viernes, abril 28, 2017

Cáceres de novela (I)


En noviembre de 2007 Miguel Hurtado publicó un artículo en El Periódico Extremadura, que tituló «Novelas de Cáceres y el 2016», en el que llamó la atención sobre la necesidad de contagiar el entusiasmo por la cultura propia a través, por ejemplo, de divulgar la intención de aquellas novelas que han tratado sobre la ciudad de Cáceres —por eso la alusión a aquello que fue el fiasco de 2016—; porque él consideraba que una de las bazas para asegurar aquella candidatura de Cáceres como ciudad europea de la cultura era la publicidad de las raíces desconocidas o perdidas. Si mi recuento no es erróneo, Miguel Hurtado citaba los siguientes títulos sobre Cáceres: Alonso Golfín (1894), El rizo negro (1903) y El ídolo roto (1904), de Publio Hurtado; la eminente por curiosa Santa Lila de la Luna y Lola (1935), una novela escrita con seudónimo y a dos manos entre Pedro de Lorenzo y Leocadio Mejías; Crimen en el Museo (1976), de Cástulo Carrasco; la novela póstuma de Pedro Romero Mendoza (1896-1969), Angustia (1979); y el Carnaval Trágico (1928), del pintor Pedro Campón, que es obra inédita, y, según Miguel Hurtado, definida por su autor «como guión cinematográfico en la portada del manuscrito, que se conserva en una de las mejores bibliotecas particulares cacereñas». Me gustaría, con tiempo, paciencia y la ayuda de todos los que me lean, elaborar un corpus razonado y con criterio de textos narrativos en los que Cáceres o su trasunto disfrazado —como en Historias de Ciconia (2008), de Fran Rodríguez Criado, El testimonio del becario (2010), de José Antonio Leal Canales, o El sembrador de adoquines (2015), de Isidro Timón Rodríguez— sirva de escenario de la acción. No cito todas las que hasta este momento he recopilado; porque hay más. Sirva, por ahora, esta intención y este reclamo; y mi inclinación por escribir, sobre todo, sobre dos curiosos relatos: Santa Lila de la Luna y Lola —es una delicia histórica— y Crimen en el Museo, que tiene un arranque portentoso: «Cuando Eugenio Castro, recién salido de la Escuela Superior de Policía, recibió la noticia de que, para desempeñar su primer destino, había sido adscrito a la plantilla de Cáceres, sintió deseos de renunciar a la plaza. […] De haberle tomado juramento solemne sobre si tal población, capital de provincia y todo, tenía existencia real, quizá hubiese dudado antes de dar respuesta afirmativa. Resultaba muy problemático aquello de que la tal ciudad fuese algo más que un puntito en la piel de toro de la nación.» Luego la cosa mejora, vaya que si mejora.

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