Es verdad que es fuerte, una barbaridad en sonoros alejandrinos: «Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos / te pareces al mundo en tu actitud de entrega. / Mi cuerpo de labriego salvaje te socava / y hace saltar al hijo del fondo de la tierra». Siempre me hacen sonreír estos versos de Pablo Neruda desde que José Agustín Goytisolo me contó aquí en Cáceres, en abril de 1996, lo que hace poco he leído en una antigua entrevista —de diciembre de 1992— con Rafael Adolfo Téllez —pero publicada en 2015 en la revista Campo de Agramante. El autor de «Palabras para Julia», más comedido conmigo, me dijo que cómo era posible que un hombre escribiese así de una mujer. A Téllez, a propósito de una pregunta sobre la manera que los poetas tienen de tratar el amor, le respondió que le molestaba la tradición de la poesía amorosa escrita por hombres y a veces por alguna mujer imitando a los hombres. Y añadió: «La mujer es el objeto, está fuera del poema y se le canta o se le dicen cosas. Algunos son más atrevidos […], como Neruda con aquello de te pareces al mundo en tu actitud de entrega. Si soy una mujer yo me cabreo. ¿Por qué se va a entregar? Y acaba diciendo mi cuerpo de labriego salvaje te socava. Soy una mujer, se me tira encima un labriego salvaje y le pego una hostia que le vuelvo loco. Y encima la preña, hace saltar al hijo del fondo de la tierra. Este tipo de poesía a mí no me gustaba. Quería escribir otra cosa.» Hace ya más de veinte años de aquello y sigo escuchando la voz de Goytisolo al referirse, más comedido en todo —sin hostias ni preñeces— , a los versos de Neruda. Memorable.
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