Tengo asociados los discursos del Cervantes a un día de fiesta. En realidad, lo es; pero me refiero a que casi siempre los he seguido en directo desde casa porque coincidían con el 23 de abril, que es fiesta en Cáceres. San Jorge. La entrega del de Ana María Matute se celebró un 27 de abril de 2011 porque el 23 fue Sábado Santo; ahí es nada. Y otros años, en 2000 y 2006, porque coincidía en domingo (?), cuando lo recibieron Jorge Edwards y Sergio Pitol. El discurso de Mendoza me ha sorprendido en jueves, día laborable, un 21 de abril, cuando yo hablaba en mi última clase de este curso sobre algo parecido a lo que ha dicho Mendoza, que «Una novela es lo que es, ni la verdad ni la mentira», y que esto no lo comprende todo el mundo. Por ser en diferido, el discurso de Eduardo Mendoza no ha perdido nada de su autenticidad y hondura. Ha sabido reivindicar el humor, su género —yo no lo habría dicho así—; y ha acertado con recordarnos que las nuevas maneras de la tecnología no cambian nada —lógico— el abismo ante la página en blanco. La televisión debería sacar más al protagonista, a Eduardo Mendoza, y no demorarse tanto en el auditorio, en esos rostros artificiales y plásticos de quienes se saben observados, desde sus majestades graciosas, ministros y lacayos, hasta la representación del claustro universitario de la de Alcalá de Henares, con su paraninfo lleno. «La vanidad es una forma de llegar a necio dando un rodeo» (Eduardo Mendoza). Parece que este 23 de abril de 2017 también cae en domingo.
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