lunes, abril 03, 2017

Donde poder volver

Carlos Medrano me escribía en junio de 2012, en un comentario a una entrada en mi blog sobre un libro de Olvido García Valdés: «La lectura de la poesía, Miguel Ángel, como la escritura, no se puede dar de cualquier modo o lograrse bien en cualquier momento. Requiere de un estado personal donde la sintonía con la creatividad y la intención y sensibilidad del autor se den —es decir, ser también creativa como la escritura— para que los poemas nos lleguen. Por eso también hay autores que aunque los leamos tienen poco que ver con nosotros. Lo subjetivo es importante y tiene que generarse el puente entre lo leído y nosotros, a veces nunca, y a veces al cabo de los años se nos revelan o caen otros autores. No hay verdadero lector que lea un buen libro de poemas a la carrera y lo capte del todo o bien, sino con sucesivas y agradables lecturas hasta que sin esfuerzo lógico esas palabras escritas con otra intensidad se nos abren y despliegan las sensaciones y matices. La literatura, cuanto más personal, más exige este esfuerzo, y la poesía nace desde un estado y lenguaje particular de mayor conexión intuitiva con lo contado. Es como todo, saber situarnos dentro de las zapatillas de quien escribe para entenderlo tal como al escribir quiso hacerlo, y ser capaz de disfrutar de lo artístico, que es el otro componente que sobre todo esta atrayente palabra tiene. Y todo placer se repite y se vuelve a él mientras —sin que importe el porqué— nos dice algo». Cómo admiro esta facilidad para decir las cosas y saber expresar lo que uno quiere. No sería capaz ahora de poner por escrito lo que este libro de Carlos Medrano me ha sugerido. Quizá porque llevo mucho tiempo queriendo decir algo, porque hace mucho que lo leí. No. No se trata de eso. Pero, eso sí, es muy difícil que el lector se trasponga a «las zapatillas de quien escribe» y ponerse en el lugar del escritor cuando escribió. Creo más bien en esa otra gracia creativa del lector que reproduce un acto de conocimiento. Pero también esta entrada testimonia un acto de ofrecimiento, de alguien como Juan Ricardo Montaña, que ha propiciado esta plaquette que es separata de la revista Ventana abierta, de Don Benito, y que nos devuelve las palabras de Carlos Medrano, castellano y extremeño que lleva muchos años ya en Mallorca, en la isla de lápices en la que volvió a escribir, a mostrarse, a satisfacción de sus lectores, entre los que me cuento, de los cómplices e íntimos. Me gusta leer tan pensada pieza —breve, sí, de dos docenas de textos—, con su apertura y su cierre, sus paratextos explicativos, que elevan su significación sobre la importancia que tiene lo sencillo. «Nos aferramos / a sensaciones básicas», rezan los dos primeros versos de un poema como «Alacena», que es como un brote, un extracto de un día, de un momento que se escribe. Eso me ha parecido esta lectura de Donde poder volver. Gran título para un sitio que puede abrirse cuantas veces uno quiera y leer en él.

1 comentario:

  1. Me quedo sin palabras. Mira que desvelarme a estas horas, mirar el feisbuk que había quedado abierto y aparecerme esta entrada con su bella traición de un trato tan exquisito por parte de un amigo que las mata callando.

    Vaya memoria, Miguel Ángel, que tienes de ir archivando hasta los comentarios que con el tiempo quedan olvidados de estas conversaciones a distancia en las entradas de los blogs que visitamos con gusto.

    En cualquier poema logrado se encuentra entero el adn del autor para recomponerlo. Y aunque sea una genial seducción, no hace falta ser todo de todas las maneras. O serlo siempre en cada sílaba que leemos. En este "Donde poder volver", de no escribir o editar más libros -que los hay, es cuestión de ordenarlos-, dejé un retrato completo de una manera de sentir para quien sepa leerlo. Nunca he pedido editar un libro. Casi mejor así, sin esperarlo. Y la literatura, entendida como alta amistad. ¡Si se compartiera esa otra parte -tan gozosa- de conversación y consulta con algunos amigos! Fue un regalo valioso, de Juan Ricardo y Don Benito.

    Luis Arroyo contribuyó con su entusiasta y minuciosa lectura a la pulcritud de este libro. Fue el primero en tenerlo, antes que yo. ¡Qué sabio sigue siendo! ¡Cómo me alegro!

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