cansa es parco en las descripciones, a menos que sean necesarias, como cuando menciona algún elemento —la fotografía de Marilyn Monroe en el cuarto de Lidia (pág. 92). Quizá por eso me ha recordado su forma de hacerse presente la de la cámara de cine que sugiere y no se demora. El título de la novela, que retoma el Lavorare stanca de la obra poética de Cesare Pavese, y el de los capítulos de «Amar y trabajar» y «El expediente» —que alude a un expediente de regulación de empleo que se cierne sobre la agencia de viajes en la que trabajan algunos de los personajes— son las marcas de situación de un texto sobre nuestro tiempo presente, sobre un tiempo de crisis que se nos ha instalado como un huésped molesto. Javier Morales ha acertado con el tono gris de su relato y la manera contenida de contar un trozo de la vida de estas criaturas generando un interés incuestionable desde la primera frase. Y, principalmente, con el montaje de las piezas que conforman un todo compuesto, en lo que se refiere a los personajes, por triángulos —una abogada, su jefe, su marido y la amante de este—, y en lo que se refiere a la materia narrativa, por efectos de correlación, como en la vida. Así, para expresar esto, el autor ha sabido incorporar a su relato determinados reflejos sin conexión aparente, como la alusión del médico de Silvia al «Lieben und arbeiten» («Amar y trabajar») que contestó Freud a una mujer que le preguntó por su idea de la felicidad (págs. 63-64), y, muchas páginas después, casi al concluir el libro, el pensamiento de otro personaje, Nuria, sobre que el trabajo y el amor «son las dos patas con las que uno camina por la vida» (pág. 114). Debe estar satisfecho Javier Morales Ortiz por este trabajo —no por lo que muestra sino por cómo ha sabido mostrarlo—; y menos por las erratas —a las que ya he aludido al reseñar libros de Baile del Sol— del viento que «silva» furioso en la página 31 y el «Isidro» que ha usurpado el nombre de Félix en la cuarta de cubierta de la novela. De una novela corta muy bien hecha.

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