Suele Óscar López, en su admirable programa Página 2, iniciar cada entrega con las primeras preguntas y respuestas de la entrevista con el escritor que protagoniza el capítulo. En el del pasado 21 de noviembre fue la narradora sevillana Lara Moreno, por su novela Piel de lobo (Lumen). El presentador dice: —Un buen día, Sofía y Rita, dos hermanas treintañeras, van a la casa familiar que tienen en la playa, donde vivió el padre sus últimos días, antes de morir y tras divorciarse de la madre. Quieren vaciarla. Rita tiene la intención de venderla; Sofía no lo tiene muy claro. Y cuando regresan a sus respectivas casas... ¿qué pasa entonces? Y responde Lara Moreno: —Pues pasa que cuando Sofía regresa a su casa, pues a los pocos días su pareja la abandona; rompe la relación que, evidentemente, llevaba ya arrastrando una crisis bastante tiempo. Y entonces ella, en un movimiento desesperado, sin pensarlo mucho, coge a su hijo de cinco años y se refugia en esa casa de la playa donde habían pasado los veranos. Y ahí, al cabo de unos días, aparecerá Rita, en su ayuda, aparentemente, a ayudarla; aunque luego la cosa se complique un poco. Y Óscar López vuelve: —Es curioso; porque uno piensa: bueno, sí, se ha muerto el padre, es verdad; se separa Sofía; es verdad que se va a la casa de la playa con el hijo; que llegará Rita... Pero tienes la sensación como lector de que, en principio, hombre, no han pasado muchas cosas, y, sin embargo, cuando acabas de leerla, piensas todo lo contrario, que ha pasado de todo. Cuando escucho esto —o esas entrevistas a escritores tan gratas que hace Pepa Fernández en Radio Nacional algunos sábados y domingos— me pregunto dónde está la literatura. Hablan, como dice Eagleton en su libro Cómo leer literatura (Traducción de Albert Vitó i Godina. Barcelona, Ediciones Península, 2016) como si conversasen sobre asuntos y aspectos de la vida real. El profesor inglés pone como ejemplo un debate de estudiantes sobre la novela Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, en la que uno de ellos no entiende qué tiene de excepcional la relación entre Catherine y Heathcliff, y otro la define como una especie de unidad mística de dos egos. La opinión de un tercer estudiante es que Heathcliff no es un místico; es, más bien, un salvaje, un bestia... «¿Qué está sucediendo durante esta discusión?» —se pregunta Eagleton— «El problema es que, si alguien que jamás hubiera oído hablar de Cumbres Borrascosas escuchara esta conversación, no encontraría ningún indicio de que se trata de una novela» (pág. 14). Como Óscar López cuando entrevista a sus invitados, que hablan de lo que dice la novela y no —casi nunca— de cómo lo dice (con lo formativo que eso sería). Me satisface haber leído algo así en el libro de Eagleton, porque repito a mis alumnos cuando acuden a las pruebas orales sobre las lecturas del programa que no tienen que hablarme de lo que dice el poema —un recuerdo de la infancia— y sí de cómo el poeta ha situado su cámara en ese lugar y por qué ha escrito las veces que ha escrito «Aquellos ojos míos» y «Allí mis pequeños ojos». En fin, esto da para libros.
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